La paz está llegando para quedarse siempre y cuando las fiestas se hagan en el momento oportuno, no se cierren los ojos, nadie se duerma sobre los laureles y se pueda seguir corriendo detrás de las muchachadas por esas calles que definirán la suerte de la paz.
Jaime Cedano Roldán
Era el día sábado y aún se sentían las alegres resacas de una larga fiesta que comenzó en los inmensos llanos del Yarí -por los mismos lados donde una tarde cuando ya oscurecía, Marulanda Vélez le dijo a ilustres visitantes de élite de la política colombiana que mejor él se iba retirando porque había oído decir que en esa zona había mucha guerrilla y eso era como peligroso-. Algunos recogieron sus guayaberas y se enrutaron hacia Cartagena invitados a la tan anhelada rumba que resultó muy sofisticada y elegante. Ni siquiera un inesperado avión de guerra sin tarjeta de invitación pudo detenerla aunque sí dejar un poco de sobresalto y muchas sospechas.
Todo estaba preparado para el gran domingo, día de una cita plebiscitaria durante mucho tiempo no compartida pero que al final terminó por imponerse por la convicción de que el camino era ya irreversible. Pero el huracán Matthew pasó como una ráfaga maldita y congeló las celebraciones, borró las sonrisas y dejo una estupefacción general. El mundo entero nos miraba absolutamente llenos de asombro. Pero así como el huracán pasó muy rápidamente, de la misma manera se precipitaron nuevos acontecimientos.
Los estudiantes universitarios rompieron el hechizo y como en los años cincuenta o de la séptima papeleta, tomaron la iniciativa de la calle para enfrentar en esta ocasión a la dictadura de la guerra y la sinrazón. Los también sorprendidos ganadores del reñido plebiscito aparentaron inicialmente ciertas prudencias muy ajenas a sus jergas vociferantes.
Luego pasaron a proponer lo ya propuesto y a que se negara todo lo construido sin precisar lo suyo pero quedando claro que no querían que quedara nada que oliera a la verdad de la que huyen, o de la justicia a la que temen, que las tierras violentamente arrebatadas no volvieran a sus dueños y que la democracia siguiera tan amurallada, tal como la diseñaron en las playas de Benidorm en aquel acuerdo de paz que solo fue una burocrática repartija del poder.
Santos vacilaba entre retroceder o seguir para adelante y alcanzó a decir que la salida estaba en manos de los farianos mirando seguramente sin mala cara un pacto de élites y tajoniando a gusto lo acordado. Pero vinieron más movilizaciones, la campaña del no desnudó sus abyectas estrategias, los farianos se mantuvieron serenamente firmes y comprometidos y en esas llegó la llamada de Oslo anunciando un premio que ya no se esperaba pero que lo hacía en el momento justo y conveniente y la gente entendió que la paz no es santista y el Nobel tampoco.
La paz está llegando para quedarse siempre y cuando las fiestas se hagan en el momento oportuno, no se cierren los ojos, nadie se duerma sobre los laureles y se pueda seguir corriendo detrás de las muchachadas por esas calles que definirán la suerte de la paz.