Editorial – Edición mes del orgullo 2023
Las luchas del sector poblacional LGBTI en el país han tenido varios horizontes, pero el conflicto armado, la pandemia del sida, y el desarrollo del capitalismo han desmovilizado y cooptado estas disputas, borrando aspectos emancipadores al tiempo que se han construido relatos y agendas centradas en el individuo, el mercado y la asimilación.
Neoliberalismo y diversidad: Desde la década de 1980, los movimientos de “gays y lesbianas” en distintas partes del globo se enfrentaron a un debate. Algunos apuntaban a un modelo liberacionista, que creía en la existencia de un orden normativo que debía romperse para crear un cambio radical; por otro lado, el modelo “étnico”, que quería establecer una identidad gay y lesbiana como un grupo minoritario legítimo, buscaba reconocimiento oficial sin desafiar el orden social.
La crisis del sida en los años ochenta y noventa provocó un retroceso en la radicalidad del movimiento. La imagen del gay y la lesbiana monógama, controlada y cómoda para el orden heterosexista se convirtió en un ejemplo ideal contra la supuesta promiscuidad asociada con la pandemia.
El conflicto armado y el discurso conservador de domesticación de la sexualidad desarticularon los movimientos, y varixs activistas fueron exiliadxs y asesinadxs. Con la plataforma de organizaciones Planeta Paz en el año 2000 se tiene la posibilidad de volver a articularse desde el activismo, esta vez con un enfoque centrado en el reconocimiento y la conquista de los derechos civiles en el marco de la búsqueda por la solución política de la confrontación armada.
La lucha por los derechos civiles en los años noventa y en la primera década del siglo XXI logró avances en términos de igualdad y reconocimiento civil. Sin embargo, se centró en el asimilacionismo, buscando derechos que replicaran el modelo heterosexual de familia, matrimonio y herencia. Se dejó de lado la crítica a la sociedad y el proyecto de destruir el sistema fue reemplazado por uno que buscaba unirse a él y replicar sus instituciones.
Esto vino acompañado del enfoque neoliberal, que vio en estos sectores poblacionales la oportunidad de moldear nichos de mercados y crear una identidad gay, con un catálogo de actividades y mercancías “propias” de personas con sexualidades diversas, que podían construir su identidad a través del consumo. Su intención principal ha sido convertir la movilización en meros actos festivos, donde el eje central es la idea del Pride, despojándola de su contenido político y emancipador. La alegría, la irreverencia, los cuerpos disruptores que rompen con las normas de la moral conservadora, deben ser un arma contra la norma heterosexista, que politice todos los espacios cotidianos de la sociedad.
El neoliberalismo cumple un papel desmovilizador: Eliminó la dimensión de clase y los debates en torno a las condiciones materiales y el empobrecimiento de personas diversas, o su lugar dentro de las dinámicas de explotación del sistema capitalista. Estos temas fueron marginados y considerados ajenos a la “lucha LGBTI”.
También se reforzó el individuo neoliberal, que no desarrolla un anclaje en ningún grupo social, se considera autosuficiente y cree que el cambio en lo subjetivo y lo particular es suficiente para solventar problemas estructurales relacionados con matrices de opresión.
Redireccionar la lucha: Las perspectivas críticas hacia la idea de Pride y el neoliberalismo desde posturas anticapitalistas y decoloniales, en muchas ocasiones son descalificadas como extremistas, poco pragmáticas y “ajenas” a las luchas de la población LGBTI, promoviendo así su exclusión del panorama del movimiento social.
El capital reafirma con este apartheid su permanente disputa política sobre los cuerpos disidentes, para desproveerlos de su inmenso potencial revolucionario, que se encuentra secuestrado y adormecido en su capacidad de hacer temblar sistemas de opresión como el patriarcado y la colonialidad.
Las luchas por derechos individuales y contra la discriminación son fundamentales, pero sin perder de vista que el disfrute de los mismos, están limitados por la opresión de clase, la racialización y la xenofobia, que hace que el reconocimiento de los derechos solo puedan ser real para una minoría de la sociedad.
Este panorama nos interpela de diversas formas. ¿Cómo profundizamos el carácter político y transformador de las demandas del movimiento social de las diversidades sexuales y de géneros? ¿Cómo enfrentamos las políticas de control de la sexualidad, de los cuerpos y de las representaciones del género que se expresan en la sociedad que, promovidas desde las élites, la escuela, la iglesia y el Estado, insisten en la asimilación y la “normalización” de las disidencias sexuales y de géneros?
Es necesario desenmascarar el oportunismo del capital, que mientras promueven estrategias de marketing para acceder al “mercado rosa”, sus prácticas de explotación y discriminación laboral son cada vez más brutales.
En nuestras manos está la redirección de las luchas y la decisión de si queremos contentarnos con un orden normativo y con un nicho de mercado, o si avanzamos hacia una propuesta política radical, firme en su combate a todas las formas de opresión, que tenga como fin la liberación de nuestros deseos, cuerpos y trayectorias de vida.