Alirio Córdoba Moreno
Dejemos que los palaciegos y enemigos de la paz, uribistas y también santistas, se cocinen en su propia salsa de miedos y privilegios que les da la guerra y pensemos cómo será la vida de la nación, de llegarse a concretar un acuerdo de paz, como esperamos que así sea.
Además de los puntos de la agenda concernientes a “política de desarrollo agrario integral, fin del conflicto, solución al problema de las drogas ilícitas y víctimas y verdad”, que han sido desarrollados en diversos escenarios, como el reciente foro agrario y se convierten en el eje central del diálogo, no deja de inquietar la suerte de miles de combatientes vinculados a la lucha revolucionaria, cuestión que se está tratando en el punto de ‘participación política’.
Pensemos entonces en la suerte que correrán estos luchadores, campesinos, afros, indígenas y mestizos cuya decisión de integrar las FARC obedeció precisamente a las condiciones de pobreza y abandono por parte del Estado y tomaron conciencia de su papel en la trasformación de esas mismas condiciones. Unos hablan de 12 mil combatientes, otros de 15 mil, pero las preguntas esenciales al respecto son: ¿A dónde irán? ¿A qué se dedicarán? ¿Qué papel jugarán en la reconstrucción de sus territorios devastados por la guerra? ¿Tendrán algún papel en la redistribución de la tierra? ¿En la reparación integral de las víctimas? ¿Podrán aportar a la erradicación y sustitución de los cultivos de uso ilícito?
Estas preguntas nos ponen un escenario postdiálogo, más allá de la participación en política, de la intención simple de conformar un partido y del indigno método de taxi y casa para cada combatiente ufanándose el Estado de que esa es la reintegración a la sociedad. Estas preguntas nos indagan por el papel fundamental de los ex combatientes en una nueva etapa del país, la etapa de la reconstrucción social, económica, cultural y política de los territorios afectados por el conflicto.
Si el diálogo va en serio y apunta sinceramente a generar nuevas condiciones de desarrollo de los territorios, sin duda debe contar con este contingente de hombres y mujeres, que son campesinos que conocen el oficio de sacarles frutos a la tierra, que conocen el comportamiento de la fauna y la flora donde han habitado por años, conocen los ríos, las lagunas, las montañas y lo mejor, conocen a la gente y la gente los reconoce como líderes naturales de sus procesos. Una nueva estrategia de presencia del Estado en los territorios donde históricamente se ha desarrollado la guerra, tendrá que contar con los ex combatientes, tendrá que vincularlos como agentes del desarrollo local y reconocer sus liderazgos y capacidad para aportar a un postconflicto sostenible en paz y con dignidad.