domingo, mayo 18, 2025
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Siempre indiamenta, nunca ‘gente de bien’

El altercado en el Club El Nogal, su posterior viralización en redes y la respuesta popular, son una radiografía de la actual disputa por el sentido común en Colombia

Federico García Naranjo
@garcianaranjo

El video, tomado con un teléfono y seguramente a escondidas, registra un altercado verbal algo subido de tono entre una pareja de mediana edad y un grupo de personas que no alcanzan a verse. El lugar, el Club El Nogal de Bogotá. La situación, el exalcalde de Medellín Daniel Quintero es increpado por la pareja, socia del Club, que le reclama por su presencia en este exclusivo lugar. En un momento de calentura, la señora exclama con desprecio: “¿Qué hace esta indiamenta acá?”

El video rápidamente se hace viral en las redes sociales y provoca una ola de indignación. Los medios de desinformación se suman a la tendencia y tratan el tema para de todas las formas posibles lavar la cara de la señora y del Club. Mientras tanto, numerosos usuarios de redes sociales comienzan a reivindicar con orgullo un término que dos días atrás era un insulto y posicionan en redes la tendencia #SomosIndiamenta. Y sucede de nuevo: una situación de agresión contra el proceso popular se convierte en un símbolo de resistencia.

Por qué tanto escándalo

El episodio, que en circunstancias normales no hubiera pasado de ser anecdótico, se produjo en un momento que, desafortunadamente para sus protagonistas, le confirió una relevancia inesperada. Durante esos días, la minga indígena llegó a Bogotá para participar en la celebración del Primero de Mayo y en respaldo a la consulta popular. Más de 15.000 indígenas se alojaron, como es costumbre, en los predios de la Universidad Nacional y, como siempre, compartieron fraternalmente con la comunidad universitaria, intercambiaron saberes y fortalecieron lazos de solidaridad.

Sin embargo, la visita fue aprovechada por voceros de la ultraderecha como la senadora Paloma Valencia o el ya tristemente célebre profesor Diego Torres, quienes difundieron imágenes y mensajes apocalípticos, acusando a la minga de ensuciar el campus, amenazar a la comunidad e, incluso, planear actos violentos. Por supuesto, se desató contra estos voceros una avalancha de acusaciones de racismo, aporofobia y clasismo, además de oportunismo por aprovechar la situación para atacar al Gobierno y a la consulta popular.

A lo anterior se sumó la ya conocida carta del excanciller Álvaro Leyva contra el presidente Petro, que ya son dos, cada cual más patética y errática. En síntesis, el ambiente previo a las marchas del Primero de Mayo se había impregnado, inesperadamente, de un debate identitario sobre el papel de los pueblos indígenas y la importancia de reivindicar nuestro ancestro originario. Justo en ese momento, se hizo público el video del Club El Nogal.

Una fotografía

Este conjunto de episodios (el racismo mediático contra los indígenas, las taimadas y arteras cartas de Leyva y el video de la indiamenta) en el marco del entusiasmo popular por la consulta y la reforma laboral, se convirtieron en otro tiro en el pie para la clase dominante y su discurso hegemónico. Sucedidos aparentemente de forma simultánea pero aislada, en realidad son otro retrato de cómo piensan y sienten las élites de este país.

El exministro de las Culturas Juan David Correa lo señaló certeramente: La cultura política de la élite colombiana se sustenta sobre la idea de que la depravación moral y estética es patrimonio exclusivo de las clases populares. La gente de baja condición social o cultural, la indiamenta, no merece consideración. Debe ser domesticada, sometida y mantenida al margen, lejos de los círculos enriquecidos, ilustrados y del buen gusto. Debe conservar su lugar.

Por eso la expresión de la señora María Jimena González, socia de El Nogal, abogada uniandina y árbitro de la Cámara de Comercio de Bogotá (¡!) es tan elocuente. Su “¿qué hace esta indiamenta acá?” revela no solo el profundo desprecio que siente por lo popular sino la estrecha concepción que tiene de su lugar en el mundo. Aunque el término es profundamente racista y clasista, lo cierto es que en el fondo es una confesión de lo que Fernando González llamaba el “complejo de hideputa”.

Según el filósofo antioqueño, los colombianos provenimos de la violación de un español a una indígena y hemos construido nuestro discurso identitario sobre la negación de nuestra madre cobriza y la búsqueda incesante de nuestro ancestro europeo blanco. Por eso, el insulto “indiamenta” solo revela el miedo que tiene la señora González a que se le note su origen indígena, a que se le note lo india.

Sumado a lo anterior, hay que recordar que Daniel Quintero tiene la piel más blanca que muchos socios de El Nogal, así que el insulto no tiene que ver solo con el origen étnico, sino también con la concepción del otro, del diferente. De ese modo, incluso un conservador moderado como Quintero puede ser considerado un peligroso petrista, un indio amenazante. Según esa visión, todos somos indiamenta porque para ella –y por extensión, para la clase dominante–, la indiamenta es cualquiera que no encaje en su rígida concepción moral, social y estética de lo que debe ser una “persona de bien”.

Efecto búmeran, de nuevo

Lo más interesante ha sido la respuesta popular al insulto. Lo que comenzó siendo un caso más de odio y desprecio hacia las clases populares, se convirtió rápidamente no solo en una tendencia en redes sociales sino en un nuevo símbolo. A partir de ahora, la palabra indiamenta ha dejado de ser un agravio para transformarse, resignificarse dirían algunos, en un motivo de orgullo.

El entusiasmo en las nutridas manifestaciones del Primero de Mayo, la búsqueda de los manifestantes de una foto con un indígena y las numerosas pancartas que reivindicaban nuestro ancestro originario demuestran que la iniciativa política está en el pueblo. Solo así se entiende que cualquier ataque al proceso de cambio sea recibido con alegría, buen humor y desparpajo.

#SomosIndiamenta es una frase que expresa que lo popular, sus valores, su estética y sus ansias de cambio se están convirtiendo en el nuevo sentido común. Y ello significa, en términos de Gramsci, que se abre paso una contrahegemonía diversa, plebeya, tumultuosa y multicolor.

En palabras de los zapatistas mexicanos: “¿Sí escuchan? Es el sonido de su mundo derrumbándose y del nuestro resurgiendo”.

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