viernes, marzo 29, 2024
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La invasión de EEUU a Panamá: Navidad de sangre y horror

Libardo Muñoz

El 20 de diciembre de 1989, ocurrió la invasión militar del Ejército de los Estados Unidos a Panamá, con una fuerza de 25 mil soldados, que cometieron una masacre de proporciones aterradoras, absolutamente injustificable ante la opinión mundial.

El poder demoledor de las armas utilizadas fue impresionante.
El poder demoledor de las armas utilizadas fue impresionante.

El pretexto aparente de la intervención armada de Estados Unidos en el territorio panameño era apresar al dictador Noriega, antiguo agente de la CIA, engendro del imperialismo ligado a mafias del narcotráfico, transformado en un ridículo personaje incómodo para la propia Casa Blanca.

La orden de la invasión de Panamá fue impartida por el entonces presidente de EEUU, George Bush padre, y a la intervención se le dio el nombre panfletario de “Operación Causa Justa”, no sin antes, durante varias semanas, crear con los medios periodísticos a su servicio unas condiciones favorables a tan monstruosa arremetida. “Causa Justa” comenzó un poco después de la media noche.

El ejército invasor empleó en Panamá armas de un poder destructor aplastante, con la combinación de recursos tecnológicos que les daban precisión para demoler edificios, puentes, barricadas, carreteras y cualquier tipo de obstáculo que las tropas encontraran a su paso.

A sabiendas de que la fuerza de su ejército no encontraría una respuesta de gran poder en Panamá, los “rangers” norteamericanos actuaron sin compasión, aniquilando pequeños focos de resistencia, rematando heridos y fusilando a ciudadanos inermes que protagonizaron heroicos actos simbólicos de rechazo, desde techos o viviendas rústicas reducidas a cenizas.

Los objetivos militares que tuvieron las tropas de EEUU en Panamá fueron en realidad muy pocos, unos cuarteles en la ciudad capital y las guarniciones de Colón, anulados a las pocas horas de la invasión, bajo un fuego nutrido y dantesco, según el testimonio de quienes lograron escapar de aquel infierno y dar declaraciones a la prensa independiente del mundo entero.

El nombre de un barrio conocido como El Chorrillo dio la vuelta al mundo en forma insistente por las escenas de resistencia popular protagonizadas por sus habitantes y fue allí, precisamente, donde la sevicia invasora dio lugar a una matanza humana incalificable, a sólo cuatro días de la Navidad. El Chorrillo figurará en la historia del patriotismo internacional, luego de su desaparición bajo el fuego.

Acto aleve

El pueblo raso de Panamá no tenía forma alguna de responder militar y proporcionalmente al ataque de las tropas de EEUU. Solo los llamados Batallones de la Dignidad contestaron el fuego, pero sin tener una estrategia general, el caos y el desorden facilitaron la masacre que se les fue encima de manera sorpresiva.

El Ejército de los Estados Unidos empleó en la invasión de Panamá un sistema de eliminación de cadáveres hasta ahora desconocido, que impidió tener una cifra siquiera aproximada de la cantidad de muertos causados a su paso. Por eso no se supo con exactitud cuántos muertos puso el pueblo agredido y posiblemente jamás llegue a saberse.

Noriega fue sólo un pretexto coreado por las agencias de prensa vendidas al imperialismo yanqui durante varias semanas previas a la invasión.

En el fondo estaba una venganza de la ultraderecha militar del clan Bush por los efectos patrióticos de los Tratados Torrijos-Carter (1977), que dieron lugar a la recuperación de la soberanía panameña sobre el canal, con el liderazgo de un militar patriota odiado por el imperialismo como es Omar Torrijos.

Noriega se fugó y se refugió en la nunciatura apostólica, pero el invasor suponía que se ocultaba en una guarnición de El Chorrillo. Se entregó el 3 de enero de 1990, lo llevaron a Miami donde fue juzgado y condenado a 40 años de prisión.

Bush padre había ofrecido una recompensa de un millón de dólares por la captura de Noriega, pero ordenó una operación militar brutal, como si las tropas del Pentágono fueran a encontrarse con el ejército de una potencia, y no a un país pequeño, diezmado política y militarmente, con niveles inconcebibles de corrupción política acumulada por varias décadas.

El mismo 20 de diciembre en la noche, el gobierno de EEUU montó un ridículo sainete, en el cual creó un simulacro de gobernabilidad, con Guillermo Endara y Ricardo Arias Calderón como presidente y vicepresidente, respectivamente, juramentados ambos en una base militar norteamericana.

Se trataba de dar al mundo y al pueblo agredido la sensación de que no había un vacío de poder en medio de la invasión.

Como en otros episodios de pillaje internacional, el gobierno de EEUU usaría el pretexto de la “defensa de la democracia y la vida de ciudadanos estadounidenses” para justificar la invasión con que se bañó en sangre, muerte y horror la navidad panameña de 1989.

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