La cumbre mundial, más que ser un encuentro rutinario de funcionarios y diplomáticos, puede convertirse en una tribuna para enriquecer el debate global sobre la crisis climática
Federico García Naranjo
Debe advertirse que en el mundo se celebran dos tipos de cumbres COP. La más conocida, y que se reúne anualmente –el año pasado se realizó en Dubai la edición número 28–, es aquella donde se definen las estrategias para enfrentar la crisis climática provocada por el calentamiento de la atmósfera. La otra, menos conocida, pero no menos importante, es la cumbre COP de la Biodiversidad, que se celebra cada dos años y en 2024 tendrá a Colombia como sede de su decimosexta edición, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre.
Las cumbres COP de la Biodiversidad son el encuentro de las partes firmantes del Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1993, acuerdo que ha sido ratificado por todos los países del mundo, excepto Estados Unidos. El Convenio se propone conservar la biodiversidad, promover el uso sostenible de sus componentes y lograr el aprovechamiento justo y equitativo de los recursos genéticos. Para ello, en la última reunión, en diciembre de 2022, la COP15 adoptó el Marco Mundial Montreal Kunming por la Diversidad Biológica.
Este nuevo Marco Mundial, cuya implementación será evaluada en la próxima cumbre en Colombia, tiene cuatro objetivos: reducción de la tasa de extinción de especies amenazadas, gestión sostenible de la biodiversidad, participación justa de indígenas y comunidades en los beneficios del uso de recursos genéticos y cierre de la brecha financiera de la biodiversidad. Sin duda, unos objetivos loables pero que claramente no apuntan al origen estructural de la crisis climática: el modo de producción y la contradicción que supone el uso infinito de recursos en un mundo con recursos finitos.
Insuficiente
El mundo cuenta con numerosos instrumentos jurídicos que buscan proteger la naturaleza, como el Convenio de Lucha contra la Desertificación, el Protocolo de Kioto, el Protocolo de Nagoya, el Protocolo de Cartagena o el Acuerdo de París. Todos ellos son acuerdos vinculantes, es decir, de obligatorio cumplimiento, que casi todos los países del mundo han suscrito, preocupados por la inminente crisis climática.
La existencia de dichos acuerdos revela que, efectivamente, la protección de la naturaleza ha ingresado a las agendas de los gobiernos del mundo. Sin embargo, su escaso cumplimiento, en particular por parte de los países industrializados, revela que esos mismos gobiernos son conscientes de que la única forma de enfrentar de raíz la crisis climática es poniendo en cuestión el modo de producción, es decir, si dejan de contaminar, se quiebran.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, proteger las fuentes de agua, transitar hacia energías menos contaminantes o proteger la biodiversidad son propósitos plausibles, pero solo podrán ser posibles si se supera la lógica depredadora del capital. Mientras siga existiendo un modo de producción que no conoce límites y sigan existiendo personas que hallan en el consumo la única manera de solventar sus frustraciones, la naturaleza seguirá amenazada por la depredación provocada por las necesidades globales de consumo y acumulación.
Oportunidad
La buena noticia es que el Gobierno de Colombia ha planteado nuevos debates en el discurso global sobre el medio ambiente y la crisis climática. Debates que no se limitan a cómo reducir la contaminación o cómo promover el desarrollo sostenible, sino a cuestionar de fondo la actual forma como la humanidad produce, distribuye y consume la riqueza, basada en la explotación de la naturaleza –considerada un “recurso”– y del trabajo de la mayoría de las personas, consideradas “capital humano”.
Por eso, y justamente por los alcances limitados de la agenda, la celebración de la COP16 en Colombia es una oportunidad para que desde nuestro país se sigan planteando debates de fondo sobre la crisis climática. Es hora de que se les dé contenido y sentido –“picante”, si se permite el término– a estas aburridas y predecibles reuniones de alto nivel, que suelen pasar desapercibidas porque sus conclusiones nunca pasan de ser una declaración de buenas intenciones.
Colombia, como país anfitrión, y Petro, como una de las voces más influyentes de la actualidad en la lucha por la naturaleza, van a ser durante doce días el foco de atención de medios de comunicación de todo el mundo. Será el momento de señalar, una vez más, que no se trata del ser humano “depredador”, se trata del capitalismo.