La caricaturesca figura del fiscal Barbosa oculta un hombre acomplejado y dispuesto a venderse al mejor postor. Alguien que, lejos de ser un accidente, representa lo peor de la clase dominante
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
“Yo no estoy aquí por ser amigo de nadie. Yo soy una persona que, probablemente, tengo la mayor formación de personas de mi edad en este país”. Con semejante presentación, rebosante de modestia, buen juicio y exquisita construcción gramatical, Francisco Barbosa le anunció al país el tipo de fiscal general que tendría a partir de febrero de 2020.
Hasta ese momento, su recorrido había sido el de un gris académico y un no tan mal profesor, según sus estudiantes. Especializado en Derecho Internacional Humanitario y justicia transicional, en su momento defendió la implementación de la JEP e incluso aspiró sin éxito a ser uno de sus magistrados.
Ya con Iván Duque en el poder y ante la precipitada renuncia de Néstor Humberto Martínez, tuvo la suerte de ser incluido en la terna y de ser elegido fiscal por unanimidad por la Corte Suprema. ¿Quién es este personaje y por qué su vertiginoso ascenso?
La rosca
Barbosa es, tal vez, uno de los mejores ejemplos de la verdadera meritocracia neoliberal. Que un hombre sin atributos como él haya llegado a amasar tanto poder solo se explica porque en esta vida se triunfa si se está bien conectado.
Amigo de pupitre de Iván Duque, selló su relación de amistad con él sobre la base de una mutua cooperación. En palabras de sus compañeros de la Universidad Sergio Arboleda, “Duque era el del carro y Barbosa el de las tareas”. Su servilismo y obsecuencia le granjearon la confianza de quien años después lo postularía para el cargo que hoy ocupa.
Por eso mismo, a Barbosa no le han temblado las piernas a la hora de cambiar de bando cuando la situación lo amerita. Siendo Juan Manuel Santos presidente y mientras se buscaba aprobar el Acuerdo de Paz en el Congreso, defendió con entusiasmo la justicia transicional en foros y medios de comunicación.
Luego, tras ver frustrada su esperanza de ser magistrado de la JEP, no tuvo problema en sumarse al coro de voces uribistas que la difamaban y luego como fiscal, de contribuir a hacer trizas el Acuerdo con su negligencia e inoperancia. Es decir, Barbosa es un hombre cuyos principios dependen de la mano que le dé de comer.
Un hombrecito
Tal vez por esa misma pequeñez que padece, el que tiene espíritu servil tiende a engrandecerse a sí mismo. Son esas personas que se la pasan hablando de lo geniales que son y que, como advertía el psicólogo marxista Erich Fromm, su egoísmo solo revela el profundo vacío que tienen por dentro.
Pues bien, Barbosa es el perfecto ejemplo del hombre pequeño y acomplejado que acude al autoelogio para satisfacer su vanidad. Los ejemplos sobran: la campaña institucional de la Fiscalía que lo ponía como el personaje “al alza” del mes, su declaración de que la suya era “la mejor Fiscalía de la historia” o su convencimiento de estar ocupando “el segundo cargo de la nación”. Esta última fue una especie de confesión involuntaria del deseo reprimido de que existiese un “Iván y yo”. Pobre, segundón hasta en el autoelogio.
Caradura
La suya ha sido una Fiscalía salpicada por numerosos casos de corrupción que en nada han contribuido a mejorar el maltrecho prestigio institucional, en caída libre desde el nefasto periodo de Néstor Humberto Martínez.
Ya son varios los casos de corrupción denunciados en los medios como el de los escoltas de la entidad paseando los perros del fiscal, el uso de contratistas para hacer labores de servicio doméstico en la casa del fiscal, el famoso viaje a San Andrés en plena pandemia o la ostentosa y opulenta cumbre en Cartagena de la Asociación Iberoamericana de Ministerios Públicos.
No obstante, lo más indignante no ha sido la propia corrupción en sí, sino las respuestas cínicas y desvergonzadas que ha dado Barbosa cuando ha sido cuestionado, como cuando se le increpó por organizar un viaje de turismo a San Andrés en los días más duros del confinamiento en compañía del contralor y de sus respectivas familias, y respondió “yo, antes de ser funcionario, soy padre”.
Capítulo aparte merece su esposa, Walfa Téllez, quien es acusada de contratar con una planta de aguas residuales meses después de haber dejado el cargo de contralora para asuntos ambientales. Como contralora, la señora Téllez obligó a la planta a implementar un plan de mejoramiento y luego fue contratada por esta misma planta para implementar ese plan.
Además, Téllez fue acusada de extraer varias maletas de una de las bodegas que la Fiscalía tiene para albergar los objetos incautados, ante lo cual el fiscal adujo que su esposa usaba esa bodega para guardar algunos objetos personales que estaba retirando. Si ello no es un delito de peculado, es uso indebido de bienes públicos pero, ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién fiscaliza al fiscal?
No es casualidad
Si bien en el futuro –cuando el nuevo fiscal haya destapado las ollas podridas de la política colombiana– Barbosa será recordado como una anécdota de mal gusto, lo cierto es que su llegada a la Fiscalía no fue, ni de lejos, una simple muestra de la banalidad de Duque. Al contrario. Barbosa fue puesto allí para llevar a cabo una misión muy clara y, de hecho, la está cumpliendo: Tapar y torpedear.
Por un lado, Barbosa tiene la instrucción de enterrar los expedientes que involucran a figuras del poder en Colombia con la constructora Odebrecht y lograr la preclusión del proceso penal contra Álvaro Uribe, así como de casos sonados como el del laboratorio de cocaína en la finca del exembajador Sanclemente o la ñeñepolítica.
Así también, Barbosa utiliza la Fiscalía como aparato mediático que, según las necesidades de la agenda política, agita determinados casos penales, lanza acusaciones o directamente ordena capturas, como la del gobernador de Antioquia Aníbal Gaviria, encarcelado con el fin de que el ruido de la noticia distrajera la atención del público en los momentos más álgidos del escándalo de la ñeñepolítica.
Por otro lado, el fiscal se involucró en las elecciones presidenciales con el rocambolesco anuncio de que investigaría un presunto “apoyo de mineras” a la campaña de Petro, a propósito de un video donde mineros sindicalizados de La Guajira expresaban su respaldo al Pacto Histórico. Además de las risas, la acusación dio a los medios de derecha un tema del que hablar durante días.
Luego, desde el 7 de agosto, Barbosa ha torpedeado varias iniciativas del Gobierno de Gustavo Petro como la negativa a levantar las órdenes de captura contra miembros de grupos armados en acercamientos de paz, la oposición a liberar a los integrantes de la Primera Línea detenidos o la negativa a la invitación de crear una mesa interinstitucional con la SAE para hacer seguimiento a los bienes incautados a la mafia y en poder de testaferros. En este último caso, la temeridad del fiscal rayó en el insulto, pues no solo declinó la invitación sino que citó a interrogatorio al propio director de la SAE como si fuese sospechoso de un delito.
Ineficaz pero pretencioso
Más allá de que Barbosa parezca una caricatura, lo más grave es que su gestión ha sido profundamente negligente. Si bien se ufana de tener los mejores resultados operacionales de institución alguna, lo cierto es que son pésimos.
Según un reciente estudio de las organizaciones Somos Defensores y Verdad Abierta, divulgado por Noticias Uno, los avances en casos de asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos no rondan el 68,3% como sostiene la Fiscalía sino si acaso el 5%. Es decir, no solo gasta dinero público en caprichos personales y sabotea el Acuerdo de Paz, además no hace bien su trabajo mientras se jacta de ser el mejor fiscal.
Por el bien del país, pronto se irá el fiscal bufón.