Se cumplen tres decenios del día en que la Selección Colombia pudo ver al mundo del fútbol por encima del hombro
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Aquel 5 de septiembre de 1993, hace 30 años, no fue un domingo perezoso como cualquier otro –para quienes pueden darse ese lujo, claro– sino un día de ansiedad y tensión por la expectativa del partido contra Argentina que esa tarde iba a definir el clasificado por el grupo A al Campeonato Mundial de Fútbol de Estados Unidos 1994, grupo que Colombia compartía con el aguerrido Paraguay, el exquisito Perú y la siempre intimidante Argentina.
Cómo llegamos aquí
A este último partido llegó Colombia con 7 puntos, los mismos que Argentina, pero con una diferencia de seis goles a favor mientras que los australes tenían solo tres. Es decir, el empate bastaba a Colombia para clasificar como primera de su grupo y evitar el siempre agotador e impredecible repechaje con Australia.
Sin embargo, aquella ventaja de tres goles era casi una simple palmadita en el hombro porque a pesar de haber hecho una campaña impresionante para unas eliminatorias al Mundial –3 victorias y dos empates–, un juego contra Argentina en el Monumental de Núñez en Buenos Aires es un partido que siempre de antemano se da por perdido en las cuentas de cualquier director técnico.
Por eso aquella tarde todo el mundo se comía las uñas de la ansiedad. Un empate ante Argentina y una clasificación por diferencia de goles, es decir un triunfo “por los pelos”, se convertirían en una gesta gloriosa que la hinchada recordaría por siempre. Pero el panorama no se veía alentador. La selección argentina de hace 30 años era tal vez uno de los mejores conjuntos que ha tenido ese país en su historia. Venía de ganar las Copas América de 1991 y 1993, así como de disputar tres de las últimas cuatro finales del mundo.
Dirigidos por Alfio el Coco Basile, muchos de quienes conformaban aquel equipo eran los mejores jugadores del planeta en sus respectivos puestos. Sergio Goycoechea en la portería, los defensas Jorge Borelli, Óscar Ruggeri o Ricardo Altamirano, los mediocampistas Fernando Redondo o Diego Simeone y los delanteros Ramón Medina Bello o Gabriel Batistuta, todos eran nombres que hacían temblar las rodillas cuando se tenían alineados en el equipo de enfrente.
Por ello no fueron absurdas las declaraciones de Diego cuando dijo que la historia no se podía cambiar y que mientras Argentina estaba arriba, Colombia estaba abajo. A veces los dioses también se equivocan, sobre todo cuando son humanos. Y tampoco fue extraño que al final el mismo Diego se uniera al aplauso de la hinchada argentina, porque los dioses también premian, cuando es justo hacerlo.
Sí, sí, Colombia
Por su parte, la selección Colombia de 1993 ha sido tal vez el mejor equipo de nuestra historia. No solo fue la primera generación de jugadores que logró mantenerse en el primer nivel del fútbol mundial durante varios años, clasificando a tres Campeonatos Mundiales consecutivos (1990, 1994 y 1998), sino que posicionó un estilo de juego que para aquel momento –los triunfalistas y neoliberales años 90– lucía algo romántico y un poco fuera de tiempo. Brasil renunciaba al jogo bonito, Argentina dejaba atrás “la nuestra” y ambos incorporaban tácticas de juego eficaces pero tan dirigidas a defender y destruir el juego del rival que terminaban por deslucir el espectáculo.
Colombia, por el contrario, jugaba al toque-toque. No se preocupaba tanto por desarrollar un juego vertical que presionara al rival, sino que prefería marear al equipo contrario con incesantes toques de balón en la mitad de la cancha y cansarlo haciéndole correr de un lado al otro.
El interminable “bobito” servía para esperar el momento en que se abriera un espacio vacío donde el Pibe Valderrama metiera una puñalada para que Iguarán, De Ávila o Asprilla convirtieran el gol.
El potrero
Ese estilo de juego, tan criticado como alabado, en el fondo era una representación de la forma como nuestros niños han aprendido a jugar fútbol en este país y en toda América Latina: en el potrero. Allí, con una pelota de trapo y a veces sin zapatos, los niños se divierten, aprenden a tocar y a patear el balón como una forma de goce, comparten con sus pares y desarrollan habilidades de cooperación, solidaridad y sana competencia. El fútbol es para ellos ante todo una fuente de placer personal y social. Es un espacio de reconocimiento y expresión de los afectos.
Por eso, aquel 5 de septiembre, la única instrucción que el profesor Francisco Maturana dio a los jugadores fue que se divirtieran. No insistió en conceptos tácticos, simplemente dejó que los jugadores se relajaran con el balón, jugaran al “bobito” y recordaran sus raíces y el placer que les producía jugar en la cancha del barrio.
De la misma forma, 31 años antes, Alfonso Cañón había dicho a sus compañeros en el entretiempo del partido contra la Unión Soviética que iban perdiendo 3-1: “Juguemos como en el potrero”, y al final el partido quedó 4-4. Así mismo, hace algunas semanas nuestra amada Catalina Usme hizo inmortal una expresión que resume este mismo espíritu: “Me vale medio culo que sea Alemania”, para que al final las nuestras eliminaran a las europeas en el Mundial Femenino.
El partido
Como era de esperarse, Argentina salió a ganar el partido pero la ordenada defensa colombiana, la providencial actuación de Óscar Córdoba en la portería y la mala suerte de la delantera argentina, hicieron que el marco se mantuviera en ceros durante casi todo el primer tiempo. Minuto 41, una puñalada del Pibe rompe las líneas argentinas y aparece Freddy Rincón quien toma la pelota, elude a Goycoechea y la manda al fondo de la red. 0-1 para Colombia y fin de los primeros 45 minutos.
El segundo tiempo comenzó con Argentina hecha una tromba buscando el empate con desesperación, pero a los 5 minutos Freddy Rincón mete un pase largo que Asprilla recibe, controla con maestría, elude a un defensa y cayéndose la manda al fondo. 0-2 para Colombia.
Argentina nos arrincona. 29 minutos, el Pibe lanza un pase a Asprilla en la mitad de la cancha y el tulueño hace la carrera de su vida, llega a la línea final, mete un pase de la muerte que rechaza Goycoechea, la recupera Leonel Álvarez en el borde del área, corre de nuevo hasta el fondo y mete otro pase de la muerte que se va demasiado pasado, pero es pescado por Freddy Rincón quien le pega machucado, coge a contrapié a toda la defensa argentina y la manda al fondo de la red. 0-3 para Colombia.
Un minuto después, cuando los argentinos aún no se reponían del golpe, Asprilla recupera la pelota en la mitad de la cancha, deja atrás a su marcador y ante la salida de Goycoechea, la toca con sutileza por encima y baña al portero para mandarla al fondo de la red por cuarta vez. Finalmente, faltando 6 minutos para el final del partido, el Pibe mete una puñalada que es recogida por Asprilla quien la toca suavemente para que el Tren Valencia la mande al fondo de nuevo. 0-5 para Colombia.
La fiesta y el guayabo
El final del partido y la clasificación de Colombia echaron a las calles a todo el país, que se desbordó en una orgía de celebración, licor y violencia. 81 personas murieron aquella noche en medio de los festejos, pero el peor guayabo se presentó poco después, cuando la selección, embriagada de éxito, fue vergonzosamente eliminada en la primera ronda del Mundial y Andrés Escobar pagó con su vida el haber metido el autogol contra Estados Unidos.
El 5 de septiembre de 1993 fue el momento cumbre de aquella generación de futbolistas. A partir de entonces, la selección comenzó a padecer conflictos internos, verse inmersa en escándalos y a disminuir su rendimiento hasta terminar tristemente eliminada del Mundial de Corea y Japón de 2002.
No obstante, nos quedan en la memoria esos inolvidables cinco gritos de gol.