La elección de la nueva fiscal es la oportunidad para restaurar moralmente al ente investigador y para ponerlo al servicio de la democracia y la paz
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Por fin, después de varios meses de incertidumbre, la Corte Suprema de Justicia ha elegido a una nueva Fiscal general de la Nación. Esta ha sido tal vez la elección más crispada de Fiscal general desde que la figura fue consagrada por la Constitución de 1991, en buena medida porque la terna presentada por el presidente Gustavo Petro estaba compuesta por abogadas penalistas independientes, intachables y competentes, algo que ha puesto los pelos de punta a muchos en el establecimiento.
Quién es la nueva Fiscal
Luz Adriana Camargo es abogada de la Universidad de La Sabana y especialista en derecho penal y criminología. Como magistrada auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, participó en los procesos de la parapolítica, contribuyó a encarcelar a más de medio centenar de congresistas que se beneficiaron de su relación con los grupos paramilitares. Fue también fiscal delegada y fiscal auxiliar ante la Corte Suprema, donde participó en la investigación de sonados casos de corrupción como el de Odebrecht. Como parte del equipo liderado por el hoy ministro de Defensa Iván Velásquez, formó parte de la Comisión Internacional Contra la Corrupción en Guatemala, CICIG, país de donde fueron expulsados cuando comenzaron a encarcelar políticos corruptos.
Sobra decir que Luz Adriana Camargo tiene una hoja de vida intachable, jamás ha sido objeto de señalamientos por su conducta pública o privada y es merecedora del respeto de quienes la conocen. Además, es independiente, no pertenece a ningún clan político, ni es amiga personal del presidente, ni tampoco ha sido la abogada de ningún grupo empresarial. Es una mujer de la judicatura, hecha en las entrañas del poder judicial y que ─como esperamos─ solo tendrá lealtad hacia la ley, la institución y su conciencia.
Renuncia sorpresiva
La cuota de “impactante noticia” en el episodio fue la renuncia de una de las candidatas más opcionada, Amelia Pérez, quien presentó su carta de dimisión ante la Corte minutos antes de comenzar la sesión donde se elegiría a la nueva fiscal. El “extra” de aquella mañana se batió entre las razones de la renuncia y la aparente imposibilidad de elegir Fiscal general, pues no se trataba ya de una terna ─como lo establece la Constitución─ sino de una dupla.
Afortunadamente, semejante leguleyada fue rápidamente resuelta por la propia Corte, la cual determinó que sí podía elegir Fiscal general porque, por un lado, la renuncia debía presentarse ante el nominador, es decir, ante el presidente Petro y no ante la Corte. Por otro lado, como el proceso de elección ya había tenido varias rondas y los nombres de las ternadas habían sido sometidos a votación, la renuncia de una de ellas no invalidaba el proceso, pues su dimisión equivalía a una simple notificación al alto tribunal de que no se posesionaría en caso de ser elegida.
Con respecto a las razones por las que Amelia Pérez se retiró de la terna, según su propia carta de renuncia se establece que no soportó la intensa campaña mediática que utilizó unas publicaciones en redes sociales de su esposo donde criticaba a personajes de la política nacional, para acusarla de indigna por ser culpable del “delito de opinión ajena”. Al final, Amelia Pérez terminó siendo un daño colateral más en la estrategia de golpe blando.
Barbosa y Mancera, bien idos
Si bien la elección de la nueva Fiscal es una noticia que refresca el panorama político, enrarecido por las dilaciones de la Corte, la excelente noticia es que por fin cesa la horrible noche de Francisco Barbosa y Martha Mancera al frente del ente investigador. Sin pretender cebarnos ─más de lo que ya lo hemos hecho─ en estos dos funestos personajes, sí debe recordarse que la administración que termina fue desastrosa. No cumplió con unos estándares mínimos de administración de justicia, la impunidad llegó a niveles del 94 por ciento y hubo graves actos de corrupción como el caso Perla Negra, donde se extorsionaba a mafiosos para demorar sus procesos penales, o el de los fiscales de Buenaventura y el ya tristemente célebre “Pacho Malo”, caso que está por investigarse.
A lo anterior deben sumarse las “ligerezas” de Barbosa, como el uso del avión de la Fiscalía para irse de vacaciones en plena pandemia con su familia a San Andrés, los escoltas de la institución destinados como paseadores de los perros de su familia, la destinación de contratistas de aseo de la entidad para el servicio doméstico en su residencia privada por cuenta del erario o la sospechosa visita en la madrugada que su esposa hizo a una bodega de la Fiscalía de donde sustrajo varias maletas sin dar mayores explicaciones de su contenido.
Ello, más el rol servil que jugó con su amigo de colegio y con su jefe político tapándoles todas sus fechorías, la oposición cerrera que ejerció contra el Gobierno desde el principio, distanciándose de su papel como fiscal y comportándose como precandidato presidencial, y su envanecimiento que lo llevó a otorgarse numerosos homenajes y reconocimientos, terminaron por convertirlo en una grotesca caricatura de sí mismo.
El reto
Esperamos que la nueva fiscal general esté a la altura de las expectativas y honre la fama que la precede. Tiene delante de sí un reto enorme. No se trata solo de ─como lo sugirió ingeniosamente un usuario de redes sociales─ “desnazinarcotizar” la Fiscalía, sino sobre todo de hacerla más eficaz. Una Fiscalía que meta a los bandidos a la cárcel puede significar un salto cualitativo en la construcción de la democracia en Colombia. Parafraseando a Jorge Eliécer Gaitán, una restauración moral de la Fiscalía será el primer paso para una restauración moral de la República. Por eso, hay tanto bandido con miedo, porque alguien medianamente decente al frente del ente acusador puede significar el fin de muchos privilegios que se han construido históricamente sobre la impunidad.
Solo una cosa puede dejar tranquila a la nueva Fiscal: haga lo que haga, será muy difícil ser peor que la administración que, felizmente, está por terminar.