Hesse de la Montaña
Los cambios geopolíticos no son producto de decisiones abruptas o cortoplacistas, generalmente son resultado de procesos o decisiones que alteran en el largo plazo asuntos estratégicos, sin esta consideración no es posible colocar en el análisis el fenómeno trágico de la guerra y sus consecuencias sociales.
La guerra en Europa, como todas las guerras tienen efectos indeseables, millones de refugiados, la destrucción de la infraestructura productiva y civil tanto en las repúblicas de Donetsk y Lugansk como en Ucrania, además de sus nefastos efectos en el resto del mundo como el alza en los precios de la energía, los cereales y la interrupción de las cadenas globales de suministros, que impactan negativamente la vida de las y los trabajadores, especialmente en Europa.
La motivación profunda de esta guerra es el interes de los Estados Unidos y la Unión Europea en alterar el equilibrio geopolítico surgido posterior a la implosión de la URSS, mediante la expansión de la OTAN a Europa oriental, los países del báltico primero y posteriormente con el ingreso de Polonia, Bulgaria, entre otros. En ese marco y por diferentes medios el imperialismo yankee y europeo han promovido y apoyado diferentes acciones para romper los lazos económicos, políticos, militares y culturales entre los países del espacio postsoviético y la Federación Rusa.
En el caso más reciente de Ucrania, las movilizaciones violentas de los ultranacionalistas en 2014 terminaron en el derrocamiento del presidente Victor Yanokovich y la instalación de un régimen interino, que primero eliminó las lenguas cooficiales de Ucrania como el ruso, posteriormente ilegalizó partidos políticos opositores, entre ellos el Partido Comunista de Ucrania y fue cómplice de las bandas neofascistas que quemaron vivos a cerca de 40 sindicalistas en la Casa Sindical de Odessa en mayo de 2014.
Lo anterior dio nuevos argumentos a los deseos de autonomía de los rusoparlantes en las regiones de Crimea, Donetsk y Lugansk, las cuales fueron descartadas por los ultranacionalistas de Kiev y fueron apoyadas por Rusia, en especial en Crimea donde atraca su flota del mar Negro.
Todo ello desembocó en un conflicto armado de Ucrania contra estas regiones separatistas, que intentó saldarse con los acuerdos de Minsk (2014) y Minsk II (2015) los cuales contemplaron la retirada de armamento pesado, ayuda humanitaria y la concesión de “autogobierno temporal” a las rebeldes por parte de Ucrania, los cuales fueron suscritos por el gobierno ucraniano y los rebeldes, con el apoyo de Francia, Alemania y Rusia, en el que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE, supervisaría su cumplimiento.
El armisticio, la autonomía y autogobierno prometidos a los habitantes de Donetsk y Lugansk establecidos por el acuerdo de Minsk II fue saboteado por Ucrania en repetidas ocasiones; sabemos hoy que fue utilizado por la OTAN para “ganar tiempo”, dotando de armamento y entrenamiento al régimen de Kiev cada vez más represivo y con claros tintes neofascistas, lo que desembocó en un escalamiento de las hostilidades desde 2017 hasta el inicio de la guerra en 2022.
Mientras millones de ciudadanos europeos se movilizan por una salida diplomática y el establecimiento de negociaciones inmediatas para la paz, que son coincidentes con las propuestas de países como China, México y que son apoyadas por India y Sudáfrica y otros países del mundo, los países miembros de la OTAN aseguran nuevos envíos de armas pesadas y ayuda económica al régimen de Kiev, en lugar de impulsar una salida pacífica y diplomática, azuzan la guerra y reactivan el complejo militar industrial.
Entre las propuestas sobre la mesa están volver al tratado de Minsk II, una tregua en la guerra “de al menos cinco años” avalada por un acuerdo multinacional y aprobada en el Consejo de Seguridad de la ONU así como el inicio de un dialogo directo entre Ucrania y Rusia propuesta por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador o la solución del presidente chino Xi Jinping de 12 puntos, los cuales incluyen desescalar las tensiones, reanudar el diálogo, poner fin a las sanciones contra Rusia, eliminar cualquier posibilidad de usar armas nucleares y discutir seriamente la construcción de una arquitectura de seguridad europea equilibrada.
Los comunistas colombianos apoyamos la idea de que la paz en Europa y el mundo es posible si se avanza a un mundo multipolar y cooperativo, que valore la diversidad cultural, que respete la autodeterminación de los pueblos a tener sus propias formas de Estado, gobierno y de organizar su economía, que tenga en cuenta las preocupaciones de seguridad de todas las naciones, y evite el cerco militar a Rusia y China por parte de la OTAN. Las sanciones unilaterales, la carrera armamentista y la amenaza de utilizar armas nucleares, conspiran contra un mundo justo y en paz.