miércoles, diciembre 4, 2024
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El mito nacionalista israelí

A partir del uso de la Historia como ciencia se brinda legitimidad a las estructuras de poder. Los primeros discursos oficiales de la historia de las naciones se basan en postulados que otorgan el poder a quienes lo controlan. La Historia desde abajo solo aparece a través del uso del marxismo como fuente de análisis durante las primeras décadas del siglo XX

Anna Margoliner
@marxoliner

Hace un poco más de dos siglos cayó el rey Luis XVI en manos de la Revolución Francesa. Al caer su cabeza el 21 de enero de 1793, sobre las diez de la mañana en la Plaza de la Concordia, se escuchó un grito colectivo: “¡Viva la República!”. Un nuevo Estado- nación se levantó sobre el por fin decaído Antiguo Régimen.

La guerra de independencia de los Estados Unidos y las posteriores búsquedas independentistas de los territorios colonizados en América siguieron el ejemplo de la Francia revolucionaria, marcando el camino de consolidación y constitución de las nuevas lógicas de organización estatal que llevaban años construyéndose.

Porqué un estado-nación

Los Estados- Nación aparecen como una figura política en 1648 en el Tratado de Westfalia, tras la guerra de los treinta años. Estos pretendían desde el comienzo reorganizar las estructuras políticas feudales que habían desaparecido, entre otras cosas, por la aparición de la burguesía, quienes empezaban a tener más poder basado en el flujo de dinero que iban acumulando, pero sin prácticamente ninguna influencia política.

La Historia como ciencia comenzó a desarrollarse de manera sistemática en el siglo XIX. Aunque la gente ha estado registrando eventos y narrando historias desde tiempos inmemoriales, la historiografía moderna se distinguió por su enfoque crítico y metodológico, dando lugar al análisis científico de los hechos a través del positivismo

Leopold von Ranke, historiador alemán, se considera como el “padre de la historiografía moderna”. Abogaba por la objetividad y la investigación meticulosa de fuentes primarias. Sus métodos de investigación influyeron en la forma en que se abordaron los estudios históricos, a tal punto que las narrativas históricas oficiales de los estados que se independizaban o dejaban atrás la monarquía, sustituyéndola por regímenes democráticos, estaban basadas en dicho método.

Ranke estuvo influenciado por el positivismo, una corriente filosófica que surgió en el siglo XIX y que abogaba por el uso del método científico como el enfoque principal para adquirir conocimiento y comprender el mundo. Se basa en que el conocimiento debe estar respaldado por observación empírica y verificable, rechazando la especulación metafísica y las conjeturas no fundamentadas. Siendo este un hito de la interdisciplinareidad de la Historia como ciencia, al basar su estudio en las metodologías filosóficas.

Los positivistas, entonces, abogan por la aplicación del método científico en todas las áreas del conocimiento, creyendo que este enfoque es la forma más efectiva de entender y explicar el mundo. Básicamente, el hecho habla por si mismo si es verificable a través de las fuentes, de lo contrario no se considera como algo real. Lo que justifica en las tradiciones historiográficas tradicionales asumir narrativas que corresponden a las élites, quienes tenían acceso a los medios necesarios para dejar constancia de los hechos.

Nación e historia

Arno Mayer, en su libro La Persistencia del Antiguo Régimen, nos habla sobre las estructuras en que estaba fundamentado y legitimado el Estado- Nación. A pesar de su existencia desde 1648, las prácticas feudales se mantenían arraigadas a raíz de su legitimidad a través del tiempo: “De hecho, la burguesía carecía de la fuerza legitimadora del tiempo que estaba del lado de la vieja clase dirigente, cuya superioridad en riqueza, educación, porte y autoridad estaba sancionada por sus orígenes venerables”

Entonces, para el momento en que Europa vivía la doble Revolución, la estructura cultural era aún muy fuerte, logrando mantener en el poder el modelo aristocrático, puesto que, los burgueses tenían que hacerse a títulos nobiliarios a través de la compra de estos para poder legitimar su poder: “Era una época de costumbres, no de modas, en la que el arte y la cultura eran «el espejo mágico y animado de un pasado que seguía estando vivo … y tenía plena confianza en su propio futuro». Era una época de «fascinación con el país en que se vivía, en lugar de con la época en que se vivía», estimulada por los cultos patrióticos … eso significaba retratar leyendas religiosas y santos, epopeyas y héroes históricos, y la vida y las costumbres cotidianas”.

Los fundamentos históricos se configuran a partir del uso de la Historia como ciencia que brinda legitimidad a las estructuras de poder. Es por esta razón que los primeros discursos oficiales de la historia de las naciones se basan en postulados que otorgan el poder a quienes lo controlan, por esa razón la Historia desde abajo solo aparece a través del uso del marxismo como fuente de análisis durante las primeras décadas del siglo XX.

El mito nacionalista israelí

Es en ese marco que aparece el movimiento sionista que, basado en el Retorno a Sión o “Shivat Tzion” uno de los mitos fundacionales del pueblo judío que habla sobre su destierro de la tierra ancestral y la promesa del regreso a ella, consolida con una narrativa histórica oficial el derecho que tenía el pueblo judío sobre el territorio palestino para ser ocupado, de acuerdo a la resolución 181 de 1947 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la que se recomendaba una partición con la Unión Económica de Palestina, teniendo en cuenta que los ingleses ya no mandataban allí.

Las narrativas y relatos que se han cimentado alrededor de la creación y la legitimación de Israel como Estado, partiendo de la lógica contemporánea, están fundamentados en la tradición judía y los textos religiosos que existen hace miles de años. Refugiándose en esa legitimidad del tiempo, justifican la ocupación del territorio que corresponde a Palestina desde lo que es considerado la Guerra de Independencia de 1948, contra los árabes, quienes no aceptaron la resolución de las Naciones Unidas. Las batallas más intensas ocurrieron por el control de Jerusalén que había sido dado a los judíos en esa definición.

Lo cual nos hace pensar, a través de este breve recorrido sobre la legitimidad de los estados- nación contemporáneos desde el discurso histórico, la forma en que las comunidades han buscado consolidarse desde la estructura más profunda que es la cultural, relacionada directamente con la Historia, para posicionar las formas de organización política que complementan el triángulo del Estado- Nación: territorio, población y gobierno.

Así como lo dijo Eric Hobsbawm en La Historia de Nuevo Amenazada: “Yo pensaba que la profesión de historiador, a diferencia de otras como la de físico nuclear, por ejemplo, sería más inofensiva. Ahora sé que no lo es. Nuestros estudios pueden convertirse en fábricas de bombas como los talleres en los que el Ejército Republicano Irlandés ha aprendido a transformar fertilizantes químicos en explosivos. Este estado de cosas nos afecta de dos formas. Tenemos una responsabilidad ante los hechos históricos en general y la responsabilidad de criticar las manipulaciones político-económicas de la historia en particular».

Ahora las fábricas de bombas se convirtieron en un genocidio contra la población palestina por parte de un “Estado” que sigue buscando su legitimidad a través de la sangre.

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