En momentos de claras acciones invasionistas por parte de Estados Unidos, la historia habla y enseña. Cobra fuerza y renace un proceso identitario grancolombiano
Fernando Iriarte
Las líneas limítrofes de los países de Hispanoamérica son tan arbitrarias como las que vemos en los mapas de África, producto de las necesidades administrativas de los imperios coloniales, sin nada que ver con la realidad cultural de casi ninguna de las zonas. Con una diferencia: son más antiguas y por eso dan la impresión de estar correctas. Sin embargo, no es así.
Es lo que ocurre con los cuatro países que quedan en el puente de unión entre Centro y Suramérica: Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador. Lo que en tiempos se denominó en el habla popular como Gran Colombia. Hoy podemos decir que la Gran Colombia sigue siendo una idea fuerte.
Origen en el sur
Surgió por primera vez, aunque más grande, en la mente de Francisco Miranda, imaginada como toda la parte sur del continente. Para ella ideó una bandera amarilla, azul y roja (compartida aún por los mencionados países, con excepción de Panamá) y creó el nombre, en homenaje a Colón. Tan extensa no pudo ser, dada su enormidad y las particularidades propias de Perú hasta el Cono Sur. Pero sí lo fue para la zona central entre el Caribe y el Pacífico.
Simón Bolívar pensaba de modo semejante y logró hacerla realidad en la constitución de Cúcuta de 1821. Imaginó un Estado único, situado de manera estratégica entre dos océanos, lleno de riquezas y con un territorio que alguna vez podría hacer frente a los Estados Unidos de Norteamérica, donde ya se vislumbraba la Doctrina Monroe resumida en ‘América para los americanos’ (en realidad, ‘toda América para los norteamericanos’) que efectivamente fue proclamada por el presidente Monroe en 1823.
Disolución y desilusión
Por desgracia y por razones histórico-políticas que se remontan a los antiguos espacios administrativos españoles de la Gobernación de Panamá, Gobernación de Quito, Virreinato de la Nueva Granada y Capitanía General de Venezuela, la Gran Colombia fue legalmente disuelta en 1830, en fechas distintas de ese año, al separarse Ecuador y Venezuela tras la desastrosa Convención de Ocaña que había tenido lugar en 1828.
En la disolución predominaron el caudillismo de José Antonio Páez en Venezuela y de Juan José Flórez en Ecuador y, por supuesto, el crudo centralismo de Bogotá. En la que hoy es Colombia, se fortaleció la figura de Francisco de Paula Santander, en especial luego de la muerte de Bolívar en 1830, ya caído en desgracia.
Cabe mencionar que Panamá decidió en 1829 hacer parte de la Nueva Granada y así permaneció hasta 1903. Ese año, como consecuencia de la frustración del triunfo liberal en la Guerra de los Mil Días, frustración provocada por la intervención de los norteamericanos, Panamá se declaró independiente de Colombia, pasó a constituirse como república separada y no tardó en autorizar la construcción del Canal de Panamá por los EEUU, que dominó de manera directa la zona canalera hasta 1979 y todavía lo hace de manera indirecta, interpuestos los gobiernos proclives a ello.
Resurge la integración
Aparecieron cuatro países y aquello fue lo ocurrido, pero la Idea Grancolombiana sigue siendo tan fuerte como entonces. Con distinta intensidad, hasta hoy.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX el presidente radical ecuatoriano Eloy Alfaro hablaba sin ambages de revivir la Gran Colombia y actuó en consecuencia aportando dinero, barcos, cañones y fusiles a los liberales colombianos que se alzaron contra la hegemonía conservadora. Fue él quien creó la logística para el triunfo en Panamá en 1902, abortado por los marines del país del norte. Pasadas las décadas, otro gobierno ecuatoriano fundó con Colombia la Flota Mercante Grancolombiana, que tuvo excelente desempeño, pero terminó desmantelada porque contradecía los intereses de Washington.
Más cercano a nuestra época, el movimiento insurrecto ecuatoriano ¡Alfaro Vive, Carajo! mantuvo estrechas relaciones con movimientos similares colombianos. Tampoco puede ser estrictamente casual, aunque en sentido negativo, que gran parte de los grupos narcotraficantes de Colombia se hayan trasladado hoy precisamente al Ecuador. Y que algunos de los ecuatorianos se escondan en Colombia.
Otro tipo de proximidad acontece con Venezuela, con lazos quizá más fuertes y presentes. Tan actuales como las recientes declaraciones de altos mandos del país bolivariano en el sentido de que Colombia y Venezuela resultan ser “hermanos siameses”. No escapa a nadie la consideración de que lo que ocurra con el país de al lado nos compromete a nosotros de manera directa. Una invasión allí e incluso ataques zonales selectivos acabarán ocurriendo también en Colombia, tal como hemos visto ya en los asesinatos de tripulantes de botes pesqueros en el Caribe inmediato y compartido.
Las gentes del Norte de Santander, el Táchira y el Zulia constituyen en realidad un solo y mismo pueblo. Es una población unicultural, aunque binacional. Mayor unidad se da en la Alta Guajira, donde los aborígenes wayúu tienen el mismo carácter dual.
Ni qué decir de Panamá y la problemática de migración en la selva del Darién, que es una sola a lado y lado. Un Panamá que está más cerca (físicamente pegado) a Colombia, mucho más que San Andrés y Providencia y por razones semejantes: decidieron hacer parte.
No es entonces ninguna locura imaginar un territorio gigantesco con canal interoceánico que sume la riqueza agrícola, biológica, socio-cultural, petrolera, minera de ‘tierras raras’ y de fuentes de agua potable, compartida entre Panamá, Colombia, Ecuador y Venezuela. Esta posibilidad es un hecho real que no puede despreciarse, determinante a este lado del planeta en el mundo multipolar que está emergiendo.







