Naciones Unidas designaron el primer lunes de octubre de cada año como el Día Mundial del Hábitat para reflexionar sobre el estado de nuestros entornos y el derecho a una vivienda digna
Sergio Salazar
@seansaga
“Cerrando la brecha. No dejar a nadie, ni ningún lugar, atrás” es el lema con el que la Organización de Naciones Unidas, ONU¹, ha querido llamar la atención acerca de la creciente inequidad en las ciudades y asentamientos humanos a propósito del Día Mundial del Hábitat el 3 de octubre de 2022. La temática de este año pone el foco en las injusticias que se han puesto de relieve e intensificado por lo que la ONU denomina “Las crisis de la triple C: COVID-19, clima y conflictos”.
Desde 1985, la ONU designó el primer lunes de octubre para tal celebración mundial, con el objeto de reflexionar sobre el derecho humano a una vivienda digna, las condiciones de los núcleos poblacionales y nuestra responsabilidad colectiva sobre el futuro del hábitat humano.
Tal reflexión es una cuestión de primer orden en la discusión de las agendas políticas globales en la medida que la población urbana ha ido creciendo de manera sostenida, y pasó de ser un 34% del total mundial en 1960 al 57% en 2021, según cifras de la ONU.
Dicho crecimiento poblacional urbano ha traído consigo problemáticas asociadas con el hacinamiento, la movilidad, la salud, la generación de riesgos y un impacto sin precedentes en el paisaje, dada la transformación rápida de los ecosistemas para la conversión a suelos con coberturas artificiales y la obtención industrial de alimentos, entre otros impactos.
Carencia de vivienda
Las denominadas crisis de la triple C son una expresión de la crisis del sistema capitalista. Crisis cuya frecuencia e intensidad se van acelerando en la medida que la producción y reproducción del sistema está basada en una serie de contradicciones. Una de ellas está amenazando nuestra propia existencia en la Tierra, y es la concepción del crecimiento exponencial y acumulativo sin límites. Esta también ha tenido un impacto exponencial en el hábitat de todas las especies vivientes de la Tierra, como lo concluyó la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (Millennium Ecosystem Assessment, 2005) afirmando que desde la segunda mitad del siglo XX los seres humanos hemos provocado cambios muy rápidos y perjudiciales en la naturaleza con impactos severos en los ecosistemas, una gran pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
En esa lógica acumulativa y especulativa del capital han entrado los procesos de acaparamientos de tierra, los mercados inmobiliarios, los alimentos e incluso los bosques y el agua, abriendo aún más las brechas de desigualdad entre las mayorías de la población mundial.
Ya lo decía la misma ONU en la celebración de este día en 2020: “alrededor de 1800 millones de personas, o más del 20 por ciento de la población mundial, carecen de una vivienda adecuada. Hay mil millones de personas que viven en asentamientos informales y más de 100 millones de personas no tienen hogar. Para 2030, el número de personas con viviendas inadecuadas podría aumentar a 3 mil millones… COVID-19 ha puesto de relieve la paradoja de la vivienda: en un momento en que las personas necesitan refugio con urgencia, millones de apartamentos y casas están vacías”.
Nuevas enfermedades
Hay una clara correlación entre los efectos de la relación capital-naturaleza y la aparición de nuevas enfermedades infecciosas como la COVID-19, las cuales en asentamientos poblacionales y en un mundo globalizado encuentran una cadena rápida y fácil de transmisión.
Según la ONU (UNEP, 2016)², el crecimiento poblacional, la pérdida de ecosistemas y biodiversidad, así como el cambio climático, han propiciado la aparición en promedio de una nueva enfermedad infecciosa de origen animal en los humanos cada cuatro meses.
También hay una clara correlación entre aspectos propios del capitalismo en las ciudades y el aumento de la contaminación atmosférica urbana, la cual es la causante de unas cifras que no pueden pasar desapercibidas: entre 6 y 9 millones de personas mueren al año por patologías asociadas a tal problemática y se puede asociar también una pérdida de esperanza de vida de tres años en promedio (Lelieveld et al., 2020)³.
Además, la presión sobre el suelo urbano ha propiciado la exposición de personas en zonas susceptibles a fenómenos como las inundaciones con cifras igualmente llamativas: para el período 2000-2019 los desastres asociados a inundaciones suman el 44% de todos los desastres reportados a nivel mundial, con una afectación de 1.6 billones de personas (CRED & UNDRR, 2020)⁴.
Un ataque al corazón
Del mensaje del secretario general de la ONU para la celebración del Día Mundial del Hábitat 2022 se pueden rescatar varios aspectos. Refleja la necesidad de brindar asequibilidad a la vivienda, a la electricidad, el agua, el saneamiento, el transporte y otros servicios básicos, así como que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles, y la acción local es clave.
Pues bien, la vivienda y los servicios básicos domiciliarios y de movilidad han pasado a manos del capital especulativo financiero en casi todo el planeta. Por ello es clave la lucha de los pueblos por los derechos humanos a una vivienda digna, al agua y al saneamiento, a la soberanía energética no dependiente de los combustibles fósiles, a la reconsideración de las relaciones campo-ciudad bajo un paradigma distinto.
El hábitat debe ser considerado de manera integral teniendo en cuenta sus elementos constitutivos tanto naturales como artificiales, las lógicas de producción y consumo y sus impactos ecológicos. Se debe avanzar hacia una redefinición de las relaciones de los modelos urbanos y rurales basada en las potencialidades y limitaciones biofísicas existentes, con una transición a espacios híbridos dinámicos, adaptativos y equipados para una comunidad arraigada al lugar y disfrutando del derecho colectivo a un ambiente sano (Salazar-Galán et al., 2022)⁵.
En definitiva, debe darse una coherencia entre las políticas de ordenación territorial y las políticas económicas que permitan realmente apostar a cerrar la brecha para no dejar a nadie atrás, lo cual ataca el corazón mismo del capitalismo.