sábado, junio 14, 2025
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Entre el liberalismo reformista y la crítica marxista

A finales del siglo XIX, John Stuart Mill y Friedrich Engels ofrecieron visiones opuestas sobre la opresión de las mujeres: una desde el liberalismo y la reforma legal, otra desde el marxismo y la transformación estructural. Sus ideas permiten repensar las raíces y salidas posibles a las desigualdades de género en el capitalismo

Anna Margoliner
@marxoliner

La lucha por la emancipación de las mujeres ha atravesado múltiples corrientes del pensamiento político y filosófico. Dos obras fundamentales que, desde distintas tradiciones, abordaron el problema de la subordinación femenina en el siglo XIX son El sometimiento de las mujeres (1869) de John Stuart Mill y El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) de Friedrich Engels.

Si bien ambas denuncian la injusticia de la opresión patriarcal, sus enfoques difieren profundamente en cuanto a las causas, los mecanismos de reproducción de dicha opresión y las vías para superarla. Por esto, se plantea una lectura comparada que permita comprender los alcances y límites del pensamiento de Mill desde una perspectiva marxista, utilizando la obra de Engels como contrapunto crítico.

Crítica moral, no estructural

John Stuart Mill, filósofo inglés representante del liberalismo clásico, escribió El sometimiento de las mujeres como una denuncia de la subordinación legal, política y moral de las mujeres en la sociedad victoriana. Afirmando que la desigualdad entre los sexos no tiene fundamento natural, Mill sostiene que esta es el resultado de una construcción histórica sustentada en normas jurídicas y prejuicios culturales que han impedido el desarrollo pleno de las capacidades femeninas.

Desde su visión, el principio que rige las relaciones sociales ─la legal subordinación del sexo femenino al masculino─ es una forma de tiranía incompatible con los ideales de libertad y justicia. A partir de esta postura, Mill plantea la necesidad de reformas institucionales que garanticen la igualdad de derechos civiles, educativos y laborales para las mujeres, incluyendo el derecho al sufragio.

Aunque Mill hace una crítica lúcida del matrimonio como una institución que convierte a la mujer en propiedad del marido, su propuesta se mantiene dentro de los márgenes del sistema capitalista liberal. Considera que la eliminación de las barreras legales y sociales bastará para que las mujeres puedan desplegar sus capacidades individuales y alcanzar la autorrealización.

La suya es, por tanto, una crítica moral y jurídica al patriarcado, más que una crítica estructural. Esta postura liberal, centrada en la libertad individual y la igualdad ante la ley, será duramente cuestionada desde el marxismo, que ve en la opresión de las mujeres una relación social determinada por el modo de producción y su división del trabajo.

Desde el materialismo

En contraste, Friedrich Engels desarrolla en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado una interpretación materialista del surgimiento del patriarcado. Basándose en los estudios antropológicos de Lewis H. Morgan, Engels sostiene que en las comunidades primitivas las relaciones entre los sexos eran relativamente igualitarias.

Es con el surgimiento de la propiedad privada y la necesidad de heredarla a los descendientes varones, que los hombres comienzan a controlar la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres, imponiendo la monogamia y consolidando la familia patriarcal. Según Engels, esta transformación marca la “derrota histórica del sexo femenino” y constituye una de las primeras formas de opresión de clase.

Bajo esta perspectiva, la subordinación de las mujeres no puede comprenderse ni resolverse en el plano jurídico o cultural, como propone Mill, sino que debe analizarse como una relación estructural al modo de producción dominante. La familia monogámica, lejos de ser una institución meramente afectiva o privada, cumple una función económica clave: reproduce la fuerza de trabajo, transmite la propiedad y asegura la subordinación de las mujeres en un esquema que naturaliza la división sexual del trabajo.

Por ello, Engels sostiene que la emancipación femenina solo será posible con la abolición de la propiedad privada y la transformación radical de las condiciones materiales de vida, especialmente mediante la socialización del trabajo doméstico y la incorporación de las mujeres a la producción social.

Un contraste evidente

Ambas obras fueron escritas en el siglo XIX, en un contexto de expansión del capitalismo industrial y de los primeros movimientos por los derechos de las mujeres. Mill, desde el liberalismo reformista, responde a las demandas sufragistas en una Inglaterra victoriana que comenzaba a debatir la igualdad legal. Engels, en cambio, escribe desde el marxismo, buscando explicar la opresión de género como producto de cambios en la organización económica y social, en un momento de auge del movimiento obrero y las ideas revolucionarias.

Su diferencia radica en el enfoque como de horizonte político. Mill piensa la libertad como un derecho individual que debe extenderse a las mujeres, pero sin cuestionar el sistema económico que sostiene su exclusión. Engels, en cambio, entiende la libertad como un proceso colectivo que implica la abolición de todas las formas de explotación, incluidas las de género.

Para Mill, la educación y el acceso a derechos civiles bastarían para garantizar la igualdad. Para Engels, tales reformas pueden ser útiles, pero insuficientes mientras se mantenga intacto el sistema que las produce.

La comparación entre Mill y Engels permite visibilizar dos formas distintas de abordar el problema de la subordinación femenina: una liberal-reformista, centrada en la igualdad ante la ley; y otra materialista, orientada a transformar las condiciones históricas que reproducen dicha subordinación.

En tiempos donde la opresión de género sigue vigente bajo nuevas formas, esta tensión entre reforma y revolución sigue siendo una interrogante central para los feminismos contemporáneos.

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