El mundo está en transición hacia un nuevo (des) orden global multipolar y asimétrico que cuestiona la centralidad de Occidente, pese a que este se empeña en mantenerse, recurriendo cada vez más a la fuerza militar
Alberto Acevedo
Cada vez son más frecuentes en la prensa escrita, en análisis de opinión especializados, en las redes sociales, las afirmaciones de observadores en el sentido de que el planeta marcha inexorablemente hacia una tercera guerra mundial.
A la pregunta de si esta posibilidad es cierta, podría decirse que sí, o que no. Depende de la óptica con que se mire. Si se contempla la posibilidad de una conflagración nuclear, que desate la hoguera del arsenal de última generación en los depósitos de las grandes potencias, la posibilidad no es inminente. Nadie sensato en la plenitud de sus cinco sentidos parecer querer esto. Putin lo niega, Biden lo niega, aliados estratégicos de Estados Unidos como Alemania, Turquía y Francia, dicen no querer una guerra en esas proporciones.
La comunidad científica y observadores militares serios, recuerdan la sentencia de Einstein de que una tercera guerra mundial en el planeta sería la última de nuestra especie. Que podríamos prever cómo comienza la conflagración, pero no cómo termina. O que terminaría probablemente a garrotazos, porque todos los vestigios de civilización serían arrasados por el fuego nuclear.
El peligro existe
Si se mira la acumulación de armas de destrucción masiva entre las grandes potencias, el juego de intereses en torno a la guerra en Ucrania y los planes contemplados en la nueva política estratégica de la OTAN, entonces el peligro de una guerra global sí es cada día más cierto y cercano.
Putin inició su intervención militar especial en Ucrania el 24 de febrero pasado, y tres días después puso en alerta las fuerzas de misiles nucleares heredados de la Unión Soviética: 6.375 ojivas nucleares, el mayor arsenal nuclear del mundo apuntando las principales ciudades de los EEUU, la Unión Europea, Japón, Australia, etc.
Los Estados Unidos tienen más de 1.000.000 de militares, 800 bases por el mundo y unas 5.800 ojivas nucleares; el complejo militar/industrial influye muchísimo en el gobierno y provoca frecuentes guerras. De hecho, más del 90% de su existencia los EEUU han estado en guerra. Este imperio económico y militar está ahora en evidente decadencia y en sus coletazos de crisis, no se sabe hasta dónde puede llegar. Pero son capaces de alguna provocación con Taiwán y China o las Islas Salomón, algo sin duda peligroso.
Enorme capacidad de destrucción
Mientras personajes siniestros como el ex asesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Henry Kissinger, otro responsable de golpes de Estado, como el de Chile contra Salvador Allende, le reclaman a la administración Biden que es urgente negociar con Putin una salida a la crisis de Ucrania, antes de que sea demasiado tarde y ya no se pueda; la Casa Blanca hace todo lo posible por dilatar la guerra. El señor Zelesnski por su parte niega cualquier posibilidad de sentarse en una mesa de conversaciones y el conflicto se prolonga en el tiempo.
Zelenski pide a la OTAN cerrar el cielo de Ucrania, EEUU envía misiles que pueden llegar a ciudades rusas, la Unión Europea añade más pólvora al fuego… Hay unas 13.000 bombas nucleares, cada una con una potencia destructiva centenares de veces mayor que las que destruyeron Hiroshima o Nagasaki, y con este arsenal se puede destruir nuestra civilización no una sino 10 veces.
Una guerra global podría comenzar a través de una modalidad conocida como guerra híbrida, asunto del cual deberemos ocuparnos en otro momento en estas páginas. El papa Francisco, dice en ese sentido, que la tercera guerra mundial ya está en marcha. Esa guerra hibrida son una diversidad de estrategias utilizadas con el objetivo de hacer caer gobiernos, sin necesidad de que intervenga el ejército.
Por ejemplo, dejar al pueblo sin recursos, pero sin la necesidad de utilizar el ejército. Se llama piratería internacional, juego sucio de ataques al pueblo privándolo de los recursos más básicos para la vida (agua, electricidad, acceso a la comida, sanciones…), lo que provoca que el pueblo se levante contra sus propios gobiernos. Tal y como han hecho en Venezuela.
Desafíos
Pero está también la vieja táctica de inventarse nuevos enemigos. Ahora, no solo se mantiene la guerra global contra el “terrorismo, en todas sus formas y manifestaciones” emprendida tras el 11S del 2001, sino que, se vuelve a presentar a Rusia como “la amenaza más significativa y directa para la seguridad”, se considera a China una “competidora estratégica” en todos los órdenes a mediano y largo plazo (ya que representa “desafíos sistémicos” a “nuestra seguridad, intereses y valores”) y lo que es más grave, se califica a la “inmigración ilegal” como “amenaza” a la “soberanía e integridad territorial” de los Estados alineados en la OTAN.
Para algunos analistas, nos encontramos así ante la transición hacia un nuevo (des) orden global multipolar y asimétrico que cuestiona la centralidad de Occidente, pese a que este se empeña en mantenerse por todos los medios a su alcance, ahora con un mayor recurso a la fuerza militar. Esta nueva fase se da en el marco de una policrisis en la que interactúa una larga lista de desafíos que se han visto acelerados y agravados por la guerra de Ucrania.
Entre ellos, la crisis climática y energética, la crisis alimentaria, la estanflación y la amenaza de recesión, la perspectiva de una nueva crisis global de la deuda, la hipótesis de una nueva ola pandémica y de crisis sanitaria y de cuidados, y, el riesgo de una escalada militar que conduzca a una guerra nuclear.