domingo, junio 8, 2025
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La Raska: ska mañoso con conciencia de clase

Hay bandas que solo hacen música y otras que construyen comunidad. La Raska pertenece a estas últimas. No porque la música no sea lo suyo ─todo lo contrario: hacen música tremenda, con potencia, rabia, alegría y mucho ritmo─, sino porque detrás de su primer álbum Actividades Liberales hay una red de afectos, persistencia y convicción artística que invita a pensar…y a bailar, por supuesto

Mónica Andrea Miranda Forero

Actividades Liberales

El nombre del álbum nació de un trámite en la Cámara de Comercio. Al no poder registrar su proyecto como una empresa convencional, les dijeron que lo suyo eran “actividades liberales”. Aunque el término suena a burocracia pasada de moda, ellos lo resignificaron: “Duramos seis años haciendo actividades liberales. Y eso fue literal”, cuenta entre risas Jendry, el vocalista. Pero no era solo un chiste: también era una afirmación política. Ser artistas, sin jefes, sin salarios fijos, sin garantías, pero con mucha dignidad.

Grabar ese álbum fue una odisea. No tenían disquera, ni patrocinadores, ni estudio profesional. Lo que sí tenían era parche: diez músicos con ganas, amigos que ayudaban, artistas visuales, productores independientes, y un sueño colectivo. Reunirlos fue todo un reto, cada uno jalando desde donde podía. Algunos profes, otros trabajando en pueblos, todos sobreviviendo mientras hacían arte.

Así se armó el disco: monedita a monedita, ensayo a ensayo, grabación a grabación. “Todos los días hacíamos algo, aunque fuera chiquito”, recuerdan. En medio de esa precariedad, lograron algo grande: una música potente, con sello propio. No es ska clásico. Tampoco es salsa, ni cumbia, ni hardcore. Es un poco de todo eso, con el sabor de la calle y el pensamiento de barrio. Lo llamaron ‘ska mañoso’: el sonido que sale cuando uno se las ingenia para crear con lo que tiene.

Conciencia de clase

Pero La Raska no solo hace música. También produce eventos. Autogestionan la Escoprofarra, una fiesta con nombre provocador ─mezcla de escopolamina y rumba─, en la que el sonido alternativo se toma la ciudad. En ese escenario se cruzan bandas emergentes, arte visual, rap, punk, poesía. Todo lo que no cabe en los festivales oficiales, cabe en esta explosión cultural construida desde abajo.

¿Y de qué hablan sus letras? De lo que les duele y lo que sueñan. De la violencia, del desplazamiento, de las brechas, de los sueños de vereda y de ciudad. Porque La Raska tiene claro de dónde viene. “Somos hijos de campesinos, de trabajadores de barrio, de amas de casa que nos apoyaron con lo que pudieron. No somos hijos del privilegio. Por eso, nuestra música también es conciencia de clase”, afirman sin dudar.

Ese lugar de clase se nota en todo: en sus letras, en su forma de organizarse, en su manera de autogestionar. No hay mánager con agenda de Excel, pero hay parceros que empujan. No hay sello discográfico, pero sí cuadernos llenos de partituras hechas a mano. No hay estudio de lujo, pero sí micrófonos compartidos y mezclas cuidadas al detalle.

Studio 1994

El reto no fue solo creativo, sino también técnico y humano. Reunir talentos tan diversos y lograr que el disco tuviera unidad fue un trabajo de paciencia y oído. Diego, el productor, estudió técnicas de mezcla desde cero para darles un sonido profesional. “Queríamos que, si alguien escucha La Raska después de Los Fabulosos o Calle 13, no bajara la calidad”, explica.

Si bien ya tienen su primer álbum afuera, esto apenas comienza. Vienen más toques, más videos, más colaboraciones ─incluyendo con raperos y bandas hardcore─, y ya están trabajando en su segundo disco. “Queremos que el álbum viaje. Que muestre que en Boyacá no solo hay ruana y papa, sino también ska mañoso con conciencia social”, dice Mairon Orjuela, músico e integrante de la banda.

El camino no ha sido fácil. Durante la pandemia, cuando todo parecía detenerse, ellos siguieron componiendo desde casa. Y cuando perdieron vocalistas, en lugar de desarmarse, se repartieron el micrófono entre los músicos, porque para La Raska no hay un líder único: el liderazgo es colectivo, el proceso es horizontal y el arte es una herramienta para resistir.

El arte como herramienta 

Así que si alguna vez se preguntaron si se puede hacer música desde abajo, con parche, con conciencia y sin perder el ritmo, La Raska tiene la respuesta. Y suena a resistencia, a ska mañoso. Suena a clase trabajadora que hace arte para no rendirse nunca.

«Uno de los momentos más duros fue durante la grabación. No solo porque había que coordinar los tiempos de diez personas que vivían en distintas ciudades, sino porque muchos de ellos estaban trabajando para sobrevivir. Desde el profe en Yopal hasta el músico tocando en fiestas en los pueblos, la banda se armaba en los huecos que dejaba la vida real. Pero lo que mantenía viva la llama era la terquedad colectiva: “Hágale, que toca grabar”. “Esta vez sí”. “El sábado en la tarde, caemos todos”», recuerdan.

También hubo tensión en el estudio. Diego, que asumió el rol de productor, tenía que guiar a un grupo de músicos con estilos muy distintos, acostumbrados al escenario, pero no a repetir tomas. “Fue un reto lograr que se entendiera la diferencia entre tocar en vivo y grabar para un disco. Pero también fue chévere ver cómo de esa tensión salían solos, frases nuevas, gritos inesperados que terminaron enriqueciendo las canciones”. El estudio, aunque casero, fue el laboratorio donde se cocinó una estética sonora auténtica.

¿Ska Mañoso? 

El ska mañoso es una mezcla rara. Tiene raíces en el ska, por supuesto, pero también en la cumbia, el hardcore, el gypsy, el punk y el rap. Lo que lo hace único no es solo la fusión de géneros, sino el origen de quienes lo tocan. “Aquí nadie nació en cuna de oro. Aquí somos hijos del rebusque, del campo y de la calle. Eso se nota en cada canción”, dice Jendry. Por eso, aunque no sigan al pie de la letra las “reglas” del ska tradicional, su sonido tiene una identidad sólida, pegajosa y poderosa.

Uno de los conceptos que más definen su arte es el de ‘red’. No solo porque son una banda amplia, sino porque todo el proyecto se sostiene sobre vínculos: afectivos, creativos, colaborativos. Desde los diseñadores que crearon el logo y la portada, hasta los realizadores de los videoclips, pasando por quienes prestaron espacios o equipos. Es una comunidad creativa que va más allá del núcleo de la banda. “Esto es una chiva llena de cosas amarradas, como esos trasteos campesinos: de todo un poquito, pero todo funciona”.

Escoprofarra

La Escoprofarra es el mejor ejemplo de esa red. Un evento que desafía las lógicas del mercado musical tradicional y apuesta por lo alternativo. No hay grandes patrocinadores, pero sí intercambio entre bandas. “Tocamos en tu evento, tú tocas en el nuestro. Y el público responde, porque encuentra ahí algo que no ofrecen los bares comerciales: una experiencia auténtica, diversa, crítica y liberadora”.

Para ellos, la música no es un fin en sí mismo, sino un medio para decir algo. Cada canción es una respuesta a una pregunta social. ¿Cómo afecta la necropolítica a los cuerpos? ¿Qué significa migrar? ¿Qué queda después del conflicto armado? Y, al mismo tiempo, ¿cómo se baila eso? Porque sí, sus canciones se piensan, pero también se gozan. Porque resistir no tiene que ser amargo. Puede ser sabroso.

De Boyacá en los campos

La Raska mira hacia el futuro con la intención de seguir circulando y mostrando que Boyacá no es solo tradición, sino también disrupción. Desde Tunja, desde los barrios, quieren aportar a la conversación nacional sobre arte, cultura, juventud y transformación social. Con paciencia, están construyendo su gira, esperando apoyos institucionales, pero también preparados para seguir autogestionando, si es necesario.

Y no paran ahí. Ya tienen tres temas listos para su segundo álbum, colaboraciones con raperos en proyectos y un tercer videoclip cocinándose. Como dicen ellos, esto ya está más allá de sus propias manos. “El proyecto ya tiene vida propia. Lo que hacemos resuena, aunque no sepamos hasta dónde. Y eso nos emociona”.

La Raska es más que una banda: es un ejercicio de resistencia cultural, una apuesta sonora valiente y un acto de amor colectivo. Si creías que el arte popular estaba en crisis, escucha Actividades Liberales. Les va a dar ganas de armar parche, de prender la consola, de escribir una letra o de simplemente creer ─otra vez─ que sí es posible cambiar el mundo desde la música.

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