El filme, dirigido por Water Salles, ganó el Premio Óscar a mejor película extranjera
Juan Guillermo Ramírez
Aún estoy aquí es la más reciente película del brasileño Walter Salles, al que le debemos una película estremecedora como Estación Central, la biográfica Diarios de motocicleta y una lamentable adaptación de la inolvidable y poética novela de Jack Kerouac, En la carretera.
Cuenta la historia de un desaparecido durante la dictadura militar, la que ahora la extrema derecha brasileña niega y disculpa. En 1971, Rubens Paiva fue detenido, torturado y asesinado. Salles se coloca del lado de su esposa Eunice y, sin regodearse en más dramatismo que el de la ausencia, el silencio y la fortaleza de una mujer obligada a tragarse el odio y seguir adelante, compone una historia clara, ortodoxa y lúcida como reconocible en la indignación y el dolor.
Salles retrocede al Brasil de la dictadura militar para narrar una tragedia. La barbarie de las dictaduras que no sabe a cuánta gente desapareció. Basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, en las que narra cómo su madre se vio obligada al activismo político cuando su marido, el diputado izquierdista Rubens Paiva, fue capturado por el gobierno durante la dictadura militar de Brasil en 1971.
La trama
Nos cuenta con veracidad y naturalidad, sin empalago, que puede existir una familia feliz. Son un matrimonio y sus cinco hijos adolescentes. Tienen el mar enfrente, una solvente situación económica, se quieren, se entienden, ríen, se toleran. El padre fue diputado y ahora ejerce de ingeniero.
Un día aparecen en su casa unos señores más educados que siniestros y le piden al padre, a la madre y a una de las hijas que los acompañen a una oficina. Nunca mostrarán la práctica de torturas, el ejercicio más salvaje para doblegar al indefenso, pero sí las huellas anímicas de la tortura interna.
Las mujeres regresarán a su casa después de unos días kafkianos. Del padre no volverán a saber nada. Salles narra esta tragedia con complejidad y sutileza. Tiene la sensación de que todo es verdad. Es una historia sobre un asunto tenebroso, el de la pérdida definitiva del paraíso. Y dispone de una actriz excelente, sobria, con clase, revelando lo que ocurre dentro de esa mujer desgarrada sin hacer el menor aspaviento, sin pedir compasión, con una mirada y una actitud siempre dignas. Se llama Fernanda Torres.
La película se esfuerza en narrar el trabajo de la protagonista por exigir al Gobierno que reconozca la muerte de su marido. La suya es una lucha desesperada, pero, y con todas las precauciones, también ilusionada. Se trata de una pelea mantenida por una madre que se negó a callar, que se obligó a sí misma a entregar un futuro entero y cierto a sus cinco hijos. No se trata solo de reclamar justicia sino de ofrecer honestidad.
La película tiene aportes narrativos. El inicio establece dos de los principales motivos formales: Eunice en el mar y el helicóptero que sobrevuela. Su sonido va a estar omnipresente –recordando el clima de vigilancia policial-militar– y la playa va a ser escenario de varios momentos felices.
Dictadura y familia
Luego de la extensa y opresiva etapa de Eunice en prisión, hay un momento de optimismo en el que Eunice consigue una evidencia de que Rubens fue efectivamente detenido, algo esencial para perseguir las acciones judiciales para intentar encontrarlo y liberarlo.
Ella decide, entonces, festejarlo invitando a los hijos a cenar afuera en una heladería y se toma otro purificador baño de mar, igual que al inicio. Solo que, al volver, le llega la noticia de la muerte de Rubens, que escucha todavía en vestido de baño, mojada de agua salada.
La subsiguiente ida a la heladería va a estar contagiada por su callada angustia mirando a las familias circundantes, que ostentan una unidad que su propia familia perdió para siempre. Sus hijas mayores intuyen que algo pasa. El inicio de la siguiente época de la película, en 1996, comienza con Babiu haciendo natación en una piscina en San Pablo, variante de aquella imagen inicial de Eunice en el mar.
De forma clásica, evitando el sensacionalismo, las músicas lacrimógenas o los dramas excesivos, la historia se cuenta de manera natural, centrándose en la intimidad de una familia y cómo la dictadura amenaza lo más íntimo de los seres humanos, irrumpiendo en la esfera privada para cercenar las vidas de quienes consideraba disidentes y de todos sus familiares. Tortura física y psicológica, en la que no se recrea el director, que deja fuera de campo.
Le apuesta todo a la fuerza de una mujer, silenciosa y sonriente, que, apuesta por seguir viviendo, por hacer justicia y por ser feliz. El uso de las fotografías que se tomaban los miembros de la familia, de los vídeos en Super-8 que la hija mayor graba y las imágenes de la televisión encendida en la casa ayudan a contar una historia que permite empatizar a todos los espectadores y partir de la historia de vida de un individuo a una historia de toda una generación, de todo un país.
La temática
“Nunca pensé que mi generación vería resurgir la extrema derecha”, decía el director en la rueda de prensa. “Siento la angustia de los tiempos que vivimos y creo que es importante hablar de ello”.
Es una obra de un autor que respeta el poder de la imagen, no solo en cada toma, sino en el ejercicio de transmitir ese fervor a sus personajes, especialmente esos que descubren el mundo, como la hija que con cámara en mano busca dejar para la posteridad cada momento, desde los días en playa en los que la felicidad parece perenne, hasta el adiós a una casa que fue el universo y todos sus planetas. Como un explorador de la imagen, el autor respeta los medios y traslada al espectador a las épocas en sus formatos de grabación y espíritu.
La búsqueda de Eunice de una respuesta de las autoridades, el deseo de encontrar el paradero de su esposo y la ubicación de su cuerpo, es esencial a la trama, al tiempo que comienza a acompañar su rol de madre y ama de casa con el de la abogada y activista especializada en derechos humanos.
Con mucha habilidad, el guion de Salles trabaja sobre dos temas fundamentales en Latinoamérica: la figura del desaparecido y la de esta madre, Eunice, quien ya convencida de que su esposo no volvería jamás, se graduó en derecho y abogó por los derechos humanos de las víctimas de la represión política y sus familias, así como por los derechos de los pueblos originarios.