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60 años de bloqueo contra Cuba

El 7 de febrero de 1962, el gobierno estadounidense de John F. Kennedy estableció el bloqueo económico contra la mayor de las Antillas, embargo que se ha recrudecido en los últimos sesenta años, pese al reiterativo rechazo de la comunidad internacional

Diana Carolina Alfonso
@DianaCaro_AP

Si bien el presidente Kennedy declaró en febrero de 1962 el bloqueo unidireccional contra la isla revolucionaria, la intervención directa de los Estados Unidos sobre Cuba se remonta al fin de la posesión colonialista de España, dirimida en la guerra hispano-estadounidense de 1898.

Con la Constitución de 1902, el gobierno norteamericano controló en su totalidad el destino del pueblo cubano. Los yankees impusieron el arriendo a perpetuidad sobre la Bahía de Guantánamo, el control del comercio y las finanzas, y el derecho de intervenir militarmente en caso de nuevos conflictos internos. El latifundio se extendió durante los siguientes treinta años con la venía de gobiernos mercenarios y de una burguesía local poco democrática.

Bloqueo y guerra de desgaste

El estallido de la revolución el 1 de enero de 1959 fue como poner en agua al gato. El primero en saltar fue el entonces presidente y veterano de la Segunda Guerra Mundial, Dwight D. Eisenhower. Era inaceptable que la isla se convirtiera en un factor desestabilizador a tan sólo 485 millas de su frontera. Luego de la expropiación de las empresas petroleras Texaco, Esso y Shell, Eisenhower rompió relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961. Los propósitos de esa primera ruptura fueron:  reducir la cuota azucarera, socavar la inversión privada norteamericana, acabar con todo sostén económico aislando el comercio de la isla, y privarla de alimentos y combustible.

Aunque el recurso historiográfico hegemónico enseñe que aquella fractura inicial entre Estados Unidos y Cuba fue producto de la estatización petrolera, según afirma el portal Cubadebate un año antes de la nacionalización petrolera, “el 28 de marzo de 1960 el gobierno de Estados Unidos organizó (…) un conjunto de medidas denominado ‘Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro’, que incluía acciones para atentar contra la vida del Primer Ministro Fidel Castro y permitió luego organizar la invasión por Playa Girón”.

Por si fuera poco, Eisenhower, recordado como el primer Comandante Supremo de la OTAN, dio órdenes a la CIA para que “pusiera en marcha un plan ya conformado de entrenar una fuerza mercenaria compuesta en su gran mayoría por exiliados cubanos y batistianos prófugos de la justicia en Cuba”, confirma el portal.

Todo estaba planeado porque todo se apoyaba en el anticomunismo acérrimo por el cual se firmó en 1917 La Ley de Comercio con el Enemigo. ¿Cuál fue la novedad de la guerra fría?

En medio de una feroz guerra armamentista que no había dudado en medirse victoriosa contra el gobierno democrático de Jacobo Árbenz en Guatemala, el recién asumido John F. Kennedy no lo pensó dos veces para ejecutar el plan mercenario sobre la isla. Con toda la pompa del caso, el 15 de abril de 1961 cientos de militares norteamericanos y refugiados cubanos entrenados por la CIA aterrizaron sobre la pequeña costa de Playa Girón, para tener que volver derrotados a territorio norteamericano a menos de 65 horas de iniciado el ataque. A aquella primerísima humillación internacional se sumó la Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles que pudo terminar en un desastre nuclear.

Contrarrevolución e internacionalismo

Además de formalizar el bloqueo el 7 de enero de 1962, ese mismo año John F. Kennedy impulsó un programa de intervención a escala regional con el propósito de asfixiar a Cuba, y de limitar al máximo la oleada revolucionaria que se extendía como un maremoto por todo el continente.

Tomando por modelo el plan de recomposición económica tras el fin de la Segunda Guerra Mundial –conocido como Plan Marshall–, que en 1945 trajo aparejadas las fundaciones del Fondo Monetario Internacional, FMI, y de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, la estrategia de contención contra Cuba debía comprender dos ejes centrales: la sujeción económica y financiera, y la coordinación estratégica de las naciones aliadas. Con ese propósito, en el ámbito económico y financiero se crearon la Alianza para el Progreso y el Banco Interamericano para el Desarrollo, BID. En segunda instancia, la constitución de los Cuerpos de Paz actuó como antesala de la coordinación estratégica y militar conocida como Plan Cóndor.

Aunque el contexto parecía estar en su contra, Cuba jugó un papel central en la convocatoria, articulación y avance de los países tercermundistas. Incluso cuando la URSS –su mayor aliado– se mostró renuente a participar en los proyectos revolucionarios de África, Fidel Castro siempre sostuvo que la revolución sólo podía potenciarse y renovarse en la acción contundente del internacionalismo. Hasta la caída del apartheid sudafricano en 1992, Cuba apoyó militarmente las revoluciones de Argelia, Siria, Congo, Angola y Etiopía.

La firma de disolución de la URSS en 1991 dio luz verde a la arremetida neoliberal y al silenciamiento sobre el terrorismo de la ola dictatorial promovida por el Departamento de Estado estadounidense. Entre 1992 y 1996 se firmaron las leyes Torricelli y Helms Burton que prohibieron el comercio de las compañías subsidiarias de Estados Unidos con Cuba. So pena de sanción económica, se prohibió a los países del mundo y a las empresas vinculadas con el país del norte, formalizar cualquier tipo de actividad comercial con Cuba.

En la frontera imperial

El caso cubano reviste una estrategia de dominación cuya historia se corresponde con los procesos revolucionarios del mundo moderno-capitalista. De hecho, la modernidad latinoamericana, con sus constituciones humanistas a la francesa, empieza, paradójicamente, con el embargo de Francia a Haití luego del triunfo de la revolución antiesclavista y anticolonial de 1804.

Si nos apartamos de las lecturas ensimismadas sobre la crisis cubana, podremos analizar, desde una perspectiva regional, las tensiones políticas en el paso del modelo colonial al modelo neo-colonial. En los últimos 200 años de republicanismo, nuestro continente ha sido testigo de la transferencia de la potencia imperialista, desde la órbita europea a la norteamericana, y Cuba –esa pequeña isla incrustada en el Caribe al sur de La Florida– el más longevo e ideologizado de sus enemigos.

México, Puerto Rico, Haití y Cuba, comparten la desdicha geográfica de encontrarse bajo la égida inmediata de los Estados Unidos. Pero lo más importante es que, en su condición de patio trasero, todas estas naciones han sido hostigadas e intervenidas económica y militarmente por su vecino norteño.

Los efectos humanos en la frontera imperial saltan a la vista: Ciudad Juárez es el mayor cementerio feminicida del continente; en Puerto Rico la miseria expulsa al 60% de su población, y Haití es hoy el mayor negocio internacional de la lástima. En este siglo marcado por la desnutrición en masa, el tráfico de personas, el narcotráfico, la desregulación laboral, el saqueo de los recursos naturales, y el paramilitarismo, Cuba es un faro enorme que sostiene en pie las difusas aspiraciones soberanistas de la región. La tarea, sin embargo, es en extremo difícil y tiende a empeorar.

Bien dice el dicho que la verdad es todo aquello que sirva para destruir al enemigo, por eso Cuba es también explicación del mundo. Basta poner los ojos en los cercos sanitarios impuestos sobre Palestina, Irán, Siria, Rusia o Venezuela; la sujeción del FMI a la Argentina, contando con las bases militares en la Patagonia y la venta de una parte de su mar a la Shell; los miles de torturados en Guantánamo, Paraguay y Honduras; el magnicidio en Haití, etc.

Mientras exista el enemigo de la vida, sobran motivos para levantarse con la humanidad de quienes aman y fundan. Por eso, ¡Cuba va!

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