La actitud y la respuesta equivocada del presidente, su equipo de gobierno y asesores, han propiciado el excesivo protagonismo de los manipuladores del plebiscito y les han dado alas para que hoy puedan entrabar todo el proceso de paz.
José Ramón Llanos
Como todos sabemos, después del plebiscito Juan Carlos Vélez Uribe, el responsable de la administración de las finanzas del Centro Democrático, confesó que siguieron las orientaciones de unos asesores extranjeros que les recomendaron emberracar a los electores e indignarlos para que salieran a votar enojados. Además, reconoció el uso de la mentira para engañar al pueblo colombiano.
En un país de valores morales normales, los miembros del uribismo hubieran sido repudiados y aun investigados por la Justicia. En otros países hubieran figurado en la sección judiciales retratados con un cartelito numerado colgado en sus pechos. Pero aquí con desvergüenza inaudita figuran como personajes dignos de admiración. Incluso están actuando como si tuvieran derechos legítimos a reclamar su participación en la adecuación y aclaraciones del Acuerdo de La Habana. Ellos están impedidos por las trampas que le tendieron al elector para que no pudiera votar con pleno conocimiento de lo que votaba.
Además, la actitud y la respuesta equivocada del presidente, su equipo de gobierno y asesores, han propiciado el excesivo protagonismo de los manipuladores del plebiscito y les han dado alas para que hoy puedan entrabar todo el proceso de paz. Incluso los empoderaron y se les permite que pretendan reformar todo el Acuerdo de paz logrado en La Habana a lo largo de cuatro años.
Al gobierno se le ha olvidado que la democracia exige un alto nivel ético a quienes deseen utilizar los mecanismos de elección para acceder al poder. En este caso todo el que aspire a tener el derecho de que sus propuestas sean tenidas en cuenta para diseñar políticas o acuerdos que diriman cuestiones esenciales para el mejor funcionamiento del país, está obligado a respetar las normas legales y éticas de los eventos democráticos en que participe.
En el caso del plebiscito, los miembros del Centro Democrático violaron todas las normas que la participación política y la decencia exigen. Ellos mismos confesaron sus ardides y trampas. En consecuencia, Álvaro Uribe y sus secuaces no tienen ninguna autoridad moral para pretender reformar el Acuerdo de La Habana, ya que participaron en el plebiscito desde la ilegalidad.
El presidente Juan Manuel Santos debe responder positivamente las exigencias de los estudiantes, indígenas, docentes, volcados en las calles exigiendo Acuerdo ya. Cuenta, además, con el apoyo de la ONU, el Vaticano, los gobiernos del mundo. Finalmente la declaración del Episcopado también reclama solución pronta y reconocen que en todos los acuerdos de paz han acudido a la justicia transicional y que en el texto acordado no existe nada sobre la ideología de género. Señor Presidente, no más dilaciones, actúe como un verdadero estadista y ahora premio Nobel.