Erika Vargas es una mujer trans, activista lesbiana y cultural de Bogotá, se involucró desde joven en música y artes, fundó la batucada «Manada Callejera», co-fundó «Las Andariegas» y trabajó en temas de género en el marco del Acuerdo de Paz. Por otro lado Juan Pablo Otero Salazar, estudiante de grado undécimo, se destacó como cabildante estudiantil bajo el Acuerdo Distrital 597/15. Con seis compañeros, desarrolló una iniciativa contra el bullying por orientación sexual y género en colegios, buscando promover la inclusión y diversidad
Anna Margoliner
@marxoliner
Construyendo desde el barrio
Nacida y criada en la localidad de Ciudad Bolívar, conocida como la Z-19, Erika creció en un entorno predominantemente rural en aquel entonces. Desde una edad temprana, se involucró en procesos organizativos comunales y populares, así como en la educación popular. Además, desde los 14 o 15 años mostró interés por la música y las artes, estudiando música con énfasis en las artes en un colegio del sur de la ciudad. Durante esta etapa, tocó el trombón y el bombo, participando activamente en escenarios de artes escénicas y plásticas.
En torno a 2014 o 2015, se unió como trombonista a una banda de ska punk y se involucró activamente en movimientos y procesos organizativos. Durante su juventud, comenzó a identificarse como mujer lesbiana alrededor de los 18 o 19 años. Posteriormente, tras graduarse de la universidad con una licenciatura en lengua castellana en la Universidad del Tolima, donde desarrolló una tesis sobre los cuentos de Rafael Pombo adaptados al hip hop para la primera infancia, fundó junto a un compañero la huerta «La Huerta Guaira del Sur» en Ciudad Bolívar, un espacio dedicado a la espiritualidad y cercano al territorio.
Como mujer lesbiana y activista, fundó la batucada «Manada Callejera», evolución de «Toque Lésbico», la primera batucada lésbica en Bogotá, enfocada en la defensa de los derechos LGBTI y la formulación de políticas públicas. Ha sido una figura clave en el proceso de implementación del acuerdo de paz, trabajando en el enfoque de género junto a líderes como Olga Marín y Victoria Sandino, y participando en la creación de comités y mesas de mujeres en varias regiones de Colombia.
Erika cofundó «Las Andariegas», una organización dedicada a trabajar con mujeres, diversidades sexuales y comunidades de paz, desarrollando proyectos como un corto animado, un videojuego feminista y un extenso podcast sobre diversidades, mujeres y procesos populares. Durante el paro, utilizó sus plataformas para visibilizar la situación de las mujeres y diversidades sexuales en dicho contexto.
Además, completó una maestría en estudios artísticos en la Universidad Nacional, investigando sobre mujeres farianas en la música y colaborando en proyectos artísticos con personas en proceso de reincorporación, como «Tejiendo Historias de Resistencia» en Icononzo. Su activismo se ha caracterizado por una perspectiva interseccional, integrando su identidad política marxista y popular, y siempre defendiendo los derechos de las personas afro, con discapacidades y de las diversidades sexuales, contribuyendo así a la construcción de paz y equidad en Colombia.
La voz de los estudiantes en el Concejo de Bogotá
Juan Pablo Otero Salazar, un estudiante de grado undécimo que recientemente cumplió 18 años, se destacó como cabildante estudiantil en su colegio bajo el marco del Acuerdo Distrital 597/15. Junto a seis compañeros, desarrolló una iniciativa para abordar el bullying por orientación sexual, identidad de género y expresiones diversas en los colegios, con el objetivo de promover la inclusión y diversidad en el país.
Su motivación para participar como cabildante surge de su sensibilidad hacia las injusticias y su crítica constante hacia los modelos educativos. Juan Pablo vio en esta figura una oportunidad para transformar las circunstancias educativas y aportar a su comunidad. A través de esta experiencia, aprendió la importancia del sentido crítico y propositivo desde una edad temprana, así como el manejo práctico de herramientas legales como el derecho de petición y la acción de tutela.
La idea de la iniciativa surgió inicialmente de la observación de las restricciones en los manuales de convivencia escolar, como el uso del pantalón para mujeres o los aretes para hombres. Sin embargo, tras investigar y fundamentar el proyecto, se amplió el enfoque hacia la protección contra el bullying LGBTIQ+, incluyendo la actualización de manuales con perspectiva de género. Esto se realizó con el propósito de transformar los entornos educativos y reducir las violencias hacia estos grupos, basándose en la creencia de que la educación es fundamental para cambiar las problemáticas sociales.
El proceso de presentación en el Concejo no estuvo exento de dificultades. A pesar de haber ganado en votaciones preliminares, enfrentaron resistencia de concejales con posiciones fundamentalistas y maniobras para sabotear el proyecto, lo que llevó a interponer acciones legales para lograr su agendamiento.
Para asegurar la implementación efectiva del proyecto en los colegios, Juan Pablo y su equipo requieren apoyo continuo de la comunidad estudiantil y la ciudadanía en general. Subrayan la importancia de que otros jóvenes se involucren activamente en la defensa de los derechos y se unan en la lucha por una educación inclusiva y respetuosa.
Juan Pablo concluye con un mensaje de solidaridad y acción para los jóvenes que desean impulsar cambios en sus comunidades. Destaca la lectura como herramienta para formar un pensamiento crítico y propone la necesidad de comprometerse activamente en la defensa de los derechos, superando la indiferencia y luchando junto a quienes enfrentan injusticias. La experiencia de Juan Pablo como cabildante estudiantil no solo refleja su compromiso con la justicia social y la inclusión, sino también su capacidad para liderar iniciativas significativas que buscan transformar la realidad educativa y social del país.