“Esta es una de las pocas películas chilenas que se atreve a conversar y poner en tela de juicio una verdad bochornosa que el pueblo chileno ha buscado esconder y de la que aún no se atreve a sanar”, Felipe Gálvez
Juan Guillermo Ramírez
La explotación de la Tierra del Fuego por parte de Europa a principios del siglo XX se cuenta en un thriller dramático, implacablemente sangriento del director chileno Felipe Gálvez, en esta su ópera prima.
Este western dramático-thriller casi insoportablemente brutal y violento a la vez explícita, misteriosa y elíptica, recrea parte de la historia detrás de la explotación y colonización de la Tierra del Fuego por intereses comerciales europeos y el ‘establishment’ político de Santiago a principios del siglo XX.
Esto implicó la matanza genocida de pueblos indígenas por parte del empresario José Menéndez, una especie de oligarca latinoamericano al que se le habían otorgado derechos sobre la tierra para la cría de ovejas y utilizó mercenarios para cazar y masacrar a los nativos de la Patagonia; estos asesinos a sueldo incluían al ex soldado del ejército británico Alexander MacLennan, conocido como el ‘cerdo rojo’.
En Chile, en 1901, tres jinetes reciben un pago para proteger una vasta finca. Acompañando a un soldado británico y a un mercenario estadounidense se encuentra un francotirador mestizo, que se da cuenta de que su verdadera misión es matar a la población indígena.
Ambientada en Chile, en la cúspide del siglo XX, en un entorno que parece el fin del mundo, nos sumergimos en este escenario cuando observamos a un grupo de trabajadores que construyen una cerca bajo la supervisión de un hombre a caballo. Ocurre un accidente brutal y uno de los trabajadores pierde una mano. El hombre a caballo se acerca y, a pesar de las súplicas del hombre herido que yace debajo de él, lo ejecuta a sangre fría.
Personajes
Si el mensaje que esto envía no estaba claro, procede a decirles que solo son tan buenos como el valor que pueden proporcionar al dueño de la tierra. Si ya no pueden proporcionar esto perfectamente, bien podrían estar muertos.
El hombre que cometió este asesinato es el ex soldado Alexander MacLennan y el que hace de testigo es Segundo, un mestizo, que pronto descubrimos que es un tirador talentoso. Por lo tanto, tiene valor. Cuando a MacLennan se le ordena patrullar estas tierras, llevará consigo a Segundo y al vaquero estadounidense Bill. Su trabajo es masacrar a cualquier indígena que encuentren mientras deambulan. Terminan haciendo exactamente eso.
La película explora intereses temáticos similares a los de la asombrosa y magnífica Meek’s Cutoff (2010) de Kelly Reichardt o Jauja (2014) de Lisandro Alonso. Sin embargo, hay muchas arrugas distintivas que descubre a medida que se despliega su tapiz, lo que hace que cualquier comparación parezca solo el comienzo de lo que está tratando de decir.
En un sentido, Los colonos cuenta una historia sencilla sobre personas que viajan a caballo después de haber sido encargadas de ‘proteger’ una vasta franja de tierra. En otro, se trata de rastrear las trayectorias de violencia y poder que pueden destruir a todos los que entran en contacto con ellas. Cuando todo esto se reúne de una manera fascinante pero aún dolorosa, Gálvez asegura que debemos mirar sin pestañear el impacto duradero de esta muerte a los ojos.
Violencia por tierras
A diferencia del western americano, signado por la épica, en Los colonos predomina la culpa, sentimiento que deriva no solo del rol del Estado, sino del que también tuvieron los privados en la aniquilación de pueblos enteros, como los selknam.
La película vuelve a citar dicha cultura a través de una escena cargada de exquisita fantasmagoría. Trazar esa línea entre historia y presente no es una conclusión caprichosa, sino una intención que Los colonos subraya en su coda, donde ficción y documental se mestizan.
Lo que Gálvez hace es una crítica película sobre el exterminio de los pueblos originarios, los abusos del capitalismo y el enorme control de las tierras que tienen unos pocos grupos y familias sin hablar demasiado directamente sobre esos temas. Los colonos cuenta la historia cruel de los orígenes de un país (o dos, quizás) marcado por la violencia física, política y económica. Solo hace falta mirar las noticias para darse cuenta que esa disputa por las tierras sigue existiendo hoy y es igual de cruel y salvaje.
Si el western clásico fue necesario para reivindicar la construcción del mito de América, su contraplano moderno no hizo más que desmontar esa fantasía ideológica. Ese proceso de desmitificación se globalizó cuando viajó hacia el sur, y el género admitió sus genes poscoloniales.
Historia chilena
En Latinoamérica, donde el genocidio indígena fue estilo de vida para los conquistadores, el western se convertía en depósito de una memoria histórica que resonaba con fuerza en las paredes del presente. Felipe Gálvez alimenta esa visión del género como espejo de la contemporaneidad en su excelente ópera prima “Los colonos”: el exterminio de los selk’nam, que son un obstáculo para que un latifundista sin escrúpulos abra las rutas de su ganado hacia el océano, será una mancha en la Historia de la nación chilena, que sus altas esferas querrán borrar para salvaguardar la imagen democrática del país.
Es el péndulo de la Historia: de los selk’nam a los desaparecidos y torturados por la dictadura de Pinochet hay solo un suspiro, una confesión en los confines del mundo que se resiste a ser filmada, a aparentar que aquí no ha pasado nada.
Como esas curiosidades propias de las coproducciones, hay dos personajes secundarios de origen argentino: Mariano Llinás interpreta el perito Francisco Moreno, mientras que Luis Machín es un monseñor que representa la permanente alianza de la Iglesia con los poderosos. Más allá de esa participación nacional, se trata de una exploración honesta y una denuncia con más arte que consignas sobre uno de los tantos genocidios que se produjeron en el sur del sur.