martes, marzo 19, 2024
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Economía del agua, fertilizantes y soberanía alimentaria

La carencia de materias primas para fertilizantes podría, en el corto plazo, afectar la soberanía alimentaria y toda la economía exportadora de Colombia. Los concentrados de urea son el principal componente para abonar los suelos agrícolas y el mayor insumo para obtenerla es el gas natural. Notas para un plan de gobierno

Yamel López F. (*) – Leonidas Arango (**)

Desde la presidencia de Misael Pastrana Borrero (1970-1974), la política agraria neoliberal se convirtió en el paradigma bajo el cual los campesinos colombianos, supuestamente, iban a salir de su centenario atraso en productividad vegetal, anclado en prácticas casi medievales. Ese atraso, en contraste, se refleja en una realidad palpable: las técnicas de labranza de los cultivos de papa y maíz y de los cereales traídos desde el Viejo Mundo (trigo, cebada y avena), poco se diferenciaban de los métodos que empleaban los pueblos originarios en el momento de la conquista durante el siglo XVI.

No es una paradoja que tales métodos, basados en el trabajo de los agricultores granadinos y colombianos, garantizaron la seguridad alimentaria de la nación durante los cuatrocientos años que transcurrieron desde la ocupación española hasta bien entrado el siglo XX.

Durante esa época las importaciones de alimentos de origen vegetal fueron tan escasas que su participación en la balanza de pagos no quedó reflejada en los registros aduaneros. Entre los bienes introducidos no figuran, por ejemplo, los aparejos de labranza que sí ingresaron al país, pero en forma de importaciones individuales de peso insignificante en el comercio exterior.1

Otros insumos para una agricultura moderna –fertilizantes, controles de plagas y malezas– solo eran utilizados por sectores como el cafetero, cuyas investigaciones en el Centro Nacional de Investigaciones de Café, Cenicafé, tuvieron importancia vital.

En 1962 fue creado el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, como resultado de la presión demográfica y social por más cantidad y mejor calidad en los alimentos que consumían los colombianos. Los resultados de las investigaciones del ICA fueron notables en la producción de maíz, papa, cacao y otros cultivos.

Desmonte del proteccionismo

Los gobiernos del Frente Nacional, en especial el de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) establecieron planes de gobierno que debían acelerar un desarrollo nacional planificado y atender las demandas de la población por servicios públicos, educativos y de salud.

Con la llegada de Pastrana Borrero al poder –y bajo los dictados de la Ley Pública 480 (EE UU)– la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el gobierno colombiano emprendieron el proceso de desmonte del proteccionismo para los productos agrícolas y, bajo la modalidad de donaciones de trigo y maíz subsidiados en su país, sometieron a dumping a los agricultores nacionales con el deleznable argumento de que resulta mejor para Colombia comprar los productos agrarios a precios del mercado exterior que cultivarlos en el campo nacional.

En contravía de una evidencia inobjetable que volvió a comprobarse en nuestros días: durante la pandemia de covid-19, y en medio de una crisis internacional del transporte marítimo, los campesinos colombianos –pobres y ricos– fueron capaces, una vez más, de sostener la alimentación de sus compatriotas con productos frescos y procesados, granos, carne, pescado y huevos.

La absurda política agraria fue denunciada por el profesor Luis Corsi Otálora, de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, en su libro Autarquía y desarrollo: el rechazo a la expropiación de las naciones proletarias (Bogotá, 1966). Bueno es aclarar que el autor no profesaba ideología marxista alguna porque era un nacionalista cercano al falangismo español. Tan temprano como el año 1966 desmontaba la falacia neoliberal según la cual resulta más costoso producir los alimentos en el país que obtenerlos a precios de dumping en el exterior.

Esa falsedad ha conducido a que un minúsculo grupo de connacionales reciban los beneficios de traer a Colombia cada año cerca de 20 millones de toneladas de productos de origen vegetal –30% de los alimentos que consume– y que ellos mismos controlen el monopolio de ese comercio, a costa del desempleo en el campo. Los principales importadores son los mismos que acaparan la tenencia de la tierra, la producción y el comercio, registrados bajo distintas razones sociales.

Cultivos y agua

Para seguir ilustrando esta aberración económica contra los colombianos, la Fisiología Vegetal –una de las disciplinas más importantes de la Agronomía– nos informa que las plantas de cultivo de metabolismo fotosintético C4 (entre ellas el maíz, la caña de azúcar y el sorgo), consumen 500 toneladas de agua para producir una tonelada de grano, mientras que las plantas de metabolismo fotosintético C3 (fríjol, algodón, arroz, maní, lenteja, papa, etc.) requieren alrededor de 600 toneladas de agua para rendir una tonelada de cosecha. Redondeando las cifras, para obtener una tonelada de cosecha, las plantas –tanto las C3 como las C4– consumen en promedio 500 toneladas de agua.

En consecuencia, si el país importó en épocas recientes 20 millones de toneladas anuales de alimentos, de origen tanto vegetal como animal (recordemos que los animales consumen vegetales), resulta que para producir ese volumen de alimentos se han necesitado 20 millones X 500 toneladas de agua = ¡diez mil millones de toneladas de agua!, lo que convierte a nuestro país –biodiverso y de gran riqueza hídrica– en gran importador de agua bajo la forma de alimentos. Es un volumen comparable a un cubo de 20 kilómetros (la distancia de Usaquén a Usme o de Cali a Palmira) de frente, de ancho y de alto.

La seguridad alimentaria puede estar amenazada seriamente en todo el planeta en los años venideros, especialmente en América Latina –una región que ha sido exportadora de alimentos al resto del mundo– debido a la escasez de fertilizantes en el mercado de insumos agrícolas a escala global.

Escasez de fertilizantes

Los colombianos sienten un golpe fuerte en el bolsillo por el incremento de los precios de los productos de la canasta familiar, entre ellos los granos y las legumbres. Esto se debe a la escasez de fertilizantes, necesarios para que la tierra sea productiva. Según la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce), más del 40% de estos productos, en especial la urea, se traen especialmente de Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

Para abonar los cultivos de granos, Colombia compra al país euroasiático el 32% del nitrógeno, el 14% de potasio y el 21% de fósforo, y en el año 2021 llegaron de ese país 438.000 toneladas de insumos para cultivos. Sin embargo, la guerra en Ucrania y las sanciones económicas contra Moscú han complicado la satisfacción de estas necesidades.

El presidente de Fenalce, Henry Vanegas, destaca que «los productores han tenido que mirar alternativas, ver el mercado local de fertilizantes para que este conflicto no imprima más en los precios que de por sí ya están elevados». Cita como ejemplo la tonelada de trigo, que antes costaba alrededor de 300 dólares y ahora se ha más que duplicado. “Eso no lo puede aguantar quien cultiva, mucho menos quien consume. Entonces es una reacción en cadena que de a poco lleva a que las gentes cambien hábitos alimenticios y dejen de comprar”, asegura el dirigente gremial.

El conflicto no tiene, por ahora, una solución clara. Eliminar aranceles, subsidiar el transporte de los insumos e intentar controlar precios no son eficaces para resolver la crisis porque no consideran los costos que asume el agricultor para mover sus productos. Henry Vanegas expresa una salida que recoge un anhelo común, y que nos conduce a otro tema: «el camino viable es el fortalecimiento de la producción local, incluso la implementación de fertilizantes orgánicos».

Producción nacional de urea

La carencia de materias primas para fertilizantes podría, en el corto plazo, afectar la soberanía alimentaria y toda la economía exportadora de Colombia. Los concentrados de urea son el principal componente para abonar los suelos agrícolas y el mayor insumo para obtenerla es el gas natural, que mediante un proceso químico se convierte primero en amoníaco y luego se deshidrata para formar urea.

El profesor Manuel Iván Gómez, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia, explicó a la Agencia de Noticias de la UNAL las razones por las que Colombia no produce urea: “Tenemos considerables yacimientos de gas, pero no está el alcance tecnológico. La operación de la infraestructura y la parte técnica deben mejorar para optimizar la energía”. En su opinión, se necesita una alianza entre la academia, el Estado y la empresa privada para que Colombia sea capaz de fabricar sus propios fertilizantes y reducir la dependencia de los vaivenes del mercado global.

Podemos mirar el ejemplo de Argentina, que importaba las 750 mil toneladas anuales de urea que consumía, pero mediante una inversión de 705 millones de dólares inauguró en el año 2000 una fábrica de amoníaco y urea granulada que abastece el mercado interno. Ahora exporta medio millón de toneladas al Mercosur, Europa, los Estados Unidos y Australia y recibe más de 200 millones de dólares por año.

¿Y Monómeros?

En 1967 los presidentes Lleras Restrepo de Colombia y Raúl Leoni, de Venezuela crearon la empresa Monómeros Colombo-Venezolanos S.A., con tres socios mayoritarios: por nuestro país el desaparecido Instituto de Fomento Industrial (IFI) y Ecopetrol, y por Venezuela el Instituto Venezolano de Petroquímica. Estaba en auge el modelo de sustitución de importaciones y el Estado participaba directamente en la producción básica y en la transformación de materias primas locales y extranjeras. El objeto de la compañía binacional era producir y comercializar, entre otros, fertilizantes y concentrados para animales, considerados de valor estratégico en un país donde la producción agropecuaria mantenía ciertos privilegios.2

La operación de Monómeros Colombo-Venezolanos recuperó las inversiones en plazo breve, economizó muchos millones de dólares y formó un cuerpo de ingenieros y técnicos con alta especialización.

Sin embargo, como anota el comentarista Pedro Luis Barco, “en el año 2006 llegó la roya: el presidente Uribe, en una orgía de privatizaciones propias de la peste neoliberal que volvió trizas el capital público producido y acumulado durante la segunda mitad del siglo XX, decidió poner en oferta pública a Monómeros. Como el gobierno venezolano ya era socio, [el presidente, Hugo] Chávez, ni corto ni perezoso, aprovechó su derecho de preferencia, y adquirió el ciento por ciento”. Pagó 53 millones de dólares, un valor ínfimo que Venezuela podría recuperar en un par de años.  

Monómeros, que llegó a sustentar buena parte de la seguridad alimentaria del país, es desde entonces una empresa venezolana con sede en Colombia y quedó al vaivén de las peleas entre los dirigentes de turno de dos países hermanos. En 2017, el gobierno de Donald Trump metió al gobierno de Nicolás Maduro en la lista negra de la Oficina para el Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro (Lista Clinton), lo que afectó gravemente el funcionamiento de la empresa.

En 2019 la Asamblea Nacional puso a Juan Guaidó como “presidente interino”, buscando establecer un doble poder en el país vecino. Para asfixiar a Maduro, Estados Unidos endureció las sanciones contra la petrolera estatal de Venezuela (PDVSA) y contra todos los activos venezolanos en el exterior. Confabulados con el gobierno colombiano, Guaidó y sus aliados se tomaron Monómeros y de inmediato el Departamento del Tesoro levantó las sanciones a la empresa.

Por los días de 2019 el presiente Iván Duque proclamó eufórico que “a la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas porque hay un nuevo régimen institucional que se está creando”, pero la realidad fue bien distinta: Guaidó se desinfló y sus amigos que proclamaban la salvación de Monómeros impusieron directivos sin experiencia en la empresa de fertilizantes, la convirtieron en un botín burocrático, le crearon subsidiarias de papel en paraísos fiscales, destrozaron sus finanzas y la llevaron a la quiebra.3 El rol de Rusia y Ucrania como abastecedores de insumos agrícolas a Colombia cobró importancia.

La Superintendencia de Sociedades determinó intervenir a Monómeros preocupada por el catastrófico manejo que le dieron los socios de Guaidó, aunque aceptó que la empresa venezolana acudiera a “las medidas transitorias contempladas en el decreto 560 de 2020 para diseñar, en conjunto con los proveedores, trabajadores y acreedores de la compañía un plan de salvamento”. Pero la carga de los antecedentes es demasiado pesada y el futuro de Monómeros sigue en veremos.

Anota Barco que el panorama actual es desolador porque el campo colombiano está desmantelado y no hay procesos importantes de industrialización; la mitad de la comida se importa a costos imposibles; los precios de los fertilizantes se han triplicado y amenazan la cobertura de siembra futura. Además, lo más grave: el hambre cunde porque a las familias de menores ingresos no les alcanza la plata para comprar comida.

Todo está cobijado por una trágica paradoja: según la FAO, Colombia importa cada año unos 12 millones de toneladas de alimentos, buena parte de los cuales se desperdicia.

La situación hace imperativo que el gobierno que se posesione en agosto de este año establezca relaciones con Venezuela y pueda recuperar la empresa Monómeros.

Pero, lo más importante, que adopte medidas para el autoabastecimiento de abonos, en bien de la seguridad alimentaria de nuestro país. La producción de urea es un plan de mediano plazo y de inmenso beneficio para Colombia, que posee yacimientos de gas natural, tiene industria petroquímica y un mercado ávido de fertilizantes.

Notas

  1. El primer tractor solo fue traído al país en 1916, un cuarto de siglo después de que John Froelich lo inventara en 1892, lo que muestra el profundo atraso en el desarrollo de una agricultura nacional con alta participación en el PIB.
  2. Monómeros Colombo-Venezolanos abasteció el 40% del mercado nacional de fertilizantes y llegó a una red de 800 mil campesinos. Sus líneas de producción: fertilizantes granulados, concentrados para animales, soda cáustica, ácido fosfórico, amoniaco, fibras sintéticas, ácido nítrico, ácido sulfúrico, sulfato de sodio, etc. ​
  3. Las filiales de Monómeros son Vanylon (Barranquilla), Ecofértil (Buenaventura), Monómeros International (Islas Vírgenes) y Compass Rose Shipping (Bahamas). La empresa industrial está integrada por dos complejos petroquímicos: Libertador Simón Bolívar en Barranquilla y Antonio Nariño en Buenaventura.

Bibliografía

Agricultura colombiana: ¿50 años en avance y/o retroceso?, documento presentado al presidente Iván Duque por los ingenieros agrónomos de la Universidad del Tolima (2021).

Camilo Amaya: «El agro colombiano siente el golpe por la escasez de fertilizantes rusos», Sputnik, 05.05.2022.

Luis Corsi Otálora, Autarquía y desarrollo: el rechazo a la expropiación de las naciones proletarias, Bogotá, Tercer Mundo, 1966.

Manuel Iván Gómez: «¿Qué es la urea y por qué Colombia no la produce?», Periódico UNAL, Bogotá, 18.03.2022.

Pedro Luis Barco Díaz, «Álvaro Uribe le vendió Monómeros a Hugo Chávez y después Juan Guaidó la quebró», diariocriterio.com, 27.02.2022.

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