“Yukpa significa esa pequeña imagen que se ve en la niña del ojo del otro, a esa imagen es la que decimos así, entendemos que es nuestro propio reflejo”, expresa Alfredo Peña Franco, Gobernador del Cabildo Iroka
Rubén Darío Arroyo Osorio
Quienes están familiarizados con la historia saben que todos los grupos indígenas de Colombia han sufrido invasiones que destruyeron su convivencia y dañaron su cultura, usos y costumbres. La expropiación de sus territorios ancestrales comenzó con la violencia de la colonización europea y ha continuado hasta nuestros días, ahora profundizada con el desarrollo de la violencia ejercida por grupos armados irregulares.
No obstante, sus luchas han logrado algunas reivindicaciones siguiendo las huellas de sus connotados líderes como Manuel Quintín Lame, incluso han alcanzado a elegir curules tanto en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 ─Lorenzo Muelas, por ejemplo─ y otros que continuaron este itinerario político y social. Así, bajo la bandera de MAIS cuentan con ocho congresistas, guerreros, todos con voz, sus propuestas alternativas y su vocación social.
Aquí destacamos por su raigambre étnico a Aida Quilqué (del pueblo Nasa de Tierradentro-Cauca); Norman Bañol (Emberá Chamí); Martha Peralta Epiayú (Wayuu), presidenta de MAIS; César Pachón Achuri (exsenador por los territorios de Boyacá); Ermes Pate (Nasa de Tierradentro Cric-Cauca). Además de contar con organizaciones sociales y políticas como la ONIC, verdaderas defensoras de sus derechos fundamentales.
Expulsados y maltratados
Las movilizaciones indígenas desde el Cauca y otros territorios hacia la capital, así como las tomas del Parque Nacional, La Rioja, La Florida, han obligado a los gobiernos a reconocer algunas de sus reclamaciones; otras siguen pendientes, sin olvidar el riesgo del fuego cruzado proveniente entre grupos armados irregulares y el Ejército. No obstante, el retorno de los emberá a sus territorios continúa siendo una prioridad.
Hay un lunar en esta realidad de nuestros compatriotas indígenas, aún no llega una salvación política y social para los Yukpas de los que hoy encontramos reductos desplazados por la violencia armada en distintos puntos de Colombia, en particular en Barranquilla, víctimas de expoliación y acciones inhumanas históricamente.
Este pueblo sufre brutales tratamientos que violan sus derechos ciudadanos, enfrentan abusos que vulneran su dignidad. Lo que les ocurre no es distinto a otras situaciones de discriminación y abandono que, con el tiempo, se “normalizan”, adornadas con eufemismos vacíos para convertir una segregación social en paisaje que, lamentablemente, muchos contemplan con indiferencia.
La historia nos dice que, desde tiempos de la colonia, Ambrosio Alfinger desplazó por la fuerza a los Yukpas de sus territorios ancestrales, ubicados entre lo que hoy es el departamento del Cesar y el lago de Maracaibo hacia las entrañas de la serranía del Perijá.
En las guerras independentistas fueron expulsados hacia entornos inhóspitos, aun así se sobrepusieron a tanta infamia y sobrevivieron a nuevas tragedias imperdonables. En el siglo XVIII, algunas misiones religiosas hicieron contacto con ellos, pero fueron suspendidas y estuvieron nuevamente atacados por grupo de colonos, incluso hubo otros choques entre subgrupos étnicos y los Yukpas siguieron siendo diezmados en sus comunidades.
Sufrimientos y desamparo
Hoy, el sufrimiento de esta comunidad se intensifica y las condiciones de desamparo para algunos de sus miembros se agravan. Día y noche, aguantan el sol, la lluvia, la sed y el hambre, sobreviviendo a duras penas mediante la mendicidad en Barranquilla, una ciudad controlada desde hace décadas por clanes de élites de ávaros comerciantes que se alternan el poder de la gobernación del departamento y las alcaldías de los municipios del Atlántico.
Además, estos grupos políticos adormecen a la ciudadanía desprevenida, promoviendo sus centros comerciales, monumentos, emisoras, periódicos, equipos de fútbol, carrozas y reinas del carnaval, contribuyendo a la insensibilidad colectiva.
Ni las monedas y migajas que dan los transeúntes y conductores que transitan cotidianamente por la intersección de la carrera 46 con Avenida Olaya Herrera y la calle 100 les resuelve un momento de vida digna. La compasión cristiana ni la solidaridad enana bastan para superar esta maldita costumbre de menospreciar a nuestros congéneres.
Estos dignos compatriotas han habitado las estribaciones de la serranía del Perijá entre los departamentos norte de Santander y el Cesar. Su población, según el Dane, alcanza más de 4.761 habitantes, considerados como “Los guardianes de la serranía” que, según la ONIC, su territorio antiguo contenía extensiones en zonas de Venezuela.
Niños y ancianos a la deriva
Actualmente, estos pueblos están asentados en territorios del norte Colombia ya referenciados, pero han migrado a la capital del departamento del Atlántico, donde enfrentan la tragedia de la mendicidad y la humillación de quienes no tienen la mínima conciencia de la gravedad de esta situación, especialmente las autoridades locales que los expulsan o los esconden con la complicidad de Bienestar Familiar, sin tomar medidas para una solución definitiva a estas familias abandonadas, que carecen de apoyo para proteger su niñez o ancianidad.
Así, aunque por un tiempo desaparecen de estas calles, tarde o temprano vuelven a emerger, desafiando esta brutal estrategia de invisibilización.
Mientras tanto, allá en las comarcas de su hábitat se dice que, en documentos de la ONIC, “se ha constatado que su lengua Yukpa-japrería está altamente amenazada y, aunque se habla en determinadas zonas de su territorio no se hace cuando están presentes personas ajenas a la etnia”.
En Barranquilla, decenas de niños permanecen, marcados por la desnutrición, macilentos. Acurrucados o en brazos de sus madres, que también lucen enjutas y frágiles, ellas intentan distraerse peinando sus escasos cabellos amarillos por el efecto del astro rey. Mientras tanto, sus hermanos mayores o parientes cercanos arriesgan su vida implorando “una limosna por el amor a Dios”, quien también parece los ignora.