viernes, abril 19, 2024
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La oposición y la estrategia de desgaste

Las movilizaciones convocadas por la extrema derecha fueron una muestra de lo que busca la oposición: acorralar sistemáticamente al Gobierno con base en mentiras y desinformación

Federico García Naranjo
@garcianaranjo 

La oposición se echó de nuevo a las calles. A pesar de que los anuncios de golpe de Estado o paro nacional no pasaron de ser una bravuconada, en la continuación de lo que parece una estrategia de desgaste, sectores de la extrema derecha convocaron manifestaciones en todo el país para protestar por los proyectos de reforma del Gobierno y para oponerse, sin más, a la figura de Gustavo Petro.

En algunas ciudades las marchas fueron nutridas, como en Medellín, Cali y Bogotá y en su mayoría fueron pacíficas, aunque también hubo algunos hechos de violencia que merece la pena analizar.

La cobertura de los medios de comunicación fue tal como se esperaba. Como se dijo en estas páginas, la confluencia de las dos manifestaciones a favor y en contra del Gobierno en la misma semana iba a ser presentada por los medios de comunicación como un “pulso político en las calles” donde, según su versión, la oposición obtendría una clara victoria. Y así fue.

Siendo predecibles hasta la náusea, los medios calificaron las manifestaciones del martes como “lánguidas” y las del miércoles como “masivas”, aunque debe decirse que a pesar de que los formatos eran distintos –concentraciones organizadas y marchas espontáneas– ambas fueron seguidas por numerosas personas.

Puesta en escena

El hecho de que en Colombia haya protestas de una oposición de derecha es algo insólito. Este nuevo fenómeno ha venido configurándose como un espectáculo con sus particulares rasgos estéticos, porque de alguna manera una manifestación es también una performance, una puesta en escena, un show convertido en hecho político.

Así, el uribismo en las calles se percibe como una confluencia de sectores deprimidos de clase media con lumpenproletarios que defienden un discurso construido a partir de la desinformación donde abundan lugares comunes como “libertad” o “democracia”. Lucen una estética construida a partir de símbolos tradicionales como la camiseta blanca, la bandera y los sombreros vueltiao y aguadeño y profieren sus consignas con tal vehemencia y visceralidad que parecen más propias de personas no indignadas sino con miedo.

Y es allí, en el miedo que subyace bajo la histeria, donde radica el peligro de la forma como se está construyendo el discurso y por ende la identidad de la oposición uribista.

Como ya se ha registrado en estas páginas, la extrema derecha en todo el mundo y en Colombia sigue la estrategia del estadounidense Steve Bannon, quien propone inundar la agenda pública con mentiras y desinformación para sacudir los sentimientos más básicos de las personas como la ira. “Salir a votar berracos”, en nuestra versión criolla.

Iras y mentiras 

Como se ha dicho, las marchas de la oposición fueron en su mayoría pacíficas. Sin embargo, bastaba con que alguien con una cámara y un micrófono se acercara a los manifestantes e indagara por los motivos de la movilización para convertirse en blanco de gritos e improperios que lo acusaban de vendido al Gobierno cuando no directamente de terrorista.

En Medellín se vieron las escenas más preocupantes cuando varios manifestantes agredieron a periodistas de medios de comunicación alternativos y destruyeron una réplica de la paloma de la paz de Fernando Botero, obligando al alcalde a ordenar el desalojo de la Plaza de la Alpujarra.

Es cierto que no hubo destrozos de mobiliario urbano, no se rompió ninguna vitrina ni se quemó ningún cajero automático, en buena medida porque el Gobierno respetó el derecho a la movilización y porque la fuerza pública nunca agrede a las manifestaciones de la derecha.

Pero la violencia, que no se vio en los vidrios rotos o los manifestantes agredidos, sí se pudo percibir –y con mucha claridad– en el discurso de quienes fueron registrados por los medios alternativos. Una violencia que se expresa en la descalificación del adversario y en la legitimación de la fuerza como recurso para resolver los conflictos.

Por eso la calificación de Petro como “guerrillero” o “delincuente” encaja perfectamente en la idea de un presidente ilegítimo y por fuera de la ley, así como los calificativos “mamerto” o “petroñero” sirven para instalar la idea de que los seguidores del Pacto Histórico son algo menos que humanos. Claramente, esta construcción del rival como un enemigo se explica por las mentiras a las que están expuestos los seguidores de la derecha, mentiras que anuncian un futuro apocalíptico y unas consecuencias fatales para el país de seguir como vamos.

El representante Wilson Arias lo expresó con agudeza en un mensaje en la red social Twitter que rezaba: “Argumentos con los que marchó hoy la derecha: Petro es Chávez, no al Che Guevara, contra el adoctrinamiento de niños, la paz es inconstitucional, la salud no es un negocio, por el precio del dólar. Bien que marchen, pero difícil cogerlos en una verdad”. Y tiene razón.

Las protestas contra “la supresión de la religión”, la llamada “ideología de género”, la decisión de “cambiar la marihuana por petróleo” o contra la “llegada de médicos cubanos” demuestran el grado de desinformación de la derecha. Porque como lo sostuvo Fidel, el problema no es tanto que tengan una opinión diferente como que tienen una percepción distorsionada de la realidad.

Pasito a pasito

De momento, estas manifestaciones de la derecha en la oposición, a pesar de ser preocupantes por el lenguaje utilizado y la agresividad demostrada, se han enmarcado dentro de las reglas del juego de la democracia y no constituyen una amenaza inmediata a la paz y la convivencia. De momento. Porque es evidente que no son una expresión espontánea de la ciudadanía que se autoconvoca, sino que forman parte de una estrategia de largo aliento que busca aprovechar cualquier error del Gobierno y cualquier malentendido para impulsar una agenda de mentiras y desestabilización.

Porque recordemos que no estamos aquí ante una derecha culta, democrática y respetuosa de la legalidad. No, estamos ante una ultraderecha sin escrúpulos que no tiene problema en mentir y manipular a sus seguidores con el fin de enfurecerlos y movilizarlos contra unas políticas que solo perjudican a los poderosos de siempre.

Los medios aprovechan cualquier decisión, anuncio o declaración para sacarla de contexto y convertirla en munición contra el Gobierno. Los voceros se encargan de replicar la mentira por redes sociales y son, a su vez, amplificados y reproducidos con entusiasmo por los medios.

Luego, cadenas de WhatsApp comienzan a circular difundiendo esas mismas mentiras por si acaso alguien se había salvado del chaparrón de desinformación. Cuando la gente ya está “emberracada”, los dirigentes de la derecha convocan manifestaciones para que se destile odio y se vocifere contra el cambio. Y finalmente, los medios promueven la idea de que las manifestaciones de la oposición han sido multitudinarias y que el Gobierno tiene cada vez menos apoyos.

Si esto es una estrategia de acumulación de fuerzas, no debemos sorprendernos de que el siguiente paso sea, de verdad, agitar conspiraciones dentro de las fuerzas armadas con el fin de impulsar una ruptura del orden constitucional. Tal vez ese sea el propósito final: calentar las calles e indignar lo suficiente a sus seguidores para que eventualmente apoyen una aventura de ese tipo.

Por ello, el mejor antídoto contra esta estrategia es que el Gobierno haga las cosas bien, las comunique mejor y que el debate se haga con pedagogía, claridad y, sobre todo, eficacia.

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