Una crónica que reivindica a la mujer del puerto petrolero, de hablar claro y sin rodeos, de liderazgo social y comunitario junto al proletariado industrial
Patricia Mendoza
Corría el año 2011, una compañera del colegio y yo íbamos camino a Bucaramanga, ciudad que sería por cuatro años nuestro hogar, pues buscábamos continuar con los estudios universitarios. Alegraba el recorrido una buena música que sonaba en el reproductor de la camioneta que iba manejando el padre de mi compañera. Incluso hoy, cada vez que escucho el tema “Fuego en el 23” recuerdo ese recorrido por carretera. Un viaje largo por los trancones, pues el paso se cerraba a cada tanto debido a fallas en la carretera. Pero nada aburrido. Yo iba con mucho entusiasmo.
Al llegar a nuestro destino, ese entusiasmo se me esfumó en menos de un mes por la bienvenida que algunas personas nos dieron al pisar la universidad. Aunque la mayoría eran gente amable y agradable. Expresiones molestas como «ahora es que salgan embarazadas como la mayoría de las barranqueñas que llegan acá» o «no se vayan a poner a buscar marido como las otras barranqueñas», eran una constante cada vez que conocíamos a alguien, esos comentarios se repetían casi a diario. Nunca sabíamos qué responder, así que solo optábamos por reírnos.
Entre tantos comentarios mal intencionados, el que me irritaba más recordar era el de una compañera de clase. Ella nos preguntó una vez con una mirada y sonrisa pícaras si era verdad que las mujeres de Barrancabermeja somos calientes. Le preguntamos a qué se refería y nos respondió con un «ay, ustedes saben» y sonrió con picardía nuevamente. Sí, claro que sabíamos a qué se refería y por eso fue incómodo el momento. Ahora pienso que fue por pura ignorancia su atrevimiento y que esa forma en que nos miran los de afuera no tiene nada de nuevo.
Jacques Apriles–Gniset cuenta en su ensayo Génesis de Barrancabermeja que, en la literatura relacionada con nosotras, parece que solo nos visualizan acostadas. Entonces ¿qué se podía esperar? Aunque no creo que ella y todo el que pensara así haya leído detenidamente nuestra literatura y mucho menos nuestra historia. Por eso empecé a buscar más sobre Barrancabermeja y supe que somos algo más que putas y petróleo.
Lo que muchos ignoran es que, por el año 1920, cuenta Apriles que, en Barrancabermeja la mujer colombiana, plebeya y trabajadora alcanzó una libertad individual en el país concordatario y puritano que, en otras partes, las mujeres aún no gozaban. Es que, en la bella hija del sol, se estaba forjando un nuevo tipo de mujer de pueblo, para nada sumisa teniendo en cuenta su época. Una mujer de la calle que, además de salir a trabajar, como lavandera, cocinera, vivandera o en servicio doméstico, salía a protestar colectiva o individualmente y de ser necesario, protestaba en forma combativa junto al proletariado industrial. Una mujer con conciencia social.
Así, surgidas de las aguas del Magdalena imperial, nacieron las hijas de Yarima. Mujeres barranqueñas que hablaban claro y sin rodeos e iban ejerciendo su liderazgo por las calles del puerto petrolero.
¿Será que a esto se refería con que somos «calientes»? A lo mejor era yo quien juzgaba mal sus palabras ¿Cuál sería el concepto de libertad que tenían esas personas? O como muchos ¿le jugaban a la doble moral? Ya no lo sabré.
Aun así, que grato fue para mí cruzarme con este tesoro histórico. Me gustaría regresar a ese momento solo para darle una breve clase y decirle con orgullo, mirándola a los ojos, que sí, que las barranqueñas somos mujeres de calle y ¡que calientes nos ponemos estando allí!