miércoles, enero 22, 2025
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No olvidemos al año viejo

¿Quién no ha sentido como vibra la sangre y se desborda su emoción al escuchar la Cumbia sampuesana? ¿Cuántos han sentido una dulce nostalgia cuando, en la época decembrina, escuchan la canción Nunca olvido el año viejo?

Pablo Oviedo A.

“La múcura está en el suelo, mama no puedo con ella” Decenas de millares han vibrado y vibran de alegría al oír La múcura, esa sencilla, quejumbrosa y al tiempo alegre tonada que nos retrotrae al mundo de la infancia y a la magia del mundo campesino, fresco y sano.

Las tres canciones antes mencionadas, son solo algunas de las grandes composiciones de uno de los juglares extraordinarios de la música colombiana que cultivó con excelsitud y magia la cumbia y tantos otros aires como el bolero, la ranchera, el tango, etc.

La múcura, es un utensilio clave en las culturas rivereñas del caribe, es una vasija de bajo ancha en su base y angosta en su parte superior que sirve para trasladar al hombro, agua desde la orilla del rio hasta la rancha, oficio que hacían fundamentalmente mujeres, hijos e hijas. Desde la simbología indígena y caribe, representa el vientre de la mujer.

Mochila, sombrero y camisa

Crescencio Salcedo es el nombre de este magno cantor y compositor, pero popularmente se le conoce el de Compae mochila, aludiendo con ello el que siempre llevaba colgada del hombro o terciada una mochila que hacía juego con su sombrero vueltiao, con su camisa blanca manga larga y su pantalón oscuro.

Aquella mochila era el suave recipiente donde reposaban flautas de diferentes tamaños y colores, fabricadas por él. Como arma para el deleite musical llevaba en una mano una gaita, la de él, la que no vendía, con la que tocaba en las esquinas y plazas, en los mercados o en los buses.

Le gustaba andar a pie descalzo, costumbre que adquirió desde cierta vez que andaba con unos zapatos que le apretaban, se los quito y   experimentó gran placer al sentir que su cuerpo entraba en comunión con la tierra. Desde entonces anduvo a pata pelá.

Campesino, flautista y yerbatero

Crescencio no aprendió a leer ni a escribir, pero sí se expresaba con solvencia y naturalidad, imprimiendo cierta esencia reflexiva a su discurso. Pero con flauta, su amiga fiel hasta el último día de su existencia, sabía comunicar todo ese mundo interior y dar fe de su contacto con la naturaleza, con las mujeres y con las alegrías y vicisitudes de la existencia.

Las flautas las aprendió a hacer sin darse cuenta, observando a los mayores que eran diestros en ese oficio: las elaborada de caña, y las vendía para ganarse el sustento. Decía que la flauta le permitía recoger sonidos. Afirmaba que “ningún compositor inventaba nada”, que lo que hacían todos era recoger del medio las melodías e historias que ya estaban hechas.

Campesino ordeñador de hacha y machete, agricultor y marinero de rio al frente de una embarcación llamada La Bolívar, que surcaba las procelosas aguas del río Magdalena, haciendo las veces de tienda fluvial, pues los dueños de la nave iban en ella de puerto en puerto ofreciendo mercancía. Y en la Guajira aprendió los secretos curativos de las plantas y se convirtió en yerbatero reconocido hasta en Venezuela.

Canciones y viajes

Exhausto por tanto nomadismo, decidió ir en busca de fortuna a Santa Marta y Bogotá, después a Barranquilla, a Cartagena, a Sincelejo y Montería, hasta terminar estableciéndose en Medellín, donde su figura se volvió habitual en las calles del centro y del mercado.

El caimán (pieza a la que después otro compositor le pondría el nombre de Se va el caimán), Mi cafetal y La varita de caña. Algunas de sus composiciones fueron interpretadas por cantantes de talla nacional e internacional. García Márquez lo menciona en su libro Vivir para contarla y lo definía un indio muy popular y descalzo que se plantaba a vender sus flautas y a cantar a palo seco sus canciones con una voz de hojalata. Salcedo fue gran amigo de Maestro José Barros.

Crescencio nació el 27 de agosto de 1913 en Palomino, un corregimiento de Pinillos en el departamento de Bolívar y murió en Medellín Antioquia el 3 de marzo de 1973.

No habló nunca de riquezas ni de millones, ni se preocupaba por la fama, Humilde y sincero y gran amigo. Jamás se humilló ante nadie ni pidió dádivas ni honores. No obstante, ser un gran valor de nuestro folclor colombiano, murió en la más extrema pobreza.

Honor y gloria al Compae mochila, el de los pies descalzos.

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