lunes, julio 8, 2024
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La transición es con planificación, con gradualidad

El dirigente sindical habla sobre los factores a tener en cuenta en la conversión energética que comenzó en el país

Juan Carlos Hurtado Fonseca
@aurelianolatino

En el marco de la Asamblea Nacional por la Paz, que desarrolla la Unión Sindical Obrera, USO, en todo el país, Moisés Barón, presidente de la Federación Minero-energética, Funtramiexco, disertó sobre la necesidad y la forma en que se debe llevar a cabo la transición energética.

¿De qué se habla cuando se discute sobre transición energética?

Una transición hay que entenderla en estos términos: ir de un punto a otro, de un lugar de un estado o una condición a otra, porque en términos del debate político se ha tratado de señalar que hacer una transición significa tomar decisiones abruptas, radicales e inmediatas, y eso no es una transición.

Esta tiene que ver con una planificación, con una gradualidad, con una democratización en términos de desarrollar ese cambio, de tal manera que todos los actores involucrados, en términos de las afectaciones que puedan sufrir, puedan tener forma de controlarlas y remediarlas.

Entonces, al cambiar un modelo energético unos ganan y otros pierden, y algunos pueden ser reconvertidos, transformados, otros necesariamente no pueden ser incorporados, pero tendrán que ser indemnizados. Transición significa una temporalidad no menor a diez o veinte años.

¿Inicialmente el Gobierno habló de unos años que realmente eran muy pocos para la transición?

El Gobierno hizo un planteamiento aspiracional, muy teórico, más con el deseo que con la realidad y, evidentemente, esos términos no son cabalísticos, ni se pueden plantear así de manera arbitraria; que son seis, ocho años y diez años. No. Esos términos los va dando el mismo proceso y los va dando la misma realidad y el diálogo con los actores.

Baja rentabilidad

¿Qué más se debe involucrar en esa discusión?

Una transición tiene que ver con las geografías, los contextos, las historias, las culturas y tiene que recrear los diferentes escenarios para posibilitar salidas democráticamente acordadas.

No se le puede plantear a La Guajira con El Cerrejón, o a La Loma y El Paso con Drummond, o a Barrancabermeja con la industria petrolera que mañana tienen que dejar de ser dependientes de la economía fósil porque se va a generar una masacre económica, laboral y social. No, eso tiene que ser acordado, planificado y crear rutas de alternancia, esfuerzos administrativos, económicos y políticos.

Hay que concertar y plantearle a la sociedad y a las comunidades qué modelo económico se va a desarrollar.

En una conferencia, usted afirmaba que los negocios del petróleo y el carbón ya no son tan rentables, ¿qué cifras maneja al respecto?

Las tasas de retorno energético y económico son variantes porque un proyecto, en términos de cierre financiero, debe dar hasta diez veces más de lo que se está invirtiendo.

Entonces, cuando se busca petróleo o gas a profundidades o condiciones geológicas muy difíciles, hay altos niveles de incertidumbre. Desde el punto de vista de la tasa de retorno energético, a comienzos del siglo anterior se utilizaba un barril de crudo y se obtenían cien barriles, pero en estos momentos se utilizan hasta ochenta barriles para extraer cien.

Por eso, cuando hablamos de la tasa de retorno energético asociada a yacimientos no convencionales, como la fracturación horizontal multietapas para extraer petróleo o gas con fracking, evidentemente son procesos de obtención con una tasa de retorno baja.

Exenciones y subsidios

¿Y con respecto al retorno económico?

Extraer un barril de petróleo de yacimientos no convencionales cuesta entre 75 y 80 dólares; un barril convencional puede costar fácilmente de diez a treinta dólares, para ponerlo en el mercado en ochenta dólares. Pero si tienes que extraer con fracking de un yacimiento no convencional a 75 u 80, no sirve un mercado de 82 u 85 dólares de comercialización, y la calidad de los crudos se castiga.

Entonces, un petróleo extraído con fracking no tiene viabilidad económica, salvo que el Estado le dé subsidios, que es una de las lógicas en las que se ha movido la industria fósil, que no es rentable por sí misma, sino con las diferentes exenciones tributarias y las diferentes gabelas y subsidios que el Estado le otorga.

Pero muchos aseguran que Colombia es una potencia en hidrocarburos.

Colombia solo produce 780 mil barriles diarios, puede que con grandes esfuerzos geológicos llegue a un millón de barriles entre petróleo y gas, pero es que el mundo produce cien millones de barriles al día. Es decir, Colombia representa el uno por ciento de esa producción mundial, entonces no somos un actor determinante en el juego energético mundial.

Cambio con justicia

¿Cómo ve las políticas del Gobierno para la transición energética?

Creo que la propuesta se ha venido madurando. De hecho, se está discutiendo la hoja de ruta de la transición energética para el país. Pero no podemos hacer lo que hacen otros países sin evaluar en qué condiciones políticas, económicas, sociales estamos, porque el aporte de gases de efecto invernadero de Colombia no significa más del 0,6 por ciento a nivel mundial, y lo que llaman las emisiones compensadas con lo que exportamos ya suben un poco más.

Tenemos una matriz energética bastante diversificada y en la matriz eléctrica, que es distinta, se supera el 70 por ciento de energía limpia.

Entonces, ¿hacia dónde proyectar si se piensa sacar adelante la transición energética?

En el fondo, hay elementos de la soberanía energética, la soberanía alimentaria y la justicia hídrica que, si no se combinan, no se tienen posibilidades de sacar adelante una transición que responda a que la vida ─en todos los sentidos─, la física, la económica y la cultural de un territorio siga recreándose.

Aunque también, hay que pensarnos en el cambio del modelo porque Colombia es uno de los países entre los cinco primeros en riqueza hídrica, somos el segundo en megadiversidad y tenemos toda una gran potencialidad alrededor de la producción agrícola, pecuaria, turística y ecoturística.

Entonces, sí hay que repensarnos el modelo económico, la forma de relación con el modelo político y las relaciones de los asuntos ambientales sobre las que se ha desarrollado nuestra existencia.

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