domingo, mayo 5, 2024
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Arauca, más allá de las cinco guerras

Dos dirigentes araucanos explican la formación socioeconómica de la región, las luchas históricas de la población por tierra y vida digna, así como la necesidad de parar la confrontación y transformar uno de los territorios más martirizados por el conflicto armado

Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos

En las riberas del Arauca vibrador sobrevive un pueblo digno. En enero de 2022 el departamento se convirtió en noticia nacional por cuenta de un nuevo capítulo del conflicto armado, esta vez agudizado por la confrontación entre el histórico Frente de Guerra Oriental ‘Domingo Laín’ del ELN y las disidencias de las Farc, hoy Comando Conjunto de Oriente del EMC.

Desde esa fecha hasta la actualidad van cerca de 500 asesinatos selectivos, numerosos desplazamientos, aumento exponencial del secuestro, explosión de bombas y un largo etcétera de violaciones a los derechos humanos, siendo la población civil la principal afectada por este escalamiento del conflicto en la región.

Sin embargo, las distintas organizaciones y múltiples liderazgos sociales persisten en que Arauca sea un territorio de paz, para lo cual exigen una necesaria trasformación socioeconómica.

“Somos un territorio doblemente martirizado. Por un lado, se agudiza una cruenta guerra que golpea directamente al pueblo araucano. Y por otro, existe una visión desde el interior del país que solo tiene soluciones militaristas para la región”, dice Ferney Tique, presidente regional del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, CPDH.

Caracterización territorial

El departamento de Arauca está ubicado al extremo oriental del país. Limita con Vichada, Casanare y Boyacá, pero principalmente con el estado Apure en la República Bolivariana de Venezuela.

Además de unirlos el río Arauca, principal afluente en esta región del Orinoco colombo-venezolano, los dos pueblos hermanos comparten una sólida identidad socioeconómica y cultural.

En este territorio viven cerca de 350 mil personas dividas en tres subregiones. La primera es la que se denomina cordillera, donde se encuentra Tame, Fortul y una parte de Saravena; una segunda identificada como piedemonte, correspondiente a Saravena y Arauquita; y finalmente se encuentran las sabanas, que van desde Arauquita, Arauca (capital), Puerto Rondón y Cravo Norte.

Frente a esta caracterización, Tique explica como el piedemonte se convirtió en el epicentro de la colonización en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado: “Posterior a la muerte de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y con la intensificación de La Violencia, el gobierno de Rojas Pinilla y luego el Frente Nacional estimularon la llegada de personas provenientes principalmente de los Santanderes y de Antioquia para que se ubicaran en estos territorios. Fue Saravena y Puerto Nariño por donde entraron miles de familias, la mayoría de ellas desplazadas”.

El también dirigente del Partido Comunista resalta que las luchas históricas del movimiento popular se han centrado en la integración socioeconómica, política y cultural para las tres subregiones.

El río Arauca es el principal afluente de la región y un elemento común entre los pueblos que habitan la frontera colombo-venezolana. Foto Johan Hidalgo, licencia Creative Commons

La formación socioeconómica

El descubrimiento del campo petrolífero de Caño Limón finalizando la década de los setenta y el inicio de su explotación en 1984 fue determinante en la formación socioeconómica de Arauca. Desde esa fecha la industria petrolera se ha convertido en el principal renglón económico de la región.

En segunda medida está el sector agropecuario. De acuerdo a los cálculos de Tique, en el departamento se estima un hato de 300 mil cabezas de ganado y cerca de 12 mil familias que viven de esta actividad económica. Además, una producción cercana a los 700 mil litros de leche diarios. Mientras que en la agricultura el dirigente habla del plátano, con 30 mil hectáreas sembradas, convirtiendo a Arauca en el principal productor del país, y el cacao de extraordinaria calidad con 18 mil hectáreas sembradas. Igualmente, señala los cultivos de yuca, maracuyá, cítricos, entre otros.

Como tercer renglón económico estaría la inversión del Estado. Y finalmente se ubica el sector de comercio, bienes y servicios, en proceso de consolidación principalmente en las cabeceras municipales.

“La lucha por la agroindustrialización ha sido una de nuestras principales banderas. El desarrollo en Arauca siempre fue visto desde el saqueo y la explotación minero energética porque producimos materias primas, ya sea petróleo, plátano o cacao. Pero queremos transformación económica, por ejemplo, producir chocolate. Un plan de desarrollo para el campo es lo que le estamos pidiendo al Gobierno del cambio”, argumenta Lidia Afanador, presidenta del Sindicato Departamental del Agro Araucano y defensora de los derechos humanos.

Un pueblo rebelde   

Sin lugar a dudas el pueblo araucano se caracteriza por su inconformidad y rebeldía. Junto con la historia de resistencia que persiste en los cinco pueblos indígenas que hoy habitan el territorio, también se reivindica que en esas tierras comenzó la Ruta Libertadora.

Precisamente fue en Tame donde El Libertador Simón Bolívar tuvo su encuentro con Francisco de Paula Santander, que terminó siendo determinante en el ascenso al páramo de Pisba y las subsiguientes batallas en Boyacá que derivaron en el éxito del proceso independentista.

“Arauca trae a la memoria gesta de libertad, de cambios y opciones de vida distintos para el país. Desde aquella época esa historia heroica ha sido fundamental en la identidad del territorio”, apunta Ferney Tique.

En la formación del pueblo araucano, también se invoca la experiencia de las guerrillas liberales, comandadas por el tameño Guadalupe Salcedo Unda, ejemplo de paz y traicionado por una oligarquía que terminó asesinándolo.

Por último, se identifica que los procesos de colonización no solo tuvieron un efecto en el crecimiento poblacional y en la dinamización económica, sino también en la llegada de múltiples actores políticos, entre ellos los armados, como las Farc y el ELN. Este fenómeno ocurrió finalizando la década de los años setenta.

La población araucana es diversa por cuenta de las distintas colonizaciones que terminaron habitando el territorio. Foto Juan Cano, Presidencia de la República

La lucha por la tierra y la vida

Uno de esos actores protagónicos y decisivos fue el Partido Comunista. Desde su origen en el territorio, la pelea se concentró en apoyar a los sectores campesinos en su lucha por la tierra. Las grandes movilizaciones rurales y paros cívicos en la década de los ochenta fueron orientadas para presionar la formalización de la tierra, que fue una promesa incumplida en la reforma agraria del Frente Nacional.

Según las cifras de Lidia y Ferney, en la actualidad cerca de 4.300 campesinos y colonos araucanos producen la tierra sin documento de legalización. También, existen cerca de 18 mil solicitudes de formalización, lo que mantiene en vigencia la conflictividad por la tierra.

“Por ese proceso de colonización y de movilización, se puede decir que en la cordillera, pero especialmente en la zona de piedemonte, la tenencia de la tierra es democrática. Cosa muy distinta a lo que ocurre en las sabanas de Arauca, donde un solo terrateniente puede tener más de 20 mil hectáreas”, anota Tique.

Paralelo a eso, el Partido Comunista se enfocó en la lucha por los derechos esenciales de la población: vías, energía, educación, salud y soberanía alimentaria. De hecho, Tique es enfático en decir que las escuelas rurales que hoy existen, fueron creadas gracias a la movilización agraria que exigía educación para el campesinado araucano.

Pero sería la exigencia por el derecho a la vida, las libertades y la paz, el factor unitario en todo el movimiento popular del departamento. Frente a un conflicto de baja intensidad que configuró como enemigo interno a todo el tejido social, la acción del Estado ha sido la militarización del territorio y la estigmatización al poblador araucano.

“Es celebre la frase del general fallecido Gustavo Matamoros que decía: ‘En Arauca no hay campamentos, sino pueblos guerrilleros’. Además de ser una frase lapidaria para el movimiento campesino, ejemplifica en la actualidad la forma como el estamento militar sigue interpretando a la región”, dice Lidia con notable molestia.

El 2 de enero de 2022

El domingo 2 de enero de 2022 el país conoció una noticia escabrosa. En los municipios de Tame, Fortul, Saravena y Arauquita, fueron asesinadas 22 personas acusadas de pertenecer a las disidencias de las Farc. La acción fue coordinada y ejecutada por el ELN. Esa fecha es considerada como el inicio de una aguda confrontación entre los dos actores armados.

“Nosotros no sabemos bien que pasó. La gente estaba y sigue estando sorprendida. En Arauca, años atrás, ya se había vivido un conflicto similar y hubo un diálogo político. En esa oportunidad prometieron que eso no se iba a repetir. Y miren, ya vamos para 500 muertos”, reflexiona Lidia.

Tanto Ferney Tique como Lidia Afanador no dudan en identificar a los verdaderos y máximos responsables ante este nuevo capítulo del conflicto armado en Arauca.

“El responsable es el expresidente Duque y su gobierno militarista. Ellos son los culpables que en muchos territorios se haya agudizado la conflictividad. Se dedicaron en hacer trizas el Acuerdo de Paz, lo que produjo un ambiente de incertidumbre, pesimismo e incumplimiento. Por eso un gran porcentaje de ellos regresaron a las armas”, sostiene Tique, quien además no niega que existieron motivaciones de tipo economicista para el rearme.

En ese reagrupamiento de las disidencias se presentaron esas fricciones con uno de los frentes históricos y más fuertes del ELN, el ‘Domingo Laín’, y que fueron mutando hasta el punto de la confrontación que hoy vive el departamento.

“En esencia la disputa es por el territorio y por el control de la frontera, que de una u otra forma produce rentabilidad económica. Si bien en Arauca ya no hay hoja de coca, está la industria petrolera, que le sigue metiendo mano al conflicto”, insiste el presidente regional del CPDH.

Actualmente existe una confrontación entre el ELN y el EMC-Farc por control del territorio y de las rentas económicas que produce la frontera

Las cinco guerras

Para los dos defensores de los derechos humanos, las fuerzas militares desde su estrategia militarista han instrumentalizado y estimulado la crisis humanitaria en el territorio.

“Ese militarismo ha llevado a niveles de exacerbación y radicalización de posturas que están teniendo como objetivo a la población, los liderazgos y al conjunto del movimiento popular”, repasa Lidia.

Lo anterior permite inferir que Arauca es el escenario de cinco guerras. La primera sería la que tiene el Estado colombiano contra el ELN. En segunda instancia, estaría la misma confrontación del Ejército, pero con las estructuras del EMC-Farc.

Una tercera sería la que adelantan los dos actores armados que se identifican como insurgentes. La cuarta es descrita como la estrategia del militarismo disfrazado de paramilitarismo, que instrumentaliza, incentiva y ejecuta la guerra sucia. Y una quinta, son las conflictividades internas que se dan en las organizaciones armadas. Por supuesto, en todas estas guerras quien pierde con cara y sello es la población civil.

“Pareciera ser que la razón de quienes mantienen la lucha armada es pelear por transformaciones en lógica de la justicia y que el pueblo viva en unas condiciones más dignas. Pero la gran contradicción es que esa población hoy está siendo ultimada. Los liderazgos sociales y políticos son vulnerables. Entonces allí hay una gran equivocación”, indica Tique.

Con orgullo y responsabilidad, el dirigente comunista señala que como PCC y Unión Patriótica han acertado en la política:

“Desde nuestra fundación en Arauca, hemos levantado las banderas del diálogo. Nuestro trabajo de masas está orientado a la construcción de normas de convivencia en medio de las diferencias, siempre con el horizonte de la paz y la reconciliación. Esa ha sido nuestra característica principal. Si nosotros hubiéramos tomado partido, como algunos equivocadamente quisieron proponerlo, desde luego hoy no existiríamos”.

El pliego y el Gobierno

Lidia Afanador y Ferney Tique también pertenecen a la Mesa de Organizaciones Cívicas y Populares de Arauca, Mocipar, un espacio de convergencia de 36 organizaciones de base que representan al campesinado, a la clase trabajadora, a los pueblos indígenas, firmantes del Acuerdo de Paz, mujeres, jóvenes y otros sectores.

Desde 2013 vienen impulsando un pliego de peticiones que tocan los puntos más neurálgicos de la sociedad araucana, entre ellos, reforma agraria, paz territorial, derecho a la salud y trabajo, obras de infraestructura y estrategias acertadas para la convivencia de los distintos sujetos sociales.

“La razón de ser del pliego de exigencias, que encarna las luchas históricas del pueblo de Arauca, coincide con el plan de desarrollo ‘Colombia, potencia mundial de la vida’. Nuestra apuesta es que aterricen esos programas en el departamento”, argumenta Tique.

Por su parte, Lidia Afanador insiste en la conexión entre las reformas sociales y las exigencias del pliego. “En Arauca la situación de desempleo es dramática. La gente vive del rebusque. Por su parte, la violencia ha expulsado a la gente del campo, que ha llegado a las cabeceras urbanas a colonizar el hambre. En Tame, una mujer en embarazo tiene que ser remitida a Villavicencio para que dé a luz, porque la red hospitalaria está destruida y las IPS no tienen especialistas. Es la radiografía de un territorio que necesita a un Estado social y no militar”.

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