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Los poetas y la espada de Bolívar

A partir de la alusión y desenvainamiento de la insigne espada, por parte del presidente Gustavo Petro, se trae a la memoria pasajes de los poetas que la atesoraron y su relación con la paz y la guerra

Guillermo Linero Montes

El imaginario colectivo da por cierto que, entre los seres humanos, los poetas son incapaces de portar un arma. Y eso es un efecto lógico si consideramos que su tarea es el ennoblecimiento del mundo y no su degradación.

Desde la antigüedad hasta nuestros días, los poetas no han hecho más que enseñarnos a apreciar el gusto por las cosas vitales y el respeto por lo que nos rodea. Por eso existen poemas que exaltan tanto a héroes y dioses como a objetos cotidianos, como unos zapatos o unas cebollas.

Del mismo modo, los creadores de los otros géneros del arte ─actores, pintores, músicos, etc.─ parecen estar envueltos en la misma aureola de naturaleza benévola. Con todo, sabemos que a algunos poetas, por obligación civil o por amor a la patria, les tocó en suerte empuñar las armas.

Los poetas medioevales, por ejemplo, se dedicaron a forjar su catadura de truhanes, y no a las buenas costumbres. Y como el espíritu humano es inestable, hay santos que un día nos sorprenden con sus pecados; el poeta François Villon, por ejemplo, mató a un cura de una pedrada.

Horror y belleza

La mayor parte de los creadores ─por definición opuestos a los exterminadores─ son seres moralmente limpios; y no es raro que ello se deba a su oficio, que implica trabajar con una materia tan delicada como es lo artístico. La armonía de la música, el equilibrio de las formas, la cadencia de los poemas…, son materias ligadas a la galanura. Tal vez por ello los artistas se expresan especialmente en torno a un inamovible criterio:  usar la belleza como medio para decir incluso hasta el horror: “Al horror le agrego más horror”, dice un fabricante de espejos en un poema de Juan Manuel Roca.

Ese ejercicio de trabajar con exigencias compositivas y de seducción sonora, hace que las palabras del poeta parecieran concebidas para decirlas al oído de cada lector. Y es así porque las palabras existen para dar y no para quitar vidas como lo hacen espadas y pistolas. En efecto, pienso en esto ahora, porque con el advenimiento del gobierno de Gustavo Petro se ha puesto en boga la espada de Bolívar, que, hasta donde sé, nunca ha ejercido su cometido.

Miguel Ángel Gutiérrez, estudiante de licenciatura en Literatura, en la Universidad del Valle, recupera este pasaje de nuestra historia en el periódico La palabra: “Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos y apunta ahora contra los explotadores del pueblo”, anunciaba la nota encontrada en la escena del robo, perpetuado por el entonces naciente grupo armado M-19.

La acción, ocurrida el 17 de enero de 1974, había dejado su marca con pintura negra en una pared del museo Quinta de Bolívar ─en el centro de Bogotá─ donde se resguardaba la espada. Álvaro Fayad, uno de los líderes del movimiento, ingresó al museo comandando el grupo de cinco hombres que efectuarían el robo.

Los poetas tienen la clave

Tanto el presidente como la periodista Patricia Lara, apenas hace dos años, dieron por chiva que la espada la guardaba el poeta Armando Orozco Tovar; pero la realidad es que ya, 17 años atrás, el escritor Germán Espinosa, lo había hecho público en sus memorias, aunque, quizás, nadie le creyó en su momento.

Lo cierto es que, aunque la espada de Bolívar no estuvo siempre en manos de poetas, sí lo estuvo al menos en su primera y última fase. En un principio fue confiada al poeta León De Greiff ─y no a Luis Vidales, como creía la inteligencia militar por aquello de La Obreriada. De Greiff la mantuvo cierto tiempo, hasta que la entregó, no sabemos si al mismo Armando Orozco, quien la tuvo hasta el último momento.

Las armas ─y esto hay que repetirlo mil veces─ no son necesarias. Sin ocultar su historia, hay que eliminarlas, incluso en su calidad de símbolos, porque, igual que al fabricante de espejos que duplica el horror, las armas suelen multiplicar el mal.

¿Y cómo defendernos desarmados, en tiempos en los que ya es un delito y un pecado cazar animales, y en el que contamos con desarrollados sistemas de seguridad preventiva? La respuesta la tienen los poetas: usando solo las palabras.

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