Las naciones señaladas bajo el estigma de ‘eje del mal’, encontraron caminos autóctonos de progreso y hoy se agrupan en modelos de desarrollo que convocan a la autodeterminación, a la soberanía de los pueblos y al crecimiento independiente
Redacción internacional
Después de la caída de la Unión Soviética y el bloque de países socialistas de Europa Oriental, las fuerzas del imperialismo creyeron sentirse predestinadas para dominar el mundo, pensaron que su poder era infinito. En ocasiones su arrogancia los llevó a darle un matiz místico a su instinto hegemónico, y hablaron de que su poder tenía inspiración divina. Pero había naciones que no se sometían a sus dictados imperiales, ni creían en ese destino determinista.
Entonces se dieron a la tarea de satanizar a esas naciones y a sus pueblos. Hablaron de ‘estados terroristas’ y en su paranoia llegaron a elaborar una lista de enemigos irreconciliables a los que calificaron como “eje del mal”. Allí estaba, encabezando la lista, la República Islámica de Irán.
Hoy el mundo experimenta cambios acelerados. El poder imperial se deteriora, el dólar como moneda universal, ve reducirse su campo de acción. Los “estados terroristas” no son los que señalaba el Departamento de Estado de los Estados Unidos, sino los centros de poder capitalistas. Terroristas son los que invaden naciones, desatan guerras, masacran pueblos enteros.
En el patio trasero
Las naciones señaladas bajo el estigma de “eje del mal”, encontraron caminos autóctonos de progreso y hoy se agrupan en modelos de desarrollo que convocan a la autodeterminación, a la soberanía de los pueblos y al crecimiento independiente.
Es en ese escenario en el que el presidente de la República Islámica de Irán, Ebrahim Raisi, inició una gira por tres países de América Latina: Cuba, Venezuela y Nicaragua, es decir, se le metió, con todo y sus demonios, al patio trasero de los Estados Unidos.
Un patio que hace mucho tiempo dejó de ser parte de la Casa Blanca como lo muestra el legado de gobiernos como los de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa, Luiz Ignacio Lula y Evo Morales, entre otros.
Irán está en su derecho
Después de 44 años de Revolución, la República Islámica de Irán ha ido consolidando una presencia que trasciende el ámbito regional, que extiende sus vínculos por el conjunto de Asia y ahora también lo hace por Latinoamérica. Irán está en su derecho de ampliar ese abanico de relaciones y disputarse la posibilidad de salir del enclaustramiento que los poderes hegemónicos le han querido imponer.
La presencia de Irán en América Latina es un aire nuevo, necesario, que apunta a conseguir la segunda y definitiva independencia, “aquella por la cual hemos muerto más de una vez”, como dijo Fidel Castro en la Segunda Declaración de La Habana.
El mandatario persa comenzó su gira por Venezuela, a donde llegó el 12 de junio y allí aseguró que su periplo tiene un carácter estratégico, que supone una profundización de los lazos de amistad entre Irán y algunos países de América Latina. En febrero pasado había visitado el continente el canciller persa Hossein Amir Abdolahian. En aquella ocasión se planteó que Irán y América Latina coinciden en el esfuerzo por salir del influjo hegemónico de Estados Unidos.
Puntos de coincidencia
En esa perspectiva estratégica, el objeto de la visita de Raisi fue el de consolidar relaciones con Cuba, Nicaragua y Venezuela, con quienes ha tenido diversos puntos de coincidencia en el plano internacional, como el apoyo a Palestina, a Siria, a Yemen e Irak y su negativa a sumarse a las sanciones contra Rusia por el conflicto que se desarrolla en Ucrania.
Latinoamérica es, entonces, un paso importante en la estrategia de los países de la Revolución Islámica por salir de la zona de confort del Golfo Pérsico y facilitar puentes de colaboración con otras naciones en los campos político, económico, diplomático y militar.
Los tres países latinoamericanos que hicieron parte del recorrido del presidente Raisi comparten con Irán una vivencia común de constante resistencia a la hegemonía norteamericana, desde el momento mismo del nacimiento de sus respectivas revoluciones.
Los cuatro países son objeto de crueles sanciones unilaterales por parte de la primera potencia económica del mundo, pero estos a su vez, en un acto de legítima defensa, como reacción, junto a Rusia y la República Popular China, abogan por la conformación de un nuevo orden mundial basado en normas de respeto a la autodeterminación de los pueblos, una visión multilateral del mundo y sobre todo, para poner fin a una hegemonía belicista y totalitaria que se les quiere vender bajo el ropaje de la perfecta democracia occidental.