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Contraplano a la tradición

Camila Loboguerrero — primera directora de largometrajes en Colombia— desafió los cánones de su época con un cine incisivo y socialmente comprometido. Su obra trazó un retrato crítico del país, mientras abría camino para las cineastas que vendrían

Flora Zapata

En la década de 1980, cuando la industria cinematográfica colombiana estaba dominada por figuras masculinas y enfrentaba serias limitaciones económicas, Camila Loboguerrero (1941-2021) emergió como una voz fundamental. No solo se consolidó como una de las primeras directoras en marcar un hito con su aclamada película Con su música a otra parte (1984), sino que también dejó su huella con el drama histórico María Cano (1990), un retrato conmovedor de la emblemática líder sindical que luchó por los derechos de los trabajadores.

Su cinematografía ─caracterizada por la sátira mordaz, la crítica social implacable y un profundo compromiso político─ desafiaba constantemente las convenciones de género mientras ofrecía una visión audaz y sin concesiones de la realidad colombiana.

De arquitecta a cineasta

Nacida en Bogotá en 1941, Loboguerrero inició su formación académica en Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, pero su inquietud creativa y su pasión por la narrativa visual la llevaron a dar un giro radical hacia el mundo del cine.

Durante los años setenta, en un momento en que la industria cinematográfica colombiana intentaba renacer tras el colapso de los grandes estudios tradicionales, Loboguerrero decidió ampliar sus horizontes formándose en el prestigioso London Film School.

A su regreso al país, Camila Loboguerrero aportó una perspectiva renovada y una determinación férrea por contar historias propias. En un entorno donde las mujeres solían ser relegadas a roles técnicos secundarios, Loboguerrero rompió moldes al insistir en asumir roles creativos clave como directora y productora. Su cortometraje El páramo de Cumanday (1977) ofreció un primer vistazo de su aguda sensibilidad social, un interés que desarrollaría con mayor profundidad en sus posteriores largometrajes.

Sátira y crítica social

Su ópera prima se convirtió en un fenómeno inesperado que capturó el imaginario colombiano. La película, protagonizada por Frank Ramírez, seguía las desventuras de un músico mediocre que alcanzaba el éxito no por su talento, sino gracias a su oportunismo y a la complacencia de un entorno cultural vacuo.

A través de un humor negro y diálogos afilados, Loboguerrero diseccionaba con precisión quirúrgica la hipocresía de las élites bogotanas, la mediocridad rampante en el mundo artístico y político, y las dinámicas machistas que permeaban el ambiente cultural de la época.

Realizada con un presupuesto modesto pero con una inventiva visual notable, la cinta demostraba que el cine colombiano podía ser simultáneamente entretenido y profundamente reflexivo, sin necesidad de recurrir a los lugares comunes del melodrama tradicional.

Cine con conciencia histórica

Para su segundo largometraje, Loboguerrero dio un giro hacia el drama histórico con una película que sería un homenaje a una de las figuras más importantes del movimiento obrero colombiano. Protagonizada por Florina Lemaitre, María Cano narraba la vida de la activista que en los años veinte lideró la lucha por los derechos de los trabajadores. La cinta destacaba por su rigurosa aproximación histórica, recreando con fidelidad eventos como las huelgas bananeras y la brutal represión estatal que siguió.

Más allá del contexto histórico, Loboguerrero imprimió al relato una mirada profundamente feminista, presentando a Cano como una mujer que desafió no solo el discurso político tradicional, sino también al conservadurismo social de su tiempo. La fotografía, con sus planos intimistas y su cuidadosa composición, contribuía a humanizar a la protagonista, alejándose de la hagiografía para ofrecer un retrato complejo y conmovedor. Esta película reivindica el poder del cine como instrumento de memoria política y justicia social.

Una visionaria en tiempos adversos

El fallecimiento de Loboguerrero en 2025 no hizo sino reafirmar la vigencia de su legado en la cinematografía nacional. Como pionera, allanó el camino para que otras directoras como Libia Stella Gómez o Catalina Arroyave encontraran su espacio en una industria tradicionalmente hostil hacia las mujeres.

Su labor como docente en la Universidad Nacional de Colombia permitió que transmitiera su conocimiento y pasión a nuevas generaciones de cineastas. Pero quizás su mayor contribución fue demostrar que era posible realizar cine auténtico y comprometido con escasos recursos, sin por ello sacrificar la calidad artística o la profundidad del mensaje. En 2020, el Festival de Cine de Bogotá le rindió un merecido homenaje, reconociendo su papel fundamental en la configuración del cine colombiano moderno.

La obra de Camila Loboguerrero constituye un testimonio elocuente de cómo el cine colombiano puede ser al mismo tiempo crítico, profundamente femenino y valientemente político. Desde la sátira urbana hasta el drama histórico, su filmografía sigue resonando como un espejo de las contradicciones y luchas de la sociedad colombiana.

En la actualidad, cuando las estadísticas revelan que solo el 27 % de las películas en Latinoamérica son dirigidas por mujeres ─según datos del ICAU, Instituto de Cine y Arte de Uruguay─, la trayectoria de Loboguerrero se erige como un recordatorio de lo mucho que se ha avanzado y de todo lo que aún queda por conquistar en la lucha por la equidad en el séptimo arte.

Para quienes deseen descubrir su obra, Con su música a otra parte está disponible en RTVC Play, igual que María Cano suele incluirse en ciclos de cine colombiano, ofreciendo a las nuevas generaciones la oportunidad de conectarse con una de las voces más auténticas del cine nacional.

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