Una mirada a los problemas alrededor de este recurso en Colombia, provocados por el capitalismo y el cambio climático
Sergio Salazar
Colombia está perdiendo sus glaciares, era el titular que el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, Ideam, con el que anunciaba el Día Mundial del Agua el pasado 22 de marzo.
Dicha fecha, marcada en el calendario de la Organización de Naciones Unidas, ONU, como el día en que cada año se recuerda la importancia del agua para todas las formas de vida en el planeta haciendo un llamado a la acción para reducir los impactos antropogénicos sobre el ciclo hidrológico.
Este año, la temática coincidió con la declaración, por parte de la Asamblea General de la ONU, del Año Internacional de la Conservación de los Glaciares y a partir de este año el 21 de marzo como el Día Mundial de los Glaciares.
De acuerdo con la última publicación anual del “Estado del Clima” de la Organización Meteorológica Mundial, OMM, de la cual se hizo eco en el Día Mundial del Agua, la tendencia del retroceso global de glaciares y de mantos de hielo sigue siendo un hecho evidente, que además de provocar un incremento del nivel mar con repercusiones en zonas costeras e insulares, también se convierte en una amenaza para el abastecimiento de agua a millones de personas, así como al funcionamiento de ecosistemas esenciales.
La punta del iceberg de la crisis
Un problema circular, ya que la pérdida de las masas de agua congeladas también provoca un aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero, GEI, y, por ende, contribuyen al aumento del calentamiento global.
En el caso colombiano, la tendencia es similar. De acuerdo con el Ideam, desde finales del siglo XIX hasta 2022, el área de los glaciares en el país se ha reducido aproximadamente en un 90%, y se espera que, por ejemplo, el Nevado Santa Isabel, ubicado en el Eje Cafetero, pueda desaparecer en los próximos cinco años, mientras le queden algunas décadas a la Sierra Nevada El Cocuy o Güicán la cual alberga el glaciar más extenso del país.
De acuerdo con los estudios científicos sobre los límites planetarios relacionados con los procesos fundamentales para el mantenimiento de la vida en la Tierra, ya hemos sobrepasado seis de nueve de ellos en tiempos del capitalismo, siendo uno el de la afectación antropogénica del ciclo del agua.
Este año, en el Día Mundial del Agua el llamado es a incrementar los esfuerzos globales por reducir las emisiones de GEI, cuyos efectos como el calentamiento global están provocando que se sigan marcando récords indeseables en su evolución temporal.
De acuerdo con la publicación de la OMM, el 2024 supera el anterior récord de 2023 como el año más cálido jamás registrado, y sigue manteniéndose la tendencia anual que desde los años 80 del siglo pasado, cada nueva década ha sido más cálida que la anterior.
Efectos del cambio climático
Este récord es una mezcla entre los efectos del cambio climático y la ocurrencia de un fenómeno de variabilidad climática como El Niño. De hecho, según el Servicio de Cambio Climático de Copernicus y la misma OMM, en 2024 se ha sobrepasado por primer año el objetivo de mantener la temperatura por debajo de 1.5 ºC.
Una señal que pone en evidencia una vez más las grietas del capitalismo dentro del cual se pretende reducir las emisiones globales de GEI, incluso, con nuevos nichos de mercado, mientras se quiere seguir acumulado riquezas en pocas manos bajo la marca del “desarrollo sostenible”.
Esa contradicción nos sigue introduciendo de manera más profunda en la peligrosa senda del cambio climático, como punta del iceberg de la crisis ecológica provocada por el capitalismo.
Según la OMM, dichos incrementos de temperatura global siguen provocando la ocurrencia de fenómenos cada vez más extremos, como olas de calor, crecidas, sequías, incendios forestales y ciclones tropicales, al igual que están provocando el aceleramiento del calentamiento de los océanos lo cual parece ser ya un proceso sin retorno con efectos a cientos o miles de años.
El panorama colombiano
De acuerdo con el Ideam, Colombia ocupa los primeros puestos entre los países con mayores fuentes hídricas en el mundo, con un volumen anual o valor de rendimiento hídrico promedio por encima del promedio mundial y latinoamericano.
A pesar de ello, procesos como el crecimiento urbano están aumentando los problemas de sequías e inundaciones. Por ejemplo, el caso de los racionamientos de agua en Bogotá son una cara de la moneda de la crisis del sistema.
Es inaudito que el sistema de abastecimiento de agua de la capital falle frente a fenómenos de variabilidad climática como El Niño, del cual se sabe que afecta la dinámica del clima de la región desde hace miles de años según estudios científicos.
Incluso, todos los instrumentos de planificación relacionados con el recurso hídrico contemplan la incorporación de dicho fenómeno en su afectación en la oferta hídrica disponible, como es el caso de los Planes de Ordenamiento del Recurso Hídrico o el Plan de Ordenación y Manejo de Cuenca Hidrográfica.
El caso de Bogotá es una señal del agotamiento de la capacidad de carga territorial para albergar a tanta población y mantener la concentración de una serie de actividades industriales y comerciales intensivas en el uso del agua.
A corregir
Por otro lado, la ocurrencia de inundaciones en Colombia también es un problema de primer orden debido a la creciente expansión urbana que provoca tanto el aumento de las crecidas al aumentar la escorrentía superficial por efecto de la impermeabilización del suelo, como también el aumento de la exposición y riesgo a dicho fenómeno al ocupar las zonas inundables.
Colombia, un país anfibio que ha venido aumentando el riesgo a las inundaciones debido a una planificación territorial a espaldas del funcionamiento del ciclo del agua.
Por ello, la orientación del Plan Nacional de Desarrollo del Gobierno del Cambio respecto de la planificación territorial en torno al agua es un imperativo que no puede ceder a las presiones de los grandes sectores poderosos del país.
En consecuencia, está la función social y ecológica de la propiedad y la existencia de unos determinantes ambientales que son la hoja de ruta orientativa de la planificación territorial como norma, no como excepción, como realidad, no como ficción en el papel.
Un reto de gran envergadura que sin lugar a duda no puede quedar a mitad de camino y debe fortalecerse con la acción popular para profundizar en las transformaciones y las acciones políticas de largo plazo desde lo local hasta lo estatal.