lunes, diciembre 1, 2025
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Un relato de revanchas

“La televisión está arruinando la mirada clásica del cine”, Paul Thomas Anderson

Juan Guillermo Ramírez

Una batalla tras otra es la película más política de Paul Thomas Anderson, un director que ha observado con detenimiento e inteligencia el devenir de su país en los últimos treinta años. Y asume con honestidad una impronta más lúdica que la novela original, “Vineland” (1990), de Thomas Pynchon, autor al que Anderson ya había adaptado en Vicio propio, y cuyo universo se remonta al hipismo de los 60 como memoria desgarrada y al presente de la era Reagan como fresco de la irremediable desilusión.

Anderson elige su presente, que es también el nuestro, el de estos tiempos y el de este mundo. Y elige un arco amplio que recorre una década y media de intervalo, que une los primeros destellos de la crisis de la globalización en la era Obama, la escalada de la xenofobia, el impacto de los movimientos ambientalistas y las tensiones raciales, hasta mostrar un oscuro panorama tras el segundo triunfo de Donald Trump, en el que lejos de calmarse todo se ha agudizado.

Pero en el corazón de ese mundo están sus personajes, eternos entusiastas siempre desajustados, y está su mirada autoral que combina la evaluación de una era absurda y disparatada con la conciencia de una tradición cinematográfica que le fue legada.

Como argumentó Salman Rushdie, «Vineland» es ‘un libro sobre lo que Estados Unidos les ha estado haciendo a sus hijos’, entonces, Una batalla tras otra podría describirse como una película sobre por qué la gente sigue haciéndolas de todos modos, incluso mientras la represión continúa, ampliándose y profundizándose sin importar quiénes ocupen el poder.

Bob y Willa solo comparten una escena antes de que «otra batalla» se interponga entre ellos, pero es una pequeña obra maestra de desconexión intergeneracional, con un humor espléndido, ya que el padre, aterrorizado, está demasiado aturdido por el miedo a perder a su hija como para apreciar lo bien que ella ha aprendido a compensar sus fracasos.

Los actores

Las películas de Paul Thomas Anderson tratan muchas veces de padres e hijos o de relaciones paternales entre dos hombres. En Una batalla tras otra, los padres son dos y Willa es la siguiente generación que deberá elegir cuál de los dos caminos tomará, hablamos de la madre y el padre, el militar no es una opción.

¿Más honesta y sensible que su madre? Probablemente sí. ¿Algo cansado y alejado de la revolución como el padre? Probablemente no. Lo que parecía olvidado por el padre es recordado por la hija. Más que una revolución armada, una resistencia pacífica contra el poder totalitario. La película tiene humor, incluso en lugares donde no lo manifiesta de forma explícita y también algo de corazón, mérito de Leonardo Di Caprio y Chase Infiniti.

Es justo sumar a Benicio Del Toro, cuya resistencia es ordenada, relajada y sin sufrimiento, tal vez por su condición de sensei latino. Lo de Sean Penn es para sacarlo del elenco y reemplazarlo por un personaje de Pixar.

Tiene un prólogo impresionante y trepidante que recuerda al de Batman: el caballero de la noche de Nolan, una secuencia «navideña» al mejor estilo de Kubrick en Ojos Bien Cerrados, una atmósfera y diseño de producción al mejor estilo de Había una vez en Hollywood o un villano tragicómico a lo Hans Landa en Bastardos Sin Gloria de Tarantino, personajes icónicos como en El Gran Lebowski de los Coen, y una persecución final que no palidece frente a la magnífica Con la muerte en los talones de Hitchcock, ni ante ninguna gran obra de acción de los últimos años.

Mirada ideológica

La sátira política (redundancia) es un género que funciona mejor en la literatura que en el cine y de tanto en tanto llega una película que lo confirma. La imagen vuelve fallida lo que puede parecer brillante cuando un lector disfruta leyendo un libro.

Parece un lujo criticar a Anderson frente a la pobreza del cine contemporáneo, pero justamente es un lujo que vale la pena darse, porque estamos hablando de cine, no de franquicias o dinero, solo de un artista y su obra. Una batalla tras otra se enfrenta al difícil arte de la sátira y sale perdiendo en varios momentos y ganando en otros.

La película tiene una mirada ideológica clara, y aunque es una sátira tiene su corazón del lado de los revolucionarios, incluso cuando retrata a algunos como idiotas, traicioneros o directamente de canallas. Lo que tienen enfrente, los invisibles hilos del poder, no tienen ningún atisbo de humanidad, salvo, claro, el coronel Lockjaw, personaje arruinado por una actuación caricaturesca de Sean Penn.

Pero Anderson quiere dejarlo claro: incluso cuando las conspiraciones más siniestras sean verdad, el mundo es un caos imposible de controlar. Los seres humanos son más complejos e impredecibles que cualquier intento de control social. Incluso en lo más alto del poder, el poder es una ilusión.

Los French 75

Los French 75 y los Christmas Adventurers Club tienen el mismo delirio mesiánico, salvo que algunos se mueven por pasillos mugrientos y precarios y otros los hacen por pasillos lujosos y bien armados, con aires civilizados.

Ambos están desconectados de la superficie. Una vez pasado el prólogo, la película va ordenándose y mostrando su juego, tal vez de forma subrayada, con algunos momentos de aclaraciones ideológicas para que no se vea como una sátira imparcial.

Una Batalla Tras Otra es una alegoría a estos tiempos de conservadurismo y fascismo reinante. Además de muchos paralelismos con lo que sucede en Estados Unidos. Algunos dirían que es una sátira, pero, atestiguando en redes sociales el día a día de Trump y compañía, – que parece un reality show con el humor de «The Office»- podemos decir, para variar, que la realidad supera la ficción.

Entre las múltiples capas de la película se abordan temas como la política, los derechos humanos, la inmigración y la supremacía blanca, reflejando una realidad global que ya no necesita de un futuro postapocalíptico para retratar un presente grotesco.

También se exploran tensiones internas: colectivas y personales, de una complejidad irracional: la excitación generada por la violencia, las verdaderas estructuras de poder a las que responden los personajes (y los poderes reales), y la importancia de los afectos y las distintas formas del amor. Son estos detalles los que convierten a una historia en una gran historia.

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