Es evidente que la filosofía no goza en estos días de buena fama y seguramente algo debe estar pasando para que esto sea así.
Giovanni A. Libreros
Recientemente el alcalde de Cartagena, frente a un cuestionamiento por la deserción escolar, cínicamente achacaba la causa a la enseñanza de la filosofía con estas palabras: “Tú ves un pénsum en la ciudad de Cartagena donde este muchacho está estudiando filosofía y tú dices: ¿Bueno, este muchacho qué va hacer con eso?”. Para él a los jóvenes de las clases populares “que tienen que salir a jugársela en la calle” no les sirve para nada la filosofía.
Un mes antes el maestro Julián de Zubiría escribía un artículo titulado “El triunfo del no y el fracaso de la educación colombiana” http://www.semana.com/educacion/articulo/implicaciones-del-no/497863 donde explicaba que la derrota del sí era el mejor ejemplo del fracaso del sistema educativo, porque este no había logrado “transformar las maneras de pensar, convivir y comunicarse de su población”. Tuve la oportunidad de realizar el examen del Icfes llamado “Saber Pro” y con sorpresa observé que ninguna de las 200 preguntas tenía relación con la filosofía. Es evidente que la filosofía no goza en estos días de buena fama y seguramente algo debe estar pasando para que esto sea así.
Marx y la filosofía
Ante esta situación de la filosofía es pertinente hacer una revisión de uno de los textos más importantes de Karl Marx, la “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”. Su brevedad, su contenido militante y su aguda crítica a la situación alemana representaron un programa para la transformación social, política y cultural frente a la nueva ideología creada por las revoluciones burguesas y que había llegado a su culmen filosófico con el sistema de Hegel. Fueron 21 páginas publicadas en 1844 en los famosos “Anales franco-alemanes”, que tenían por objeto servir de introducción a un trabajo mucho más ambicioso: La crítica de la filosofía del Estado y del derecho de Hegel.
En este periodo el joven Marx hacía ruptura con toda la filosofía clásica alemana. Ruptura que se había iniciado con la muerte de Hegel en 1831 a la que sobrevino la división de su escuela filosófica. Por un lado, los viejos hegelianos que continuaban en la dogmática de la dialéctica idealista del último Hegel, quien había abrazado el misticismo y había capitulado a favor de la monarquía prusiana. Por otra parte, los llamados jóvenes hegelianos de izquierda que propugnaban por una revolución democrática y liberal que barriera los lastres feudales del antiguo régimen.
Con Hegel la filosofía había llegado a su fin y la filosofía idealista “había llegado en lo esencial a su culminación”, por lo que la crítica de la religión del pensamiento liberal solo servía en cuanto que “premisa de toda crítica”, puesto que no era posible asumir un pensamiento auténticamente crítico sin que ello no fuera en confrontación con todo el sistema metafísico consagrado por Hegel.
La tarea de Marx consistía en superar el sistema de la totalidad convertido en ideología legitimadora del orden burgués, y para ello había que apoyarse en el materialismo y la antropología de Feuerbach, pero yendo más lejos en el terreno político y práctico. La filosofía, situada ahora en el terreno de la lucha de clases, interpelaba a la burguesía alemana por no ser capaz de llevar a cabo su propia tarea: librar una tenaz lucha contra el régimen de los junkers.
La realización de la filosofía
Marx había comprendido que la gran revolución europea, si bien había desplegado una visión del mundo secular y universal, también había puesto en marcha a un nuevo sujeto de la historia: el proletariado. Logró ver en esas condiciones del atraso político y religioso el papel transformador que tenía la dinámica modernizadora del capitalismo que se oponía al viejo statu quo sostenido a costa de la miseria de las grandes masas, cuyo único consuelo era la religión.
El papel de la filosofía consistía ahora no solo en criticar la religión, sino en ir mucho más allá de esta crítica. La misión de la historia debía consistir en “averiguar la verdad del más acá” y la misión de la filosofía al servicio de la historia era la de convertir “la crítica del cielo en la crítica de la tierra”, que no era más que defender una filosofía radical que luchara contra todo régimen político basado en la dominación y los privilegios de clase.
La nueva filosofía materialista era una teoría encarnada en la acción revolucionaria del proletariado, por lo que la teoría solo podía realizarse en un pueblo en la medida en que esta fuera la realización de sus necesidades. La filosofía, cuando encuentra en el proletariado sus armas materiales y al mismo tiempo el proletariado encuentra en ella sus armas espirituales, caerá -como dijera Marx- “como un rayo del pensamiento en el candoroso suelo popular para llevar a cabo la gran transformación emancipadora de los hombres”.
Para Marx, “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado” y el “proletariado no puede llegar a abolirse sin la realización de la filosofía”. Por eso Marx concluirá que el cerebro de esta emancipación es la filosofía y su corazón el proletariado.