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Palabra itinerante: Gabilaciones

De no haber escrito Cien años de soledad y no haber recibido el Nobel, su nombre quizás sería una cifra más, un número más, en esa interminable, como las lluvias de Macondo, lista de las víctimas de la violencia.

Foto: Marysol* via photopin cc
Foto: Marysol* via photopin cc

Jaime Cedano Roldán

El inmortal Gabriel García Márquez, ante cuya muerte el gobierno colombiano decretó tres días de duelo, no nació en el olvidado pueblecito de Aracataca. Allí nació un niño a quien bautizaron Gabriel José de la Concordia y quien en medio de muchas dificultades se hizo un periodista destacado, un extraordinario cronista, un buen mamagallista y un gran amigo. Pero el admirado y venerado novelista que ha dado origen al gabismo, o nació en Buenos Aires donde le publicaron Cien años de soledad, la obra que lo lanzó al estrellato, o nació en Estocolmo cuando recibió el premio Nobel. Y con su nacimiento renació también Colombia ante los ojos asombrados del mundo.

Esta paradoja que rodea al colombiano más ilustre de todos los tiempos es algo propio de Colombia, un país donde no se ha apoyado nunca el trabajo cultural y solo se logra una subvención oficial si se tienen apellidos ilustres o quizás después de que el mundo le haya reconocido la obra. El Ministerio de la Cultura o las entidades que antes de su existencia hacían este trabajo ha sido siempre como lo sigue siendo un botín burocrático para pagar favores electorales.

En 1981 García Márquez salió apresuradamente del país por temor a ser víctima de la violencia oficial, de la persecución de los organismos de inteligencia, los mismos que un cuarto de siglo más tarde terminaran completamente en poder del narcoparamilitarismo. Ese año en que García Márquez debió tomar el precipitado camino del exilio empezó una de las décadas más violentas y sanguinarias de la historia de Colombia. Época de genocidios, exterminios, torturas, desapariciones forzadas, desplazamientos forzados, exilios, detenciones arbitrarias y juicios sumarios.

De ese año hasta hoy se registran más de seis millones de víctimas. El nombre de García Márquez hace parte de ellos, aunque con el crecimiento de su gloria se le abrieron puertas palaciegas por doquier. De no haber escrito Cien años de soledad y no haber recibido el Nobel, su nombre quizás sería una cifra más, un número más, en esa interminable, como las lluvias de Macondo, lista de las víctimas de la violencia.

La muerte de García Márquez ha permitido ver una vez más el rostro siniestro de la intolerancia y el odio que ha destruido a Colombia y que es recreado en su obra en las guerras civiles, alzamientos, historias de dictadores y muchos otros episodios. Frente al dolor, el pesar, la admiración y el respeto universal que inspiraba la muerte del escritor se levantó como desde ultratumba, violenta y miserable, la voz del uribismo para arrojar todo su odio contra el escritor, contra la cultura, contra la palabra, contra los sueños y las historias. “Que se vayan al diablo”. Se referían a Gabriel García Márquez y a Fidel Castro.

“Váyanse al diablo” debió ser la última frase que escucharan miles y miles de personas antes de ser asesinadas por la extrema derecha colombiana.

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