Rafa Cely
Noam Chomsky escribió hace algunos años que Colombia es un país enfermo de violencia. El tiempo pasa y cada día esa sentencia es más evidente. Para un recién llegado, este país puede generar falsas expectativas o incluso se puede pensar que es injusto su tratamiento de país violento del mundo. Sin embargo, hay que ver la televisión o escuchar la radio para entender que una nación es el reflejo de sus medios. Esos por donde se cuenta su vida, su realidad y hasta sus sueños.
En los últimos años, Colombia se ha convertido en exportador de telenovelas y series, tanto que se considera una industria poderosa y muy cerrada. Basta con echar una mirada a su prontuario de grandes producciones, entender su arraigo en la sociedad y su capacidad de hacer dinero. Betty la fea, Pasión de Gavilanes, Café con Aroma de mujer, Pedro el escamoso, El Fiscal, Sin tetas no hay Paraíso, El patrón del mal, La promesa y ahora Los tres Caínes, entre muchas otras.
Precisamente, estas cuatro últimas abordan el género de narcotelenovela, acuñado por esa relación entre narcotráfico, secuestro, violencia, prostitución, delincuencia, asesinato y ahora paramilitarismo, así como toda clase de delitos.
Según un experto en televisión “no sólo la violencia ha entrado en el inconsciente colectivo a través de las telenovelas o series sino que la gente toma como suyos los modales, la jerga o las acciones de ciertos personajes. A veces el guionista no se toma tiempo para reflexionar. Los personajes influyen en la gente, sobre todo en las personas sin elementos formativos. Se refuerzan otras características de los humanos,como el chisme, la cizaña, la traición y eso repercute en el inconsciente colectivo. La violencia tiene raíces muy profundas como en la corrupción”.
Hace una semana empezó a emitirse la serie Los tres caínes, la historia de los hermanos Castaño, los fundadores del movimiento paramilitar con complacencia del ejército colombiano. Conformada por 12 hermanos, de los cuales quedan 4 vivos. A raíz del secuestro de su padre iniciaron una venganza.
Según la Unidad de Justicia y Paz, los ex integrantes de grupos paramilitares han reconocido hasta el momento ante la Fiscalía General de Colombia, que asesinaron a 21 mil personas en los últimos 22 años. De los cuales se han comprobado 5.808 asesinatos a manos de las autodefensas. La Fiscalía informó que los desmovilizados del paramilitarismo anunciaron que van a confesar la desaparición forzada de 1.776 personas, el reclutamiento de 1.020 menores de edad, así como el haber cometido 648 secuestros y 1.493 extorsiones. Las investigaciones continúan.
Todo este impresionante historial delictivo demuestra el demoledor accionar de estos grupos que nacieron de una venganza familiar y que hoy es uno de los programas más vistos en Colombia. El día de su estreno, la nueva producción ocupó el primer lugar en sintonía registrando 14.5 de rating personas y 39.7% de share. Muy por encima de ‘La promesa’, su enfrentado, que ocupó el sexto lugar en sintonía y que aborda otro tema coyuntural en Colombia: la prostitución y la trata de personas.
La polémica no se ha hecho esperar y ya se han presentado más de 200 quejas de televidentes por escenas violentas y sexuales en los contenidos, y se ha abierto una investigación. Pero, como dicen aquí, esas investigaciones no llevarán a ninguna parte e incluso es irrisorio el número de quejas comparado con el alto índice de audiencia. La guerra de los dos principales grupos económicos, dueños del monopolio televisivo, toca límites éticos que denotan que “todo vale”. La Universidad de Antioquia también ha protestado por el tratamiento que se da del claustro.
Pero, al margen de polémicas, índices de audiencias, valoraciones éticas, sanciones u otras connotaciones, la verdad es que la serie es una vergüenza para este país que sigue sufriendo un mal endémico. El respeto a las víctimas no existe. No justifica su millonaria recaudación cada noche. Y nos cuestiona si realmente la televisión influye positivamente en la gente. Nos quieren hacer creer que para no olvidar nuestro pasado debemos regodearnos en imágenes atroces y sin el menor sentido de responsabilidad. Se nos ha olvidado de verdad aquello de que la educación empieza en casa. Y la tele está en las habitaciones de los colombianos.
El guionista Gustavo Bolívar, el mismo que escribió Sin tetas no hay paraíso, dice que el objetivo de la serie “es que la gente sepa que tanto los guerrilleros como los paramilitares tienen razón de ser y justificación, no nacieron espontáneamente”. No es suficiente que nos muestren una realidad, marcada por el espectáculo en que se hace apología de la violencia y se quiere endiosar a unos maleantes o mostrarlos como seres nobles y con valores. Lo paradójico es que la audiencia crece y se debate en el dilema entre la crítica y la sintonía. Existe cierto masoquismo a la hora de ver. El morbo y la curiosidad hacen del televidente una fácil presa de estas temáticas.
Está demostrado científicamente que la televisión genera comportamientos agresivos en adolescentes y niños, http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/violenciatv01.pdf, pero parece que aquí no se busca cambiar el rumbo hacia una televisión educativa, informativa, responsable, que predique otro tipo de valores distintos a los de nuestro pasado violento.
Santo Tomás nos menciona la sociabilidad del hombre además de su naturaleza de político. Y esta vida en sociedad es la que determina nuestra moral, la cual no la enseñan los mayores, pero que a la vez tenemos la capacidad de cuestionar. No hay peor ciego que el que no quiere ver y si Colombia desea la paz debería empezar por su televisión, para no ser un país de caínes.
Fuente: Ajintem