¿De qué escribía Ibargüengoitia? Del absurdo mexicano. De esas cosas que son muy normales pero que ante los ojos de las audiencias de otros países son irreales
Juan Guillermo Ramírez
Basada en la novela de Jorge Ibargüengoitia, narra el ascenso y caída de las hermanas Baladro que en los años 60 levantaron un imperio de burdeles y pasaron a la historia como las asesinas más despiadadas del país.
Uno de los más relevantes cineastas mexicanos, director de exitosos y críticamente valorados títulos como La ley de herodes, La dictadura perfecta y ¡Que viva México! –todo un especialista a la hora de satirizar la actualidad y la historia política de su país– debuta en las series como creador y director de los seis episodios de Las muertas, adaptación al audiovisual de la reconocida novela Las poquianchis Ibargüengoitia publicó en 1977.
La novela parte de un hecho histórico real de la llamada “crónica roja”, cambiando nombres y circunstancias específicas. Y la serie es fiel a esa versión, siguiendo los hechos tal como fueron narrados por el escritor. Usando ocasionalmente un formato de entrevistas hechas en un momento cronológico indeterminado de la historia, Las muertas funciona como una continua serie de flashbacks que van mostrando distintos episodios y circunstancias en la evolución de las hermanas Serafina y Arcángela Baladros, que para cuando comienza la historia, intentan comprar un terreno para montar un burdel.
Los inicios del burdel
Mientras la historia se enfoca en la relación entre Serafina y el panadero Simón, con el que tiene una tórrida, pero a la vez complicada relación romántica, Arcángela mueve sus contactos políticos para poder inaugurar lo que luego será el Casino del Danzón, popular burdel de la ciudad al que van los políticos y empresarios, y que es hasta bendecido por el párroco local.
Pero mientras Serafina maneja –muchas veces sexualmente– a la policía local y el burdel se transforma en un éxito, empiezan los problemas. Si bien la serie está «vendida» como la historia de unas asesinas seriales, hasta bastante avanzado el relato nada de eso sucede acá.
Lo que Estrada va contando es cómo el poder político va cercenando las posibilidades de las hermanas Baladros de tener su burdel. Le cierran uno, ellas abren otro, le cierran el siguiente y así, hasta que las mujeres llegan a un estado crítico en lo que respecta a lo económico, a lo que se suma un fastidio y desprecio por la hipocresía de la sociedad local que las subleva.
Y ahí sí, a partir de la muerte por una mala praxis de una de sus prostitutas, la cosa empieza a oscurecerse del todo. Primero, mediante algunos raros accidentes. Luego, de una manera un tanto más brutal.
Un retrato psicológico
Filmada con un registro clásico y musicalizado al mejor estilo Hollywood de los años 50, Las muertas apuesta por un formato tradicional en cuanto a lo estilístico, más allá de una franqueza sexual más propia de décadas posteriores.
Con un tono que empieza ligero y se va poniendo más denso con el paso de los episodios, la serie abandona lo cómico y se torna violenta, mezclando crítica política con escenas propias de un relato de suspenso, siempre poniendo como protagonistas a dos mujeres complicadas, que son a la vez víctimas del maltrato de los poderosos, pero también replican ese maltrato y engaños con las muy jovencitas chicas que explotan para trabajar con ellas.
La serie logra crear un clima ominoso en tanto las Baladro van perdiendo de a poco su status y poder social y terminan escondidas y sin dinero, con un plantel de chicas desahuciadas que siguen viviendo con ellas. Y a partir de allí la situación ya tomará ribetes terroríficos, bien propios de la crónica roja que hizo famoso el caso en los años 60. Las muertas crecen en tensión y gravedad, para lograr hacer un retrato psicológico y ético que habla de la hipocresía y la crueldad de la sociedad mexicana de esa y de todas las épocas.
El absurdo mexicano
La estructura de la serie funciona, Estrada hace de cada capítulo una película de género cambiante: thriller policiaco, novela erótica, historia de terror, cinta sobre escape y crónica sobre la corrupción en México donde autoridades y población se disputan la culpabilidad de estos hechos macabros.
Por primera vez en poco más de 25 años, Estrada abandona la gruesa pluma con la que usualmente traza su cine, pero sin dejar nunca de ser mordaz pero sí presumiendo una elegancia en el ritmo del montaje.
El cineasta parte por primera vez desde la incertidumbre sobre la naturaleza de sus personajes, multiplicando poco a poco a los posibles culpables en una gama de grises que no hace automática la condena por parte del espectador. Estrada no puede dejar de serlo y se permite algunos excesos que ya se veían en sus obras anteriores: escenas de sexo sin pudor, aunque innecesarias, violencia gráfica, y un momento que, aunque excesivo, parece cumbre: un escudo nacional donde en vez del águila se trata un zopilote.
¿De qué escribía Ibargüengoitia? Del absurdo mexicano. De esas cosas que son muy normales pero que ante los ojos de las audiencias de otros países son irreales. Se le ocurrió, en los años 70, escribir una novela sobre un famoso caso de nota roja, el
familia que, palabras más, palabras menos, desaparecía mujeres.