El gobierno sionista ha planificado cada ataque con alevosía. Así lo admite una fuente oficial que reconoce que los militares “están operando de acuerdo con un plan metódico establecido por el Estado Mayor y el Mando Norte”
Alberto Acevedo
Las ciudades y poblaciones principales del Líbano arden nuevamente. Los bombardeos de las fuerzas israelíes han vuelto a ser cosa cotidiana. La verdad es que Líbano está encendida desde hace varias décadas: por los avatares de un conflicto interno entre 1975 y 1990, por los planes intervencionistas de las fuerzas extranjeras, principalmente israelíes, por el afán de sucesivos gobiernos sionistas de someter a sus vecinos del norte y apoderarse de todas sus tierras y recursos naturales.
Israel ha mantenido, desde sus orígenes, una política de agresión contra sus vecinos; siempre ha albergado la esperanza de apoderarse de todas las tierras palestinas para desarrollar su poder en la región, empresa criminal que ha contado con el apoyo de Estados Unidos y de las principales potencias occidentales.
Se pudiera decir entonces que, en la actual ofensiva sionista, hay continuidad en sus planes. Sin embargo, coexisten al menos dos factores que a la larga pueden significar que Israel ha abierto una Caja de Pandora que puede volverse en contra de sus intereses.
Escalando la guerra
El primer factor es que la administración Netanyahu ─convencida que mediante el expediente de la guerra puede conservar el poder y evadir un juicio político por corrupción─ mantiene una escalada con muchos actores, sin que se sepa hasta cuándo las fuerzas armadas de Tel Aviv podrán sostener la intensidad del fuego, sin que su aventura reporte bajas inconmensurables en sus propias filas.
El sionismo ahora atiende en simultáneo frentes de batalla contra Hezbolá, Hamás, Irán, Siria, Yemen. Mientras Hezbolá e Irán aparentan no querer escalar una guerra total en la región, Netanyahu y sus asesores sí parecen perseguir ese objetivo.
El segundo factor es la ya señalada intención de la actual administración israelí de apoderarse definitivamente de toda Palestina y, si puede, de parte del territorio limítrofe con otros de sus vecinos, al acudir al genocidio, a la manera nazi, señalamiento que a Netanyahu no le gusta que le mencionen. Más que eso, mediante la guerra pretende alcanzar objetivos anexionistas y de exterminio de poblaciones que, de otra manera, no podría conseguir porque el derecho internacional se lo impide.
Sembrar el terror
En esto no hay improvisación sobre el terreno. El gobierno israelí ha planificado cada uno de sus pasos con detenimiento y alevosía. Así lo admite una fuente oficial que reconoce que los militares “están operando de acuerdo con un plan metódico establecido por el Estado Mayor y el Mando Norte” y que “se han entrenado y preparado en los últimos meses” para la operación. La Fuerza Aérea y la artillería israelíes están apoyando a las fuerzas terrestres en el ataque a estos objetivos.
En esta afirmación habría que precisar un asunto. Hay objetivos militares del ‘enemigo’ en la mira del Ejército israelí. Pero son más los objetivos civiles. No importa que sean niños, ancianos, mujeres, porque hay que sembrar el terror para que la gente abandone sus tierras, sus hogares.
Israel hace esto en cada guerra que lanza contra cualquier nación palestina o árabe. En lugar de eliminar a los civiles y las infraestructuras civiles de su lista de objetivos, como lo establecen las normas de la guerra moderna, convierte inmediatamente a la población civil en blanco principal de la guerra. Es eso lo que indican las cifras de su ofensiva de un año sobre Gaza.
Justifican el genocidio
Según el Ministerio de Sanidad palestino en Gaza, los niños y las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las víctimas de la guerra, con un 69 por ciento. Si se toma en cuenta el número de hombres adultos que han sido asesinados ─una cifra que incluye a médicos, personal sanitario, trabajadores de la defensa civil y otras muchas categorías─ resultará obvio que la inmensa mayoría de las víctimas de Gaza son civiles.
El mando israelí no oculta este crimen. La versión del Ejército sionista de por qué ataca zonas civiles, como la del mortífero bombardeo del 20 de septiembre a una zona residencial en el sur del Líbano, es que los libaneses esconden armas y lanzamisiles de largo alcance.
Con este mismo argumento destruyeron hospitales, escuelas, centros deportivos, almacenes con cereales y otros insumos, donados por la ayuda internacional para calmar el hambre de los palestinos en Gaza y Cisjordania. Este fue el argumento para justificar el asesinato de 492 personas y las heridas a 1645 más, en un solo día en el ataque israelí a una comunidad del sur del Líbano.
Complicidad
Este argumento lo seguirán utilizando las tropas sionistas, día tras día, durante la guerra en el Líbano, dure lo que dure. En este objetivo, Israel se ha salido con la suya, gracias a la inoperancia de las Naciones Unidas, de su Consejo de Seguridad, de la Corte Penal Internacional y de otros órganos internacionales de Justicia. Pero, ante todo, gracias a la ayuda económica, militar y logística que a los carniceros de Tel Aviv brindan los Estados Unidos, la OTAN y las potencias europeas.
Y, desde luego, los grandes medios de comunicación corporativos que reproducen las versiones mentirosas y falaces del alto mando israelí para justificar la carnicería. A un año del genocidio en Gaza, los misiles siguen cayendo sobre Gaza y ahora también sobre el Líbano, Yemen y otras martirizadas regiones del Medio Oriente.