Hoy el ascenso de las derechas suscita debates ideológicos y ambigüedades semánticas. ¿Toda expresión de derecha y ultraderecha radical es fascismo?
Laura Doncel
Para responder a esta pregunta, hay que caracterizar lo que es el fascismo. Umberto Eco, en 1995, se refirió al fascismo, en primer lugar, como un totalitarismo confuso, un collage de distintas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones y, en segundo lugar, como algo “eterno”.
Para Gramsci, el fascismo era un complejo social cuya génesis estuvo después de la Primera Guerra Mundial dentro de la burguesía europea. Se presentó como una alternativa totalitaria a la crisis económica del momento.
El capitalismo, al estar en una crisis cíclica, provoca una sensación de amenaza en la clase dominante. Esta responde con coerción y violencia para perpetuarse. Una de sus características principales es apelar a un nacionalismo radical y patriotismo para particularizar la crisis, presentándola como un problema netamente local. De este modo, evita el internacionalismo obrero y su organización.
El reencauche
Tras la génesis del fascismo, que se nutría de simbologías simples inspiradas en el Imperio romano y discursos individualistas, elementos que sirvieron también para inspirar a Hitler y presentarse a su vez como una alternativa en el panorama después de la guerra, se hizo evidente en cada uno de los contextos del mundo, incluso en nuestra América, cómo la derecha y la ultraderecha han reciclado distintas tácticas del fascismo.
En Italia, la presidenta del Consejo de ministros, Giorgia Meloni, públicamente afirmó ser admiradora de Giorgio Almirante, fundador del Movimiento Social Italiano, partido de corte fascista y donde militó Meloni en su juventud. Ella llegó al poder desde el discurso de una reagrupación nacional, en defensa de la patria, contra el sindicalismo y la organización obrera. Del mismo modo, en Alemania, la extrema derecha obtuvo en las pasadas elecciones una votación histórica que no lograba desde la Segunda Guerra Mundial utilizando el mismo discurso.
Donald Trump, en Estados Unidos, llegó a la presidencia por segunda vez, porque propuso salvar a su país desde el autoritarismo, señalando unos blancos específicos, tal como lo hace el fascismo desde la narrativa del enemigo interno. Culpa de la crisis a las poblaciones vulnerables y despojadas, así como a todo aquel que se atreva a “traicionar a la patria”, adoptando un estilo macartista.
En El Salvador, Nayib Bukele replicó esta lógica a partir del punitivismo y un control territorial característico del autoritarismo. En Colombia, la ultraderecha también apeló en varias ocasiones al miedo y al terrorismo de Estado para conservar el poder estatal.
Pero todas estas expresiones y mecanismos de la burguesía para mantenerse en el poder y no permitir que la clase trabajadora pueda socavar sus privilegios, no resultan en toda medida fascismo.
El fascismo no es entonces un concepto genuino, uniforme y terminado. El fascismo se va haciendo y adaptándose en tanto cambia cada lectura de la realidad; el fascismo supo actualizarse a cada contexto social, cultural y político. No obstante, los ejemplos aquí citados y situados en todo el mundo no constituyen un carácter fascista como partidos y movimientos, aunque repliquen discursos e ideas de este corte. Ninguno de estos partidos anhela acabar la democracia y tampoco son totalitarios. No todo político racista y xenófobo es un fascista, incluso dichos discursos existieron antes del fascismo.
Derechas confusas
Con la crisis actual del capitalismo y la agudización del neoliberalismo, la formación política e ideológica de las masas se ha vuelto cada vez más nula, lo cual es uno de los grandes resultados del sistema capitalista. La inmediatez de las redes, la sobreoferta de publicidad e información basura fabricó una población cada vez más dispersa y autómata. Incluso quienes han tenido acceso al capital cultural llegan a escenarios de poder sin un discurso claro ni una ideología concreta.
Hoy puede afirmarse que ni siquiera los líderes de extrema derecha tienen clara sus posturas y contra quién luchan. Estas posturas son un conjunto de retazos de varias posiciones ambiguas y poco estudiadas, orientadas simplemente a defender sus privilegios que perciben como amenazados, aunque todo ello integrado a la democracia. Sabemos pues que esto no es una contradicción de la ultraderecha, ya que la democracia liberal de hoy contribuye a fortalecer el capitalismo. Lo que sí es una contradicción es ser un fascista que la defienda.
Precisar quién es el enemigo
En conclusión, no se puede tachar a toda expresión ultraderechista de fascista, aunque en algunos partidos de derecha existan minorías que reivindican abiertamente el nazismo. Estos partidos no se constituyen desde elementos esenciales como la milicia, el régimen totalitario, el militarismo y la expansión imperialista.
Tachar todo bajo categoría de fascismo resulta peligroso porque impide identificar con claridad quién es el enemigo y de qué manera lo combatimos. Además, corremos el riesgo de replicar la misma dinámica desacreditadora de la derecha de tachar todo progresismo o postura de izquierda de comunismo, con el propósito claro de confundir y vencer.