Los medios en Colombia se han convertido en agentes políticos que imponen una agenda de desinformación, pervierten el debate público e impiden la construcción de la democracia
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
La semana pasada tuvo lugar una serie de sucesos que vistos desde el cubrimiento que de ellos hicieron los medios de comunicación corporativos, permiten extraer algunas reflexiones sobre la forma como se está comunicando hoy en Colombia y las consecuencias que ello puede tener para nuestra frágil democracia. Aunque la catarata de informaciones que suele ofrecer el panorama noticioso colombiano es abrumadora, tres hechos destacaron entre los demás y permiten observar un patrón que merece la pena señalar.
Los hechos
El jueves 28 de septiembre pasado, se reveló el hallazgo de los hornos crematorios que los paramilitares habían construido en el Catatumbo para desaparecer los cuerpos de cientos de personas asesinadas, corroborando así las declaraciones de Salvatore Mancuso ante la JEP. Dicha información, crucial para comprender la complejidad del conflicto colombiano y determinante en el esclarecimiento de la verdad histórica, apenas sí mereció un tratamiento tangencial en los grandes medios corporativos. La propia revista Semana solo le dedicó dos notas en las que, además, es evidente una absoluta falta de contexto.
El viernes 29 un grupo de miembros de las etnias misak, pijao y nasa, que se encontraban en Bogotá acompañando las marchas por la vida convocadas por el Gobierno, llevaron a cabo una acción directa en el vestíbulo del edificio donde tiene su sede la revista Semana, con el fin de denunciar el maltrato del que han sido objeto por cuenta de esta publicación. Una información falsa, que denunciaba un inexistente caso de abuso sexual en el campamento donde los indígenas pernoctaban en Bogotá, desató la indignación de los miembros de la asociación de Autoridades Indígenas del Suroccidente, AISO, quienes irrumpieron en el edificio, lanzaron consignas, hicieron una invitación a la objetividad periodística y 7 minutos después se marcharon.
Saldo de la irrupción: un vidrio roto y un vigilante levemente contuso. No obstante, el hecho sirvió de excusa para que la revista desplegase la más grotesca estrategia de victimización, presentando a los indígenas como terroristas y exacerbando el racismo y el clasismo ya latente en nuestra sociedad. Los medios de comunicación corporativos y sus voceros más relevantes no dudaron en sumarse al coro de “condena irrestricta” a los “hechos violentos” y llamaron a “defender la libertad de expresión y prensa”, amenazadas en estos aciagos tiempos de gobierno comunista, radical y polarizador.
No obstante, lo más interesante no fue tanto la predecible pataleta de la derecha y sus voceros sino la equidistancia de algunos opinadores biempensantes que, si bien reconocieron la justicia del reclamo indígena, prefirieron quejarse porque “esas no son las formas” y desde sus sofás recomendaron a los pueblos originarios una protesta “propositiva constructiva y civilizada”.
Cortina de humo
El sábado 30, la revista Semana rápidamente dejó atrás el victimismo desplegado el día anterior y reveló como gran primicia, con el lenguaje sensacionalista que ya le conocemos, unos videos de una declaración de Nicolás Petro ante la Fiscalía rendida hacen más de un mes, donde admite que su padre sabía del ingreso de dineros de origen dudoso a la campaña presidencial. Unos videos que, dicho sea de paso, eran confidenciales y no podían ser revelados al público pues están protegidos por la reserva del sumario. No obstante, la mejor Fiscalía de la historia no dudó en filtrar el material a la revista Semana para que fuese revelado al público en un momento conveniente.
Porque lo que está en discusión no es el atractivo noticioso que pueda tener una declaración de Nicolás Petro ante la Fiscalía, sino el carácter reservado de la misma y el tiempo que pasó entre el momento en que se adelantó y cuando se reveló al público. Ambas circunstancias, la filtración y el momento de la revelación, evidencian que el propósito de Semana nunca fue informar al público sino distraer la atención sobre algo muchísimo más grave. Ese momento fue tras el hallazgo de los hornos crematorios. No fue suficiente con el escándalo armado alrededor de la acción directa indígena y decidieron hacer públicos los videos para imponer la agenda y borrar del panorama informativo la noticia del hallazgo.
Intoxicación y sedición
Este es solo un botón de muestra del estado de la comunicación y por tanto del debate político hoy en Colombia. Un ambiente intoxicado por noticias falsas, irrelevantes o directamente distorsionadas hace imposible un debate franco y sincero sobre los problemas del país. En un escenario así, líderes de opinión especializados en difundir mentiras y tergiversaciones encuentran un público desinformado y ávido de contenidos sensacionalistas, que distorsionan su percepción de la realidad y le hacen creer que vive en un país en caos, al borde del precipicio y todo por culpa de Petro.
Como ha sucedido en otros países de América Latina con gobiernos progresistas en años recientes, en Colombia los medios corporativos de comunicación han renunciado a su papel en la sociedad –entretener, informar y educar– para convertirse en agentes políticos que reemplazan a los cada vez más desprestigiados partidos tradicionales. Ello es muy perjudicial para la democracia porque impide que el público pueda hacerse una idea más o menos aproximada de la realidad política y, por el contrario, fortalece los prejuicios, miedos y odios hacia los diferentes.
No se pide aquí a los medios una inexistente objetividad. Sería poco coherente viniendo de un medio comunista y revolucionario como VOZ. Lo que sí se pide es que no se porten como sediciosos y respeten el derecho de la ciudadanía a la información veraz. Por eso es inadmisible que los medios corporativos se hayan convertido en conspiradores contra la convivencia y la democracia, mintiendo y distrayendo la atención de lo verdaderamente grave, mientras buscan crear un ambiente propicio para el golpe blando o, en su defecto, debilitar lo suficiente al Gobierno para no dejarle margen de maniobra.
La propuesta
El presidente ha planteado en la red social X algunas preguntas pertinentes para este debate, mientras se afina la hasta ahora insuficiente estrategia de comunicaciones del Gobierno. “¿Los medios pueden calumniar al presidente? ¿Este no tiene derecho de réplica ante la información falsa? ¿Los medios tienen derecho a ejercer xenofobia contra minorías étnicas? ¿Pueden usarse los criterios que la profesión del periodismo ha establecido para garantizar la ética, la búsqueda de la verdad y los derechos de las personas en el actual panorama de medios de comunicación en Colombia? ¿Puede usarse la corrección que hago de informaciones falsas como ataque a la prensa? ¿Cómo se logra el derecho al pluralismo informativo que ordena la Constitución? ¿Cómo se financian los medios que no pertenecen a grandes grupos económicos?”
Todas ellas son preguntas pertinentes que invitan a la reflexión y al debate. El presidente ha anunciado además que se expandirá la red de internet a las regiones más apartadas del centro del país y se fortalecerá el sistema de medios públicos, así como se destinará pauta a los medios tradicionales y alternativos. Además, sostuvo que “la democracia informativa (…) exige el respeto a nuestra diversidad cultural y el derecho a la expresión de todos y de todas, que incluye la movilización pacífica del pueblo” y solicitó “a las fuerzas políticas y sociales del país el respeto por el otro, la otra. Sin lo cual no es posible la paz y la reconciliación”.