martes, abril 23, 2024
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Carestía, inflación y desperdicio de alimentos

Teyuné Díaz Díaz

El incremento de los costos de los alimentos en el mundo contrasta con sus altos niveles de desperdicios en un panorama signado por las persistentes tensiones geopolíticas, las incertidumbres económicas y una inflación sostenida.

Los mayores impactos de esas múltiples crisis se reflejan en los precios de la energía y de los alimentos, pero en el caso de este último son alarmantes las cantidades de víveres desperdiciados en relación con el incremento de las personas que viven en situación de pobreza y pobreza extrema.

Un escenario ante el cual varios organismos internacionales encienden las señales de alerta, tal es el caso del Banco Mundial (BM).

Ya desde septiembre el BM estimó que la pandemia de la covid-19 empujó a unos 70 millones de individuos a la pobreza extrema en 2020, el mayor aumento anual desde que comenzó el seguimiento de estas cifras, en 1990.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) advirtió que actualmente un tercio de los alimentos producidos a nivel global se pierden o se desperdician. Lo que es peor, el organismo indicó en su último informe sobre El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo que el número de personas afectadas por el hambre aumentó hasta 828 millones en 2021, lo que supone el escalofriante incremento de unos 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde 2019. Calcula el reporte que unos tres mil 100 millones de sujetos no tienen acceso a una dieta saludable.

En otra investigación, El estado mundial de la agricultura y la alimentación (2019), la FAO asevera que alrededor del 14 por ciento de la producción alimentaria mundial –unos 400 mil millones de dólares anuales- se pierde tras recolectarse y antes de llegar a las tiendas.

Pérdidas y desperdicios, subraya la FAO, que representan entre el ocho y el 10 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y repercuten negativamente en el rendimiento de las cosechas, reducen potencialmente la calidad nutricional de los cultivos y provocan perturbaciones en la cadena de suministro.

De rescatar esas pérdidas se podría alimentar a mil 260 millones de personas hambrientas cada año.

El caso de América Latina no es mejor, a finales de noviembre la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) alertaba que al cierre del 2022 unos 201 millones de individuos vivirán en situación de pobreza, de ellos 82 millones en pobreza extrema.

Cifras que implican que unos 15 millones de sujetos adicionales estarán en la pobreza con respecto a la situación previa a la pandemia y que el número de personas en pobreza extrema será 12 millones más alto que el registrado en 2019.

En medio de esa grave situación para América Latina la FAO estima que el seis por ciento de las pérdidas de alimentos a nivel global corresponden a la región, lo que representa el 15 por ciento de los víveres disponibles.

Además de la falta de aprovechamiento, los alimentos no consumidos representan un desperdicio de recursos como la tierra, agua, energía, suelo, semillas y otros insumos utilizados en su producción.

Severas afectaciones en un escenario mundial en el cual crecen la pobreza y pobreza extrema, el hambre, las persistentes tensiones geopolíticas, las incertidumbres económicas y la inflación sostenida, y por supuesto, los vulnerables quedan cada vez más vulnerables.

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