El 21 de febrero se conmemora el Día Internacional para la Protección del Oso Andino. El único úrsido que habita América del Sur se encuentra amenazado por la pérdida de su hábitat y la cacería por retaliación. Tres voces autorizadas reflexionan sobre la importancia de defender al jardinero y guardián de los bosques andinos
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
La fotografía se tomó con una cámara Canon 60D. A unos setenta metros de su objetivo y gracias al zoom del lente 100-400, Arley Muñoz encuadró, enfocó y disparó. El resultado es una instantánea digital. Camuflada entre los frailejones una osa andina, con su osezno, miran con inocencia.
“Es en algún punto del Parque Nacional Natural de Chingaza, pero no puedo decirle donde fue exactamente. Usted sabe, hay gente mal intencionada”, explica Muñoz, fotógrafo amateur que por cerca de ocho años ha trabajado con Parques Nacionales Naturales de Colombia.
En su perfil de Instagram hay fotos de animales silvestres como el mono aullador rojo, el macaco, el chiguiro, el águila paramuna, el cóndor de los Andes, entre otros. Sin embargo, el oso andino es predominante en sus registros.
“Desde mi primer encuentro con el oso en 2019 quedé enamorado. Y al respecto tengo una teoría. Para verlo no es cuando uno quiera, sino cuando él se quiera dejar ver”, explica el fotógrafo.
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Un sobreviviente
El oso andino, también conocido como de anteojos, de antifaz, frontino o sudamericano, es el único úrsido de América del Sur. Habita la cordillera de los Andes, específicamente en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Si bien puede vivir en diversas zonas y latitudes, que oscilan entre los 200 y 4.000 metros sobre el nivel del mar, prefiere los majestuosos bosques andinos.
De acuerdo a los estudios existentes, se considera que el origen de los osos en América del Sur se dio gracias al proceso biogeográfico llamado Gran Intercambio Biótico Americano, en el que, gracias al surgimiento del istmo de Panamá, grandes mamíferos (felinos, cánidos y úrsidos) migraron desde el norte del continente hacia el sur y viceversa. La migración, que culminó hace tres mil millones de años, experimentó la entrada de varias especies de osos, de las cuales el único sobreviviente es el andino.
“Los ancestros de los osos andinos eran carnívoros. Una vez llegaron aquí a los Andes, se modificaron sus hábitos alimentarios. Al volverse más omnívoros, cambiaron la morfología de su dentadura y de sus mandíbulas. Si bien siguen consumiendo proteína animal, cerca del 95 por ciento de la dieta está compuesta de plantas, frutas, fibras, vegetales, semillas, etcétera”, explica Mauricio Vela, biólogo y magister en Ciencias Biológicas de la Universidad Javeriana y miembro de Wildlife Conservation Society, WCS, capítulo Colombia.
El jardinero de los bosques
El oso andino está considerado como un úrsido pequeño, donde un macho puede medir entre 1.90 a 2.20 metros (parados en sus patas traseras) y una hembra 1.10 a 1.70 metros. Es pequeño si se compara con un oso pardo que puede medir tres metros o más.
Lo anterior no significa que no se pueda mover entre grandes extensiones. De hecho, se calcula que un oso de anteojos adulto y vigoroso puede moverse cerca de 20 kilómetros al día. Eso sí, de día y de manera solitaria. Su rutina cotidiana arranca a las seis de la mañana, momento en que empieza su búsqueda por comida o pareja.
En sus caminatas por Chingaza, Arley Muñoz ha experimentado por lo menos unos 150 avistamientos: “El oso es el guardián del páramo, el amo y señor de estos ecosistemas”. Además, explica el porqué se le considera el ‘jardinero del bosque’. En sus recorridos, el oso se trepa a los arboles para comerse los frutos, rompiendo ramas y permitiendo la entrada de luz que regenera al ecosistema que se encuentra en el suelo.
“Es una especie ‘sombrilla’. Es un animal carnívoro y carroñero, pero también se alimenta de varios frutos del bosque. Eso lo convierte en un dispersor extraordinario de semillas. Donde defeca, nace la vida”, comenta Muñoz con inocultable fascinación.
Curioso, oportunista, incomprendido
En los últimos años el oso andino se ha convertido en un emblema nacional. Finalizando la década de los noventa, Parques Naturales Nacionales lo adoptó como su símbolo institucional, mientras que el Banco de la República lo eligió para ser la cara de la moneda de 50 pesos.
Sin embargo, y a pesar de ser una especie que genera simpatía e identidad tanto en Sudamérica como en Colombia, hoy se encuentra amenazada. De acuerdo a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es una especie en peligro de extinción bajo la categoría de “vulnerable”.
La razón, según explica Vela, es la pérdida de su hábitat. “Este es el resultado de la última evaluación que hicimos a nivel Colombia. Las causas son la deforestación y la ampliación de la frontera agrícola y ganadera. El resultado es un conflicto entre las comunidades y los osos que cohabitan el territorio”.
De hecho, Muñoz identifica que su rol emerge por esta contradicción. “Inicié con la fotografía de los ecosistemas como una herramienta de educación ambiental, para concientizar con el asunto del oso andino. Lo visual permite hacer una campaña efectiva de sensibilización. Al perder su territorio, el oso baja del bosque en busca de comida y las comunidades se sienten amenazadas”, afirma.
Para contrarrestar esto, Parques Nacionales Naturales ha puesto en marcha una estrategia para que las comunidades campesinas asuman el compromiso de conservar las áreas protegidas y así resguardar la vida de los osos.
“La gente ha venido entendiendo el valor que cumple el territorio que habita como proveedor de servicios ecosistémicos. Por ejemplo, del Parque Nacional Natural de Chingaza sale el 80% del agua potable que consume Bogotá y otros 11 municipios de Cundinamarca. Nuestra pedagogía se centra en que las comunidades sean conscientes que con la protección del oso, como especie ‘sombrilla’, se asegura la vida del páramo”, comenta Muñoz.
Otra de las causas de la vulnerabilidad del oso andino son la cacería por retaliación. “Si bien tenemos registros de ataque de osos contra el ganado, lo más común es que su contacto sea como carroñero. Entonces, queda en evidencia una mala práctica productiva del mundo rural. El pastoreo en zonas andinas se basa en dejar al ganado por veinte días para el proceso de engorde. En ese tiempo, cualquier cabeza de ganado puede desbarrancarse, sufrir alguna enfermedad o algo que le ocasione la muerte. El oso que es un animal curioso y oportunista, que está perdiendo su hábitat y que necesita alimento, busca y se come al animal muerto. Mientras tanto, el dueño del ganado lo culpabiliza y en ocasiones lo caza como revancha. Es un proceso complejo”, asegura el biólogo Mauricio Vela.
No obstante, Vela cree que se viene avanzando con las comunidades para mejorar los procesos y prácticas en el mundo rural. Para ello, la clave se centra en la producción sostenible y la conservación del hábitat del oso, con el objetivo de mejorar la coexistencia. Es un asunto que tomará tiempo, reflexiona el biólogo, pero que finalmente terminará concretándose.
Entre el musgo y la lluvia
Ante la posibilidad que el oso andino sea una especie extinta, distintos actores públicos, privados, de la academia y de la sociedad en su conjunto se han venido articulando para proteger a la especie.
Este es el caso del Santuario del Oso de Anteojos, un centro de atención y valoración de fauna silvestre especializado en el oso andino. “Siguiendo nuestra línea institucional de aportar en la conservación de la naturaleza, venimos adelantando el proyecto junto con la organización Bioandina que dirige el experimentado Orlando Feliciano y la Corporación Autónoma Regional del Guavio, Corpoguavio”, explica Mauricio Mancipe, director de comunicaciones de la Fundación Parque Jaime Duque.
El Santuario del Oso de Anteojos se especializa en recibir animales que han sido damnificados por cualquier tipo de maltrato para rehabilitarlos, reubicarlos y liberarlos. “Las comunidades indígenas evocan al oso andino como el hermano mayor que nos cuida porque protege el agua y el bosque. Pues bien, nuestra propuesta es un cuidado mutuo entre especies, humana y silvestre”, explica Mancipe.
Al respecto, Mauricio Vela reflexiona: “En los últimos años la comunidad científica ha avanzado considerablemente sobre el oso andino. Esto se ha dado gracias a que muchos investigadores hemos abierto lazos de colaboración entre la academia, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones, las empresas, etcétera”.
De hecho, Vela también hace parte de la alianza público-privada ‘Conservemos la vida’, iniciativa que busca la protección del oso andino en el país a partir de la organización de las comunidades.
Al profundizar sobre los progresos, el biólogo de WCS afirma que se han logrado evaluaciones sobre densidad con individuos, ejercicios de telemetría, interacción entre el oso y humanos, además de otros adelantos científicos. “Hay nueva información y eso es positivo. Además, la coordinación entre todos los actores permite que las acciones de conservación sean más precisas y exitosas. Eso sí, los proyectos son favorables cuando se asegura la participación de las comunidades que cohabitan el territorio con el oso”.
En eso coincide Arley. Cualquier esfuerzo para proteger al oso debe tener como protagonistas a las comunidades. “La conservación no es una opción, es una responsabilidad compartida”, reflexiona en sus redes sociales mientras comparte una foto de un osezno que se pierde entre el musgo y la lluvia.
La conservación no es una opción, es una responsabilidad compartida. Feliz semana. pic.twitter.com/7HYQq1F8b5
— Arley Muñoz (@Arleymsarmiento) July 31, 2023