En México, Ernesto Che Guevara conoció con su primera esposa, Hilda, a Raúl Castro, actual presidente de Cuba socialista, a Fidel y demás combatientes participantes del Moncada y luego de la expedición del Granma.
Armando Orozco Tovar
El libro de Hilda Gadea, primera esposa del Che, dedicado a su hija Hilda Beatriz, “como el pétalo más profundo del amor”, narra los años maravillosos pero trágicos que constituyeron su encuentro en Guatemala durante la caída de la revolución, adelantada por Jacobo Árbenz y derrocado en un santiamén por el imperialismo.
Guatemala, a mediados de la década de los cincuenta, estaba repleta de exiliados de América Latina: Venezuela, Argentina, Perú, Cuba, donde las dictaduras, amamantadas por el imperio desde “épocas de bárbaras naciones”, hacían que los mejores luchadores populares se encontraran desterrados de sus naciones, como el caso de los que provenían de la isla caribeña, donde fracasó el intento de toma del Cuartel Moncada en la ciudad de Santiago de Cuba, por un puñado de jóvenes inspirados por José Martí el Apóstol de la Independencia, y organizados e impulsados por Fidel Castro.
Patriotas que resolvieron en el 53 ponerle fin a la dictadura sangrienta de Fulgencio Batista, un sargento del ejército, que el 2 de marzo del año anterior se había tomado el poder.
Fueron tiempos de formación para el que, con los días, fuera el “Guerrillero Heroico”. Que aunque apenas superaba la mayoría de edad, contaba ya con un récord de lecturas y viajes por tierra, en bicicleta, moto y a pie, colmándolo de sabiduría, conciencia social y experiencias, con todo lo captado por su sensibilidad de médico en las regiones que atravesó, ricas, pero miserables de América.
Hilda Gadea era una chica economista, peruana, dirigente estudiantil aprista, que se relacionó con el Che cuando este era sólo Ernesto Guevara de la Serna por las comunes lecturas, preocupaciones sociales y ansias de ver libres a sus pueblos, que terminaron afectivamente uniéndolos. El descubrimiento mutuo con los exiliados cubanos del Moncada en Guatemala, y después en ciudad de México al acaecer en el año 54, y producirse el golpe de Castillo Armas, llevaron a Hilda y al Che a conocer a Fidel y a Raúl, que silenciosos organizaban la expedición del yate Granma para ir a liberar la isla con las armas, que dos años después de una guerra corta pero intensa los llevaría al poder.
Esta chica limeña jugó un papel esencial con su amor y por solidaridad al Che, bautizado así por los cubanos como un apodo acostumbrado para los argentinos en aquel momento. Contribuyeron a la unión de pareja la alergia que padecía y le ocasionaba una fuerte asma, y su precaria situación económica por falta de empleo. Pero su voluntad de acero le sirvió para soportar estoicamente cualquier situación. En México, conoció con Hilda a Raúl Castro, actual presidente de Cuba socialista, a Fidel y demás combatientes participantes del Moncada y luego de la expedición del Granma.
Hilda Gadea, fallecida en el 1974 en La Habana, narra con pasión en su libro Che Guevara, años decisivos:
“Una noche, después de nuestro regreso de Cuernavaca, Ernesto llegó a casa con Raúl Castro. Su espontánea simpatía y su alegre desenvoltura facilitaron el inicio de una gran amistad entre nosotros. La conversación con Raúl fue interesante a pesar de su poca edad -tenía veintitrés o veinticuatro años-y su juvenil apariencia; parecía un estudiante universitario, sus ideas eran muy claras acerca de para qué y para quiénes se iba a hacer la revolución”.
Tenía gran fe en Fidel, no porque fuese su hermano, sino como dirigente político. Por eso intervino en el asalto al Moncada, pues estaba convencido de que en Cuba, así como en gran parte de Latinoamérica, ya no había que esperar la conquista del poder por las elecciones, sino que era necesario pelear con armas en la mano para conquistarlo, pero esta tarea debería estar estrechamente unida al pueblo, que con su ayuda se lograría el poder, y desde allí hacer la transformación de la sociedad capitalista”.
“De ideas comunistas. Gran admirador de la Unión Soviética, participó en el Festival de la Juventud realizado en Berlín en 1951. Creía que la lucha por el poder era para hacer la revolución en beneficio del pueblo y que esta lucha no sólo era para Cuba, sino para Latinoamérica y en contra del imperialismo yanqui…”.
“Por otra parte, conversar con él era estimulante para el espíritu: alegre, comunicativo, seguro de sí, muy claro en la exposición de sus ideas con una capacidad increíble para el análisis y la síntesis. Por ello se entendió tan bien con Ernesto” (…).