martes, junio 17, 2025
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La diferencia de un independiente

“El 95% de los directores de cine en el mundo son realizadores en el estricto sentido de la palabra; no hacen su vida, su biografía, su experiencia. A mí me interesa el cine biográfico, personalísimo”, Peter Lilienthal

Juan Guillermo Ramírez

Peter Lilienthal nació en Berlín y cuando tenía 10 años se vio obligado a abandonar Alemania con su familia judía amenazada por los nazis. Exiliados en Uruguay, estudia primaria y secundaria y trabaja en un banco, permaneciendo allí hasta 1956, para regresar a Berlín, habiendo realizado ya un corto experimental en 1955: El trapecio volante.

A partir de 1959 trabaja para un canal de televisión como asistente de dirección y de producción y en 1961 comienza su carrera como director. Realiza diez películas para televisión y en 1964 su película Seraphine es premiada por la Academia de Artes de Frankfurt. Junto con algunos colegas funda una empresa productora, la Ffat –Film Fernsehen Autoren Team- y es profesor de la academia alemana de Cinematografía y Televisión de Berlín. En 1979, su película David es premiada con el Oso de Plata en el Festival de Berlín.

Su coherencia y su consecuencia, que acertadamente puede llamarse “política de autor” en todo el sentido de la expresión, radicó en su modo de producir cine. Como él mismo lo calificó, su cine es pobre. Este rigor lo colocó, aunque parezca paradójico, como un cineasta de un país desarrollado que enfrenta las mismas dificultades que los cineastas del tercer mundo.

Interés en Latinoamérica

El mismo afirmó que era más difícil conseguir un productor modesto que esté interesado en invertir unos pocos miles de dólares para realizar una interesante película personal de un director talentoso, que conseguir en Europa un productor dispuesto a invertir millones de dólares en una superproducción que le asegure el riesgo económico de su inversión.

Estas dificultades lo equipararon, en cierto sentido, a la posición del cineasta latinoamericano frente a las luchas por producir un cine personal fuera de las ilusiones oficiales de producir un cine industrial y comercial.

Este tipo de producción independiente le permitió a Peter Lilienthal también preocuparse por temáticas distintas a las alemanas observando casi siempre las latinoamericanas –Nicaragua, Chile, Argentina, Uruguay-.

En Lilientahl no hay una clara voluntad de estilo o de ponerse a sí mismo en primer plano; por eso sus películas requieren una mirada más tranquila, una aproximación a toda espectacularidad. Cuando uno logra verlas de este modo, descubre a un director importante, original con una obra homogénea y consecuente, con momentos de inolvidable intensidad y belleza; un autor.

En Medellín estuvo en 1980 y afirmaba que su evolución se podía definir por el paso de una concepción racional de cine, a una más emocional. Malatesta señalaría el momento final de la primera tendencia y los primeros pasos de la segunda, en la cual están situadas David y La insurrección. Sin embargo, al mirar estas dos películas se perciben diferencias notables, tanto que no parecen realizadas en el intervalo de un año. Un solo aspecto las identifica: la observación.

Su filosofía

Peter Lilienthal fue un observador de gestos, de movimientos y de espacios. La fiesta religiosa al comienzo de David, cuando todavía no se ha propuesto ningún conflicto, y la llegada de Agustín Manor a su casa, en momentos en que Insurrección está estableciendo los vínculos familiares entre los personajes que aparecen en escenas anteriores, son secuencias en las cuales las dos películas parecen detenerse en su desarrollo narrativo para liberar a la cámara que se deleita en escudriñar las reacciones más sutiles y en descubrir todos los elementos que conforman el ambiente.

Las películas tempranas de Peter Lilienthal se encuentran en secreta proximidad a la literatura, la cosmovisión de Franz Kafka. Indudablemente es esta la raíz de la filosofía de la vida de muchos de los personajes de Lilienthal, de su mentalidad de dejar-que-se-haga-con-ellos, de su reacción. Y quizás encuentre así también su explicación del gran cariño de Peter Lilienthal por los “outsiders”; por los hombres callados, tímidos, reservados; por los desgraciados, los fracasados, los golpeados y pisados.

Siempre estuvo al lado de la víctima. Sintió rechazo por los héroes igual que por las ideologías. Odió todo lo ruidoso, lo descollante. Prefirió actitudes inseguras, contradictorias a cualquier tipo de seguridad. Parecerá exagerado, pero semejante idea del hombre está íntimamente relacionado tanto con una herencia diaria. Más bien, sus personajes parecen haber salido de la vida cotidiana. Son independientes. No siguen ni los sentimientos ni los pensamientos de un autor, sino que desarrollan su vida propia.

La autenticidad como fin

Muchos de los personajes son sacados de la realidad. De ahí se comprende la predilección de Lilienthal por trabajar con aficionados, sin hacer de ello un dogma: ofrecen la ventaja de poder aportar experiencias propias de vida, cosa que el realizador necesita como el aire para respirar. Cuando trabaja con actores profesionales, no le interesa tanto que representen un papel a la perfección, sino más bien le importa la diferencia sutil entre papel y actor.

La meta de Peter Lilienthal fue la autenticidad. La búsqueda en los hombres tanto como en el medio ambiente. Evitó el rodaje en los estudios, prefirió los lugares originales. A menudo, sus imágenes transmitieron la sensación de lo fugaz, de lo casual, de lo documental.

La cámara estuvo presente como por casualidad, no hay nada que parezca especialmente arreglado para ella, todo podría suceder igualmente sin ella. Peter Lilienthal no fue el escenógrafo, sino el documentalista de sus historias y de sus personajes. Sus películas no tuvieron nada que ver con una dramaturgia cinematográfica convencional. Fue creando su propia estructura narrativa –no lineal, no cronológica-. No cumplieron con ninguna expectativa y permitieron el descubrimiento.

Peter Lilienthal rodó películas literarias que se sustrajeron rigurosamente a las convenciones cinematográficas reinantes. Contrario a la mayoría de sus colegas germano-occidentales, nunca aceptó el papel de productor. La mayor parte de sus películas nació por encargo de la televisión, o se hicieron en co-producción con la televisión. Para él no existieron diferencias fundamentales entre la pantalla grande y la chica. Relató sus diálogos sin dejarse impresionar por el mito del cine, interesado en un diálogo, aunque imaginario, con el espectador.

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