La obra de Pedro Nel Gómez relata la historia de Colombia desde las luchas sociales que continúan aún vigentes. Sus murales reflejan su coherencia ideológica y su intención de denunciar las problemáticas sociales de su tiempo. En sus conversaciones con Carlos Correa, se revela su visión del arte como una forma de reivindicación de lo latinoamericano y de humanización de la sociedad
Anna Margoliner
@marxoliner
El “pintor de la patria”, como era conocido por muchos, Pedro Nel Gómez, tenía un agudo sentido humanista, según Carlos Correa en su libro de conversaciones con él. En ese momento, los intelectuales y artistas colombianos discutían acerca del rumbo que debería tomar el arte: aquellos que se reivindicaban consecuentemente con el pueblo y veían en el arte una oportunidad para estar con las causas de este y aquellos que seguían la tradición meramente academicista y eurocéntrica. A pesar de haber estudiado en Florencia, Italia, Pedro Nel reivindicaba el arte latinoamericano con sentido social y a ello le apostó toda su vida.
Tras sus huellas
Pedro Nel Gómez fue pionero en Colombia al introducir el movimiento de grandes composiciones murales al fresco, con un enfoque monumental y popular, cargado de significado social. Entre sus obras destacadas se encuentran Historia de la Química a través de la humanidad en la Universidad de Antioquia y El hombre y el drama de la vivienda en el Instituto de Crédito Territorial de Bogotá, ambas realizadas en 1954. Su viaje a México en 1955 le permitió conocer a muralistas como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, influencias que enriquecieron su estilo.
En 1956, Pedro Nel Gómez viajó a Europa y realizó diversas acuarelas, regresando a Colombia para ejecutar el mural Historia del desarrollo económico e industrial del Departamento de Antioquia en el Banco Popular del Parque de Berrío. En 1957, plasmó Momentos críticos de la Nación en el Banco de la República de Bogotá. Sus murales posteriores como Victoria contra la enfermedad, la ignorancia y la miseria en la Clínica León XIII (1961) y El Espíritu creador del pueblo antioqueño en el SENA (1962), reflejan su compromiso con temas sociales y culturales.
Durante las décadas siguientes, Gómez continuó su prolífica carrera artística abordando temas de relevancia mundial y regional. Entre sus obras destacan El hombre ante los grandes descubrimientos de la física en la Universidad de Antioquia (1968-69) y el Totem de los mitos de la selva en la Universidad Nacional (1970-1974). En 1976, inició un mural para la Cámara de Comercio de Medellín y, en 1978, participó en el Congreso Internacional de la Paz en Moscú, consolidando su legado como un artista comprometido con la sociedad y la paz mundial.
Según la Casa Museo Pedro Nel Gómez: “En los campos de la ingeniería, la arquitectura y el urbanismo participó en proyectos para edificios públicos, en cuyo inventario se cuentan la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, el Cementerio Universal, y los diseños para los barrios Laureles y San Javier, que significaron notables aportes al desarrollo urbanístico de Medellín en su costado occidental”.
Un momento convulso
De acuerdo con Miguel Escobar Calle, estas conversaciones íntimas entre Carlos Correa y Pedro Nel ocurren en el lapso de 17 años, es decir, de 1955 a 1972, período en el cual tiene lugar el gobierno de Rojas Pinilla, la Violencia, el Frente Nacional, la Revolución Cubana y la Revuelta de París. En el ámbito cultural, está el existencialismo, el hipismo, el nadaísmo, el rock y el boom latinoamericano, finalmente, dentro del terreno del arte el abstraccionismo, el arte cinético, el pop art y el arte conceptual.
Al adentrarse en la cercanía entre ambos pintores, se destaca no solamente el cariño y la admiración que sentía Carlos hacia Pedro, sino también el nivel de comprensión que existía entre ellos, tanto en el campo del arte como en lo político. De allí que Carlos defina a Pedro Nel como un humanista, no porque hablara en latín o por su amplio conocimiento en el arte occidental gracias a sus estudios en Europa, más bien porque su obra procuraba recoger aquello que nos convierte en seres humanos.
Dentro de sus temas de conversación más concurrentes figura la apreciación del arte latinoamericano, específicamente el muralismo mexicano, la percepción acerca del abstraccionismo y los límites dentro de los cuales divagaba el arte: el absoluto sinsentido y el sentido realmente humanista que, entrelíneas, parece ser el sentido mismo de la reivindicación de lo que es propio, lo latinoamericano.
El arte como arma política
Esta conexión debía ser en parte también por su ideología política, con la que mantuvo su coherencia en los murales que hizo. Veía en ellos la oportunidad de mostrarle al pueblo la realidad social en que vivían. Así lo menciona Juan David Echeverry en su artículo Arte, cambio social, identidad y espacios públicos en la obra de Pedro Nel Gómez durante la década de 1930: “Por otra parte, al haber sido Pedro Nel Gómez un militante del PCC, su afinidad ideológica era indudablemente análoga con los preceptos de los muralistas mexicanos; esto queda confirmado en su primer trabajo para la ciudad de Medellín en una época de continuos cambios en la política y el reordenamiento social, en la cual se le encargó decorar el Palacio Municipal entre 1935 y 1938.
»Gómez aprovechó esta oportunidad para desplegar toda una narrativa de denuncia de las problemáticas sociales que aquejaban al país y de reivindicación de valores nacionales, en obras con títulos tan sugerentes como: La mesa vacía del niño hambriento, Tríptico del trabajo, El minero muerto, Intranquilidad por enajenamiento de las minas, Danza del café, La República, El barequeo, entre otros frescos que sumaron 240 metros cuadrados y un total de 11 murales”.