De hecho, ya era considerado entre los poetas de su generación como uno de sus grandes
Guillermo Linero Montes
Nacido en Caramanta, Antioquia, en 1959, el poeta Robinson Quintero Ossa falleció en Medellín el 23 de octubre de 2025, cuando había alcanzado en su obra la concreción de un lenguaje y de una poética digna de reconocimiento.
Los poemas de Robinson, emparejados a la poesía antioqueña de la segunda mitad del siglo pasado, privilegian la aproximación a un amplio abanico de lectores, usando un lenguaje coloquial, si bien advertido de la cotidianidad, lejano a terminologías pretendidamente locales. En efecto, Robinson abordaba las insatisfacciones existenciales -que son el trasunto de la poesía universal- descontando palabras preconcebidamente usadas para enaltecer el efecto poético, o tal vez buscando torcerle el cuello a la elocuencia.
Sencillez y verdad
Sin embargo, y de ahí la sencillez expresiva de sus textos, aunque no les rehuía, Robinson poca importancia les daba a las imágenes, a las representaciones simbólicas o a las imaginaciones distintivas de la expresión literaria, tal y como si, a su juicio, no valiera la pena trastocar el mundo corpóreo -material y objetivizado-, cuando su tajante realidad por sí sola lo sublimiza. No por otra razón, el poder comunicativo de sus poemas -en una espontánea y depurada acción cavilosa- deben su resonancia emotiva a la fuerza de verdad que encierran y a las formulaciones críticas al ser y a la sociedad, que nos son comunes.
Con todo, valga aclarar que el lenguaje y estética de la poesía de Robinson, si bien proviene de la tradición literaria nacional; también deriva de los poetas que en los años sesenta y setenta -tanto en Norteamérica como Suramérica- se autodenominaron dueños del lenguaje directo y de la repulsa al lenguaje literario. A Robinson, le atraían por la sencillez de su tono, los poemas de Sergei Esenin (el poeta del imaginismo ruso) y le gustaba Tennessee Williams (el poeta renovador del teatro estadounidense), de quien -alguna vez así me lo dijo- le seducía “el tono sedoso de su lenguaje”; entiendo que por descargado de corrosión formal o de excelsos significados.
Y, por supuesto, por esa misma vía le interesaban William Carlos Williams y los poetas de la generación Beat, especialmente Allen Ginsberg y Jack Keruoac. No en vano, Robinson compartía con estos últimos cierto espíritu caminante, alérgico a las sociedades convencionales y, sin egoísmo, aferrado a su independencia y al retiro de cuanto significaba entrega a un sistema esclavizante y limitador.
Sueño y libertad
Ante una realidad grotesca, promovida por causa de la barbarie política dominante que le tocó en suerte vivir, la postura crítica de Robinson Quintero Ossa, o mejor, su exhortación intelectual y humana, tenía un solo target: descartar el lenguaje punzante para nombrar los actos mezquinos que por presentes también surten su galería poética, y ennoblecer su mundo con el uso de versos de expresión sutil, apuntando su mirada a la riqueza de todo lo natural y libre.
En fin, una poesía que por cuenta de lo “sedoso” de Tennessee Williams, y por la ingravidez sugerida por Ítalo Calvino, atenúa los pesimismos -que son también materia de sus reflexiones, doblegándolos con su talante ético. Este poema “Caballo”, presentado a continuación, da precisamente idea de cómo esa realidad -donde no se sabe de dónde venimos y para dónde vamos- puede ser trastocada en un sueño, ese lugar donde nada importan las preguntas existenciales.
Caballo
No conozco el nombre del caballo que monto, el que me lleva muy veloz en el paso, suelto de riendas, deslumbrado por la niebla. ¿Adónde vamos por las pasturas de las fincas, sin freno en el galope, dejando atrás la noche, pasando de largo por el alba? No conozco el nombre del caballo que monto. Lo llamaré Sueño.







