viernes, mayo 10, 2024
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Israel bombardea, no importa cuándo leas esto

La más reciente agresión sionista contra la franja de Gaza hace parte del recurso de las acciones del antiterrorismo para gestionar crisis internas

Federico García Naranjo
@garcianaranjo 

Esta semana se conmemoran los 75 años de la Nakba (la catástrofe), forma como se llama a la expulsión de los palestinos de su tierra por cuenta de la decisión de la ONU de fundar el Estado de Israel. En aquel momento, alrededor de 750 mil personas –casi la mitad de la población palestina– fueron desplazadas forzosamente de sus hogares por bandas paramilitares sionistas y les fueron arrebatadas sus tierras, sus bienes y sus derechos, provocando la crisis de refugiados más prolongada del mundo.

En la actualidad, cerca de seis millones de palestinos todavía viven refugiados en países vecinos como Jordania, Siria o Líbano y muchos en campamentos ubicados en los propios territorios de Gaza y Cisjordania.

Golpe con golpe

En esta semana de pesadumbre y recuerdo, y tras dos días de alto al fuego, parece haber llegado a su fin la operación ‘Escudo y flecha’, el más reciente episodio de la sistemática agresión que sufre el pueblo palestino por cuenta de su vecino ocupante.

La “operación” en realidad se trató de una serie de bombardeos israelíes contra supuestos objetivos de la organización de resistencia Yihad Islámica Palestina y su estructura militar, las Brigadas Al Quds. Los ataques dejaron un saldo de 33 personas asesinadas, entre ellas seis niños y tres mujeres, así como 147 heridos y más de 50 edificios y casas destruidas.

La resistencia palestina respondió al ataque con el lanzamiento de centenares de cohetes que, como sostiene el periodista Ramzy Baroud, si bien siguen siendo artesanales, son mucho más sofisticados que los célebres cohetes Qassam, utilizados en defensa del país durante el primer decenio de este siglo. La valiente e inesperada respuesta de la resistencia palestina y la propuesta de paz del gobierno de Egipto hicieron que Israel aceptase la mediación de El Cairo y pactara un alto al fuego, no sin antes lanzar un par de ataques más tras la firma del acuerdo, como para dejar en claro que puede suspender la tregua cuando le plazca.

Cortina de humo

Si bien la operación ‘Escudo y flecha’ podría parecer solo el recrudecimiento temporal de un constante asedio contra Palestina, es decir, un ataque brutal, pero al fin y al cabo un ataque más, lo cierto es que debe comprenderse en el marco de dos contextos, uno inmediato y otro de largo plazo.

El inmediato es que el gobierno de Benjamin Netanyahu, el más ultraderechista de la historia de Israel, enfrenta una aguda oposición interna que se expresa en masivas movilizaciones de protesta contra la anunciada reforma a la justicia, medida que le daría al gobierno poderes casi dictatoriales.

La agresión militar podría entenderse como una “cortina de humo” lanzada por el gobierno israelí para distraer a la opinión pública y amainar las protestas, algo por lo demás frecuente en la historia reciente de Israel. Recuérdese la operación “Plomo fundido”, lanzada por la primera ministra Tzipi Livni en 2008, que dejó 1.314 palestinos asesinados y 5.300 heridos. En aquella ocasión, Livni en sus propias palabras “se volvió loca” y desató uno de los más feroces ataques contra la franja de Gaza para mostrarse fuerte ante el electorado más conservador.

Vale decir que le funcionó porque fue reelegida en febrero de 2009; sin embargo, tras la debacle militar de 2012, perdió las elecciones y su partido desapareció del mapa político. En esta ocasión, parece que la aventura bélica de Netanyahu no ha surtido los efectos esperados. Solo después de unas horas de acordarse el alto al fuego, las protestas se reavivaron con más fuerza en las calles de las ciudades israelíes.

Esta inestabilidad política interna explica el aumento en la frecuencia e intensidad de los ataques contra Palestina, ya que solo en lo que va corrido del año y en diferentes incursiones, 152 palestinos han sido asesinados, entre ellos 24 niños y cinco mujeres.

El laboratorio

La reciente agresión contra Palestina también debe comprenderse en un contexto de largo plazo. Como lo recuerda Ramzy Baroud, el documental The Lab (El laboratorio) –estrenado en 2013 y censurado en todas las plataformas de internet– demuestra cómo la Franja de Gaza se ha convertido en un campo de pruebas para que el ejército israelí pueda aprender sobre el terreno, mejorar sus tácticas de combate y desarrollar nuevo y mejor armamento.

Ello explica la superioridad militar de Israel sobre sus vecinos, aunque debe reconocerse que sobre ella hay mucho de mito. A pesar de poseer armas nucleares –eso sí, no declaradas ante el Organismo Internacional de Energía Atómica, Oiea– la entidad sionista no gana una guerra desde 1982. Ese año invadió el Líbano cometiendo crímenes de lesa humanidad como las masacres de Sabra y Chatila, donde fueron asesinados más de 3.500 refugiados palestinos.

No obstante, desde entonces la historia militar de Israel no ha narrado una sola victoria digna. Eso sí, ha sido la historia de constantes bombardeos sobre objetivos civiles y militares de Siria, el genocidio continuado contra los palestinos y las sucesivas y humillantes derrotas propinadas por el movimiento de resistencia libanés Hezbolá, como en 1996 y en 2006.

Indiferencia y complicidad

Mientras la ocupación se cobra todos los días la vida, las tierras y el bienestar de los palestinos, este crimen contra la humanidad pasa desapercibido para la llamada “comunidad internacional” y, por supuesto, para los medios corporativos de comunicación.

Los aparatos sionistas de propaganda repiten el delirante relato de la “defensa” de Israel, mientras los medios tratan de vender la idea del “conflicto” como si no se tratase de un ejército ocupante entrenado y armado con aviones de combate y tanques de guerra contra una milicia de resistencia armada solo con fusiles y cohetes artesanales.

Existe un doble rasero evidente en la forma como se tratan los conflictos alrededor del mundo. Mientras pueblos europeos como el ucraniano despiertan la solidaridad de Occidente, pueblos árabes, negros, asiáticos o latinos que son víctimas de agresiones o guerras, que apenas son mencionados por los medios de comunicación y si acaso ameritan una escueta declaración de “preocupación” por parte de organismos como la ONU o la Unión Europea.

La propaganda sionista se esfuerza en acusar de antisemitas a quienes criticamos las genocidas políticas del gobierno de Israel. Ello es una grosera manipulación. Primero, porque los pueblos árabes –como los palestinos– también son semitas, no solo los judíos. Segundo, porque la denuncia por racismo y discriminación es contra el Estado de Israel, no contra el pueblo judío, que en su mayoría no vive en Israel: ama la paz y es solidario con la causa palestina.

Y tercero, porque declarar el carácter exclusivamente judío del Estado de Israel fomenta el verdadero antisemitismo. La entidad sionista hace limpiezas étnicas, no respeta la soberanía de Gaza y Cisjordania, impide la formación de un Estado Palestino, proclama ilegalmente a Jerusalén como su capital, no devuelve a Siria los Altos del Golán ni las Granjas de Shebaa, expande todos los días sus asentamientos ilegales en tierras palestinas, bombardea a sus vecinos e impide el retorno de los refugiados. En otras palabras, Israel es un Estado genocida y al declararse judío, provoca que muchos identifiquen a Israel con el judaismo.

Ser antisionista no es ser antisemita. Es, de hecho, todo lo contrario, un antisemita es un racista mientras que un antisionista es un humanista.

Sionistas: llegará el día de los justos.

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