Néstor Rivero
En el fondo del ajuste cambiario acordado por el Gobierno Bolivariano destacan dos factores esenciales.
El primero tiene que ver con la voracidad rentista de la burguesía importadora nativa, la cual desde 1918, cuando sirvió de testaferro a las compañías petroleras para la entrega de millones de hectáreas, se conformó a través de 95 años para fungir de intermediaria ante los dictados de la economía neocolonial.
Jamás esta burguesía tuvo aliento, aunque le sobraran los dólares, para industrializar el país. Siempre se mantuvo como dócil instrumento dentro de nuestro territorio en los rubros agrícola, alimentario, metalmecánico, minero –y en áreas como el transporte, el entretenimiento y la recreación– de la voracidad expansiva de capitales estadounidenses –Ford Co, General Motors, CADA, Iron Mining Co, Standard Oil o Creole, Chase Manhattan Bank de Rockefeller y NBC, entre otras.
Este sector, todavía con los resortes de la capacidad importadora del país, jamás acompañará ningún proyecto nacional de desarrollo: apostará siempre a su liquidación por los riesgos de colidir con su patrono imperial. Por eso mantiene más de 400 MM de dólares venezolanos en el exterior y apostará siempre a la expatriación de capitales.
El segundo factor, consecuencia del primero, atiende a la necesidad de impulsar un modelo productivo endógeno, impulsor del bastión humano de la Nación con vocación de soberanía e inclusión. Y hacia allí apunta la Ley del Sistema Económico Comunal, con su figura del “Prosumidor”, agente de producción, distribución y consumo de los bienes y servicios del cuerpo social.
La derrota de la cultura rentista y el consumismo –reto del proceso bolivariano y socialista–, pasa por estrategias consistentes de estímulo a la vocación manual y productiva de quienes vivieron como agentes de una economía terciaria y de servicio, quienes, a partir de políticas de Estado para la economía micro, solidaria y de pequeña empresa, hagan buena la promesa de la LOSEC.
Fuente: Ciudad Caracas
