martes, julio 15, 2025
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Harta: uno de sus peores días

Por muy malo que sea, ¡siempre hay alguien que lo hace peor!

Juan Guillermo Ramírez

La producción cinematográfica de Tyler Perry, Harta, explora las vicisitudes del entorno de Janiyah Wiltkinson, una madre soltera, afroamericana y desesperada que, ante la poca solidaridad de su comunidad, se ve envuelta en un hecho tan trágico como desafortunado, acompañada de secuencias con una enorme injusticia social y poca empatía.

Los primeros veinte minutos de la historia dan cuenta de cómo la protagonista se mira a sí misma atrapada en un limbo, quien ante un sistema que no demuestra intención de ayudarla, no tiene posibilidad de control para afrontar las dificultades de su día a día, lo que la lleva a sufrir una crisis emocional con episodios de estrés, ira, ansiedad y temor, que terminan afectando su salud mental.

El personaje principal debe proteger a su hija, quien padece de infecciones respiratorias, en medio de un jefe malhumorado, vecinos poco empáticos y una sociedad que la discrimina. La detective Kay Raymond y Nicole Parker, gerente de la entidad financiera, son personajes claves con diálogos y monólogos que revelan la crudeza que experimentan algunas personas vulnerables en sus comunidades.

Las miserias sistemáticas

Janiyah llega a la toma de rigor, gritando a la cámara. En el breve lapso desde que despertó, le han sucedido prácticamente todas las cosas malas posibles: ha sufrido diversos abusos menores, ha sido víctima de un accidente de tráfico por furia, le han incautado el coche, ha perdido un trabajo que necesitaba desesperadamente en un supermercado, ha visto cómo Servicios Infantiles se llevaban a su hija asmática, Aria, y la han desalojado de su lúgubre apartamento por retraso en el pago del alquiler.

Arrastrándose para volver a casa de un jefe antipático por el sueldo que aún le deben, se ve envuelta en un asalto a mano armada que termina con dos muertos, lo cual no es realmente su culpa, pero a la Policía le parece que sí.

Harta es una descripción típicamente melodramática, pero potente y relevante, de las miserias sistémicas que conducen a una heroína desafortunada a un enfrentamiento con la policía. Está sobrecargada de artificios argumentales, histrionismo y mensajes directos, con una carga exagerada. Lo que más le desagrada a esta heroína sometida es una rabia acumulada que parece particularmente acorde con el momento político, cuando a muchos estadounidenses les parece que las instituciones sociales han dejado de fingir que sirven a los ciudadanos que se encuentran por debajo de una estrecha élite económica. Así, a medida que se desarrolla, su crisis tiene un poder catártico que supera con creces los torpes impulsos dramatúrgicos.

Ya sin poder razonar, regresa a un banco que había visitado antes, convencida de que, si tan solo pudiera cobrar su cheque, todo volvería a la normalidad. Pero la acompaña su mala suerte: los empleados asumen, por el comportamiento histérico de Janiyah (y la pistola de los ladrones que sostenía), que también se trata de un atraco. La entrada se cierra, se dispara una alarma silenciosa y aparecen innumerables patrullas con sirenas a todo volumen en el aparcamiento del centro comercial.

Un diario vivir

Antes de que tenga tiempo de aclarar las cosas, un monitor de televisión en el vestíbulo del banco muestra noticias en directo, presentándola como la presunta autora de una crisis de rehenes que toda la ciudad observa. Cobre el cheque, por favor, dijo Janiyah poniendo el arma sobre la mesa de la cajera de un banco.

La frase es uno de los puntos de quiebre del personaje cuando su arrendadora la amenaza con desalojarla, cuando un policía amenaza con detenerla injustamente y asesinarla, cuando su jefe amenaza con despedirla, cuando la oficina de protección infantil intenta llevarse a su pequeña hija o cuando no puede pagar el crédito de alimentación escolar.

Harta triunfa porque no necesitamos creernos del todo la situación casi ridícula de Janiyah; puede aceptarse como una representación exagerada de la presión que viven a diario las personas como ella.

La tachan constantemente de perezosa, deshonesta o simplemente de mala por no superarse… sin importar que tenga dos trabajos con salario mínimo sin prestaciones, y que la falta de seguro médico le impida pagar todos los medicamentos que necesita su hija.

El ciclo perpetuo de la deuda de la pobreza tampoco le permite mejorar sus vidas volviendo a la escuela de enfermería. Como señala Isabella, una anciana clienta de banco convertida en rehén: “La gente no sabe lo caro que es ser pobre”. Cuando le dicen una vez más que debería aceptarlo de alguna manera, la propia Janiyah se lamenta: «Las mujeres negras siempre tienen algo que superar”. Logramos conocer los anhelos de la protagonista y los sacrificios que ha hecho para cuidar a su hija.

Un espejo para miles de mujeres

Es por eso que a pesar de que su decisión de tomar control del banco en el que la señalaron como ladrona para evitar que la encerraran, es imposible no desarrollar un sentido de empatía. De inicio, las autoridades rodean el lugar con la intención de tratarla como una amenaza, pero pronto, Kay, una detective afroamericana involucrada en el caso, comienza a indagar y comprende que simplemente es una mujer que llegó a su límite.

Además de incitar a sus compañeros a tratarla como una madre de familia que cometió un error y no como un criminal, Kay se convierte en la negociadora de la policía.

Harta es el espejo incómodo de miles de mujeres en todo el mundo: madres solteras, cuidadoras invisibles, trabajadoras explotadas, seres humanos que sostienen el mundo mientras el mundo las abandona. No es ficción, es la realidad. No es sorpresa que la actriz protagónica Taraji Henson emocione, lo que sorprende es cómo consigue desdibujar la línea entre actriz y personaje, cada gesto, cada mirada, cada silencio en su interpretación es una declaración poderosa: “estoy cansada, estoy harta”.

Es imposible no sentir con ella, y no por lástima, sino por respeto, porque su personaje es fuerte, aunque esté rota.

Harta no intenta ser bonita, es cruda, directa y real. Habla de abandono institucional, de racismo estructural, de salud mental y de desesperación económica, pero no desde el juicio, sino desde la compasión.

Hace una pregunta incómoda: ¿Cuánto puede aguantar una mujer antes de quebrarse? ¿Cuántas puertas puede tocar antes de entender que nadie va a abrir? Y, ¿por qué culpamos al que cae cuando ignoramos todo lo que lo empujó al borde?

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