Editorial VOZ 3208
En el editorial de la edición pasada titulamos “Radicalizar el cambio”. Allí esbozamos el tipo de respuesta que debía dar el pueblo ante los ataques al presidente y al proceso de reformas. Varios días después, tuvimos la grata y enriquecedora visita en VOZ de unos de los pensadores marxistas actuales más importantes de América Latina Álvaro García Linera, quien afirmó que “hay que radicalizar las reformas y el progresismo”.
A propósito de la movilización de este 8 de febrero, la historia antigua y reciente enseña que es el pueblo el hacedor de la historia. La lucha solitaria de un hombre y una mujer tiene unos límites impuestos por la institucionalidad burguesa y los intereses de los poderes capitalistas que se evidencian también en la coalición de gobierno. El pueblo soberano no tiene límites. Su despertar, movilización y acción transformadora está por encima de los estrechos marcos constitucionales liberales de los que se agarran los poderes que no quieren el cambio. El pueblo es el único que puede destrabar la pesada maquinaria de un Estado hecho a la medida de los privilegios e intereses de las mafias corruptas que quieren sabotear las reformas y los cambios y quieren tumbar a quien el pueblo le dio el mandato para liderarlo.
Lo que demuestra el momento es que no basta con votar, eso sería quedarse en el mero ejercicio electoral de una democracia formal y representativa. El momento de la actual lucha de clases exige una mayor responsabilidad histórica del pueblo, pues está en juego el sostenimiento de las familias trabajadoras, el empleo, comer alimentos sanos y baratos, el derecho de los y las ancianas a recibir subsidios y la pensión, el derecho de la juventud a estudiar, el derecho a la equidad e igualdad entre mujeres y hombres, a una transición energética que proteja el agua, la selva y los recursos naturales y a que todos los recursos públicos se manejen de manera transparente, sin mafias y sin corruptos. En definitiva, no se trata solo de defender a un presidente, se trata de él, de ella, de ustedes, de nosotros. Se trata de la existencia digna del pueblo colombiano.
Pero varios interrogantes son necesarios. ¿En qué estado está el proceso de organización popular, barrial, obrera y campesina?, ¿el pueblo está fortaleciéndose en la organización desde abajo?, ¿crece en visión y acción anticapitalista?, ¿crece en formación y organización política? Estos balances son necesarios porque un proceso verdadero de cambio y transformación no puede ser solo reactivo y actuar cada vez que le ataquen. Es fundamental y necesario salir ahora a movilizarse, pero lo que verdaderamente garantizará la sostenibilidad de los cambios, que pasa por ganar las elecciones de 2026, es la elevación del nivel cualitativo, organizativo y de acción consciente de las masas. Es el empuje revolucionario del pueblo lo que necesita el proceso iniciado en 2022. Es lo que realmente se podría llamar con mayúscula un Gobierno del Pueblo.
La calle, más que un escenario para la movilización y el despertar popular frente a un hecho concreto –el ataque al presidente y el intento de usurpación del gobierno por parte de las mafias narcoparamilitares– es en realidad el escenario de construcción y fortalecimiento del gran frente social y popular por el cambio. Por ello, el debate sobre la organización unitaria que propone el presidente no debe ser solo entre partidos; debe convertirse en una construcción ciudadana, social y popular.
Los cambios que producen bienestar a las sociedades en oposición a la acumulación capitalista, son impulsados por sus contradicciones como ley fundamental del proceso histórico de la humanidad. Estamos ahora en Colombia ante la profundización y exacerbación de las contradicciones de clase, entre fuerzas progresistas y retardatarias. Modificar las condiciones actuales de pobreza significa alterar el orden económico y político actual, y esto no lo lograrán por sí solos un presidente y un equipo de gobierno, por muy honesta y férrea voluntad que tengan. Solo la acción y la movilización organizada del pueblo son capaces de convertir las contradicciones en cambio profundos. Tal es la tarea que se nos impone en el presente y en el horizonte en Colombia.
El llamado es abierto y firme. Es necesario que la lucha política, legislativa y gubernamental de los partidos políticos que integran la coalición del Pacto histórico y el presidente Petro en cabeza del Ejecutivo, reciba el influjo defensor y la fuerza transformadora del pueblo en las calles.